jueves, 26 de febrero de 2015

febrero 26, 2015
Gilberto Avilez Tax

A Salvador Alvarado, el que vino a liberar a los esclavos mayas de las haciendas yucatecas, por azares de los infundios destilados por uno que otro turco y cuantimás ralea reaccionaria que todavía crece entre lo que antes fuera el inmenso henequenal esclavista; así como por la ignorancia tremenda de una educación mercenaria, neoliberal y escasa de conocimiento histórico, se le puede perdonar que haya liberado, precisamente, a los esclavos que hicieron la riqueza de sus ancestros. Pero lo que no le perdonan estos defensores del “patrimonio de los yucatecos”, fue el impulso supuestamente “destructor” del gobernador revolucionario. Dicen que fue un Atila destructor de los templos, pero si ponemos en una balanza sus elementos destructivos (unos cuantos santitos descabezados, una iglesia colonial removida antes de tiempo, un sayal y un retablo quemado), veremos que fueron mínimos, pequeñeces y cosa de chiquitos si los comparamos con su impulso creador.

Lugares del feudalismo capitalista yucateco: hacienda Yaxcopoil.

En fin, los ultramontanos, al parecer diagnostican una gangrena completa, mirando nada más unas cuantas ronchitas anticlericales del dedo meñique alvaradista. Sus pobres argumentos se restringen al lugar común que sus abuelas beatas maceraban en el libro de horas de su indignación. A la vena clerical y nostálgica de un pasado glorioso del mundo antiguo neocolonial que mueve a los reaccionarios de hoy, se aúna la peste acromegálica de la ignorancia histórica, común en estos días de barbarie tecnológica, para hacer de un hombre como Alvarado –ya quiero ver si podrían hacer lo mínimo que hizo el norteño- un simple carnicero del Lucas de Gálvez, o peor aún, un energúmeno tocado por las lenguas del infierno.

Azuzados por lecturas restauradoras de los templos catedralicios[1] de los “amantes” del patrimonio material de la sociedad de los dzules –iglesias, casonas barrocamente feudales, paseos de Montejo, avenidas y estatuas broncíneas; todo una panoplia de obras urbanas que fueron creadas, no en los tres siglos y cacho de soporífera colonia, sino en menos de cincuenta años de explotación capitalista a los “pies de la república”, los mayas en las haciendas-, los supinos ignorantes berrean sus maldiciones de clase contra el forjador de las bases políticas del socialismo yucateco. Dicen de él estas perlas, trasudadas de maldiciones:

“Gran destructor de Yucatán, mucha de su obra fue levantada sobre las ruinas de históricos edificios”. 
“Malnacido dictador". 
“Político parásito”. 
“Lo que realmente ofende, es que 100 años después se le sigue festejando su barbarie. A quien se le puede ocurrir festejarle a un destructor y asesino. Solo a uno de la misma calaña o a un ignorante, y eso es lo que tenemos al frente del gobierno”.

No sigo más con las transcripciones de esta clase de sandeces y estropicios vacunos que he leído. Baste con estos, pero sin duda habría que decir que esta muestra de neo escolástico pensamiento que todavía se destila en Yucatán, es una prueba más de que la historia, la buena, la de fuentes y archivos, hoy más que nunca, debido a la barbarie tecnológica que gangrena a la sociedad, se hace más que necesaria.

Es un deber de los historiadores combatir las falacias de los ultramontanos, pero me sorprende que a los alvaradistas de academia bostezante, todavía no les haya caído el veinte de que hay que estar siempre prevenidos para combatir a la reacción. Sirva este artículo para zaherirlos en sus posaderas grasosas crecidas a base de la tragadera de cochinita pibil, por su silencio criminal de dejar desamparado, a merced de las tenias y hienas dueñas del cirio de la seudo historiografía cuaresmal, al general don Salvador Alvarado Rubio.

[1] Cfr. Sergio Grosjean, “Salvador Alvarado, el ‘gran destructor” de Yucatán”, Milenio Novedades, 23 de febrero de 2015.