viernes, 6 de febrero de 2015

febrero 06, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Firulito era un adolescente típico. Incurro en equivocación: no existe un adolescente típico. Todos son diferentes: un mundo cada quien, o varios. Lo vi en mis hijos; lo veo ahora en mis nietos. Una cosa en común tienen, eso sí, todos los adolescentes: nos desesperan. La Biblia omite el dato, pero cuando Yahvé le ordenó a Abraham que sacrificara a su hijo Isaac, el patriarca le pidió: “Caray, Señor; por lo menos espera a que sea adolescente”. Por eso pienso que los nietos son el premio que el Señor nos da por no haber asesinado a nuestros hijos cuando eran adolescentes. Advierto, sin embargo, que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Firulito tenía muy preocupada a su mamá, pues el muchacho se veía pálido, ojeroso, laso y escuchimizado. Se encerraba todos los días en su cuarto y echaba llave a la puerta de la habitación. El hecho de que no se escuchara ningún ruido en el aposento inquietó también a la señora, y más cuando cierto día halló bajo el colchón de Firulito numerosos ejemplares de las publicaciones que en seguida se enumeran: Playboy, Penthouse, Hustler, Men Only, Lui, Escort, Razzie y Asian Babes. Todas esas revistas estaban llenas con fotografías de mujeres desnudas, algunas de esas fotos tan explícitas que la publicación, más que erótica o pornográfica, parecía de anatomía ginecológica. Al ver aquello la señora pronunció una frase inédita: “¡Ahora lo comprendo todo!”. Y es que supo sin lugar a dudas que su hijo estaba incurriendo en lo que Monseñor Tihamer Toth llamó “el vicio de Onán”, que por cierto no es vicio, sino práctica instintiva y natural con que el adolescente se inicia en la sexualidad, y que a nadie debe preocupar si no se abusa de ella y no da origen a indebidos sentimientos de culpa. Tampoco esa práctica es de Onán, pues pese a que la palabra “onanismo” es sinónimo de masturbación la verdad es que ese personaje bíblico no se masturbaba; lo que hacía era derramar su líquido seminal fuera de la mujer que había sido de su hermano, para no engendrar hijos en ella. (Génesis, 38:4-10). Relatos como ése, dicho sea de paso, me llevan a pensar que la Biblia es lectura sólo para personas de criterio amplio. Por eso yo, que no tengo amplio criterio, leo mejor a Shakespeare y Cervantes. Pero otra vez ando por los cerros de Úbeda. Regreso a mi relato. La mamá de Firulito, preocupada por los trabajos manuales de su hijo, lo llevó con el padre Arsilio a fin de que el sacerdote le hiciera ver lo pernicioso de ese hábito. El señor cura empezó por amenazar a Firulito con las penas del infierno y con otras más terrenales e inmediatas. Le dijo lo acostumbrado y consabido: que se quedaría ciego (Firulito pensó: “Le seguiré hasta que necesite anteojos”); que le saldrían pelos en la palma de la mano (pensó Firulito: “Usaré guantes”). En eso llegó el sacristán y le entregó al padre Arsilio un regalo consistente en una charola con suspiritos de monja, sabrosos panecillos que una feligresa le había llevado, pues era el día de su santo. Prosiguió el buen sacerdote riñendo a Firulito por el grave pecado que cometía al consentir en su vicio solitario. En eso entró de nuevo el sacristán y le dijo al señor cura que la presidenta de la Asociación Gaudiana quería hablar con él unos momentos. El padre Arsilio le pidió al muchacho que lo esperara, pues debía seguir cumpliendo el caritativo deber de maltratarlo. Cuando después de un cuarto de hora regresó el señor cura se indignó al ver que Firulito había aprovechado su ausencia para comerse todos los suspiritos de monja, aquellos panecillos que, se había prometido el sacerdote, iba a disfrutar en la merienda con una taza de chocolate de El Oso, uno de los tantos riquísimos productos gastronómicos que en Saltillo se elaboran. “¡Mentecato! -le gritó el padre Arsilio al jovenzuelo con no muy santa indignación-. ¿Por qué te comiste mis suspiritos de monja, malnacido?”. Firulito balbuceó una disculpa: “Tardaba usted mucho en regresar, padre, y yo no tenía nada que hacer”. “¿Que no tenías nada que hacer, cabrón muchacho? -estalló el padrecito-. ¡Desgraciado! ¡En vez de comerte mis panecillos pudiste haberte puesto a practicar tu vicio solitario!”. El funcionario que va a ser investigado designa al investigador que lo va a investigar. Considero que ése es un acto equivalente a aquel en que incurría Firulito. FIN.