viernes, 27 de febrero de 2015

febrero 27, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Doña Frigidia, ya se sabe, es la mujer más fría del planeta. En cierta ocasión fue a ver la película “Infierno en la torre” (1974, con Steve McQueen, Paul Newman, Faye Dunaway y Fred Astaire, dirección de John Guillermin). Llegó tarde a la función, cuando ya el incendio había comenzado, y su sola presencia bastó para que se congelaran las llamas, por lo cual la película ya no pudo continuar. Don Frustracio, el infeliz marido de doña Frigidia, presentó una demanda de divorcio contra ella. Le preguntó el juez: “¿Por qué quiere usted divorciarse de su esposa?”. Contestó él: “Porque todas las noches me cuenta un cuento”. Replicó el juzgador: “Ésa no es causal de disolución del matrimonio. Antes bien debería usted agradecer tales relatos. Su señora es una Scherazada como la de Las mil y una noches. ¿Qué cuentos son esos que su esposa le cuenta?”. Respondió don Frustracio: “Uno es: ‘Me duele la cabeza’, y el otro: ‘Mañana tengo que levantarme muy temprano’”. Había en mi ciudad un profesor al que le gustaba mucho bailar. Con alguna maestra o una linda alumna como pareja interpretaba el jarabe tapatío, el pateño de nuestra tierra, o un brioso son veracruzano. Organizaba veladas literario-musicales (así se decía), y ponía siempre en el programa un “número bailable” para mostrar su habilidad en el arte de Terpsícore. Cierto poeta de la localidad escribió con estilo menipeo -vale decir satírico- un artículo en el cual afirmaba que el mencionado profesor debía ser un consumado matemático, pues a más de los números abstractos y concretos, primos, cardinales, perfectos, imaginarios, reales, congruentes y demás que existen en la ardua ciencia de los guarismos, había inventado una nueva categoría de números: los bailables. Pues bien: López Obrador creó una nueva forma de democracia -”inédita”, la llamó- a la que bien podría ponerse el nombre de democracia tombolar. Por medio de una tómbola rifó posiciones políticas entre los militantes de su organización, Morena, con lo cual dejó en manos del azar lo que en opinión de algunos debe ser cuestión de capacidad y méritos. Bien dijo aquel que dijo que en este país ya lo único serio es la lucha libre. Aunque, pensando bien las cosas, tan mal nos ha ido con algunos gobernantes, y tan caro nos sale elegirlos, que quizá nos iría mejor escogiéndolos así, por sorteo, o sacándolos en forma aleatoria del directorio telefónico. Una cosa es segura: nos saldría más barato. Doña Macalota, mujer de edad madura, fue con un cirujano plástico a que le quitara las arrugas de la cara. Cuando volvió en sí de la anestesia se miró al espejo y se dio cuenta de que aún tenía las arrugas. En seguida se percató, espantada, de que el médico le había agrandado considerablemente las bubis. “Se trata de un pequeño error, señora -admitió el facultativo-. Pero el resultado será el mismo: con esas bubis ya nadie le va a ver las arrugas de la cara”. El cuento que ahora sigue es de color subido. Lo leyó doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, y le vino un accidente de sufusión que su médico de cabecera hubo de tratarle con cataplasmas de ruezno. (Ruezno se llama la corteza externa del fruto del nogal). Quienes no quieran sufrir un insulto semejante deben suspender en este mismo punto la lectura. El empresario de pompas fúnebres llegó a su casa por la noche. Iba sangrando profusamente por todos los orificios naturales de su cuerpo; lucía un ojo morado; traía la ropa desgarrada y los cabellos en desorden. Se esposa le preguntó, alarmada: “¿Qué te sucedió? ¿Por qué vienes así?”. El hombre se dejó caer en un sillón y contestó: “Gajes del oficio”. Inquirió la señora: “¿Qué gaje es ése que te dejó así, herido y lacerado?”. Narró el tipo: “Me llamaron de un hotel a fin de recoger el cuerpo de un huésped que había pasado a mejor vida en una habitación. Al entrar en el cuarto vi que el hombre mostraba en la entrepierna una tumefacción enorme. Hice lo que hago siempre en esos casos: la tomé en mis manos y la doblé con todas mis fuerzas. Fue entonces cuando me sucedió lo que me sucedió”. “¿Por qué?” -preguntó la esposa. Respondió el de la funeraria: “Entré en la habitación equivocada”. FIN.