domingo, 18 de enero de 2015

enero 18, 2015
MANILA, Filipinas, 18 de enero.- No se puede responder con frases preparadas de antemano frente a la pregunta de Gljzelle Palomar, de 12 años, que le preguntó al Papa: «Hay muchos niños rechazados por sus padres, hay muchos que se convierten en víctimas y muchas cosas horribles les pasan, como la droga o la prostitución. ¿Por qué Dios permite que pasen estas cosas, aunque no sea culpa de los niños? Y, ¿por qué hay tan pocas personas que nos ayudan?». La niña rompió a llorar al pronunciar las preguntas. El Papa se conmovió frente a más de 30 mil jóvenes, en la Universidad de Santo Tomás, en donde acababa de escuchar otro testimonio conmovedor, el de Jun Chura, ex-chico de la calle de 14 años que hoy trabaja para la fundación Tulan ng Kabataan. Francisco abrazó a ambos y mantuvo largo rato su mano sobre la pequeña cabecita de Glzelle.

«Hoy he escuchado la única pregunta que no tiene respuesta -dijo el Papa dejando a un lado el texto preparado en inglés y hablando nuevamente en español-, no lo bastaron las palabras, necesitó las lágrimas. Al núcleo de tu pregunta no hay respuesta: solo cuando somos capaces de llorar sobre las cosas que has dicho somos capaces de responder a esta pregunta: ‘¿Por qué sufren los niños?’».

«Cuando el corazón es capaz de llorar, podemos entender algo. Existe una compasión mundana que no sirve para nada. Una compasión que es poco más que poner la mano en la bolsa y sacar una moneda. Si Cristo hubiera tenido esta compasión, habría ayudado a tres o a cuatro personas, y luego habría vuelto con el Padre. Solo cuando Cristo fue capaz de llorar comprendió nuestro drama. Queridos jóvenes, al mundo de hoy le falta la capacidad de llorar. Lloran los marginados, los que han sido dejados a un lado, lloran los despreciados, pero no comprendemos mucho sobre esas personas que no tienen la necesidad de llorar. Solo ciertas realidades de vida se ven con los ojos limpiados por las lágrimas. Pido que cada uno de ustedes se pregunte: ‘¿He aprendido a llorar?’ ¡He aprendido a llorar cuando veo a un niño que tiene hambre, drogado, sin casa, abusado, usado como esclavo…»

Después del llanto, el sol de la sonrisa.

Abrazó a los fieles. Se dirige a las personas una por una.

Un pequeño abraza al Papa por la espalda.

Francisco convive con los niños y los jóvenes, a pesar de la lluvia.

Una fiesta de colores, sonidos y afecto.

De la mano con el Papa.

Un Papa feliz.

El fin del encuentro fue una fiesta.

Se expresa con los ademanes, también.

El Papa habló desde el corazón y en español.
«Aprendamos a llorar como ella (Gljzelle) nos ha enseñado hoy. No olvidemos estas preguntas: la gran pregunta sobre por qué los niños sufren la hizo llorando, y la gran respuesta se aprende llorando. Jesús, en el Evangelio, lloró por el amigo muerto, lloró en el corazón por la familia que había perdido a su hija, lloró cuando vio a la pobre viuda enterrar a su hijo, se conmovió hasta las lágrimas cuando vio a la multitud sin pastor. Quien no sabe llorar no es un buen cristiano. Este es el desafío: cuando planteamos la pregunta sobre por qué sufren los niños, por qué suceden estas tragedias en la vida, que nuestra respuesta sea o el silencio o la palabra que nace de las lágrimas. ¡Sean valientes, no tengan miedo de llorar!».


Después de haber respondido a la pregunta de Gljzelle, Bergoglio, improvisando, respondió a las preguntas que le hicieron otros dos jóvenes, que habían ofrecido su testimonio. El primero, Leandro, como el amante nadador, estudiante universitario, habló sobre la cada vez mayor influencia del mundo de la red y de los teléfonos inteligentes en la vida de los jóvenes. «El mundo de la información no es malo: pero a veces no es un mundo que ayude. Corremos el peligro de vivir acumulando informaciones. Tenemos tanta información, pero no sabemos qué hacer con ella. Corremos el peligro de convertir a nuestros jóvenes en museos: tienen todo, pero no saben qué hacer con ello. No necesitamos ‘jóvenes museo’, sino jóvenes sapientes».

«Cuál es la materia más importante que debemos aprender en la universidad y en la vida: aprender a amar. Es lo que cuenta: no solo acumular información, solo mediante el amor esta información se vuelve fecunda. Por ello, el Evangelio nos propone un camino sereno, tranquilo, usando tres lenguajes: el lenguaje de la mente, del corazón y de las manos, es decir: lo que piensen y sientan, realícenlo. Pensar lo que se siente y lo que se hace, sentir lo que pienso y lo que hago. Pensar, sentir y hacer. Y hacerlo armoniosamente».

«El verdadero amor es amar y ser amado. Dejémonos amar. Lo más importante es dejarse amar por Dios. Abrirse al amor de Dios, que nos provoca una sorpresa. Si uno solo recoge información, se cierra a la sorpresa. El amor abre a la sorpresa, porque supone un diálogo entre dos. El Dios de la sorpresa siempre nos sorprende. No debemos tener la psicología de la computadora, que pretende saber todo. En la computadora están todas las respuestas y ninguna sorpresa».

El Papa después respondió a la pregunta del ingeniero electrónico Rikki Macalor, inventor de las luces solares nocturnas para los sobrevivientes del tifón Yolanda en Tacloban, que contó lo que estaba haciendo por los demás. «Gracias por lo que has hecho por tus compañeros -dijo Francisco-, pero quiero preguntarte una cosa: tú, y tus amigos dan, ayudan. ¿Pero dejaste que te dieran a ti? La respuesta está en tu corazón… ¿Dejas que los demás te den la riqueza que te falta? Los saduceos, los doctores de la ley daban mucho al pueblo; la ley, les enseñaban, pero nunca dejaban que el pueblo les diera algo. Tuvo que intervenir Jesús para que se conmovieran, para ser amados. ¿Cuántos jóvenes entre ustedes saben dar, pero no han aprendido a recibir? Solo te falta una cosa: dejar que te den lo que te falta».

«No es fácil comprenderlo: aprender a mendigar. Aprender a recibir con humildad, a ser evangelizados por los pobres; la persona a la que ayudamos tiene mucho que ofrecernos. ¿He aprendido a mendigar también de esto, o soy suficiente a mí mismo y solo quiero dar? ¿Creo tener todo y no necesitar nada? ¿Sé que soy pobre? ¿Sé que tengo mucha pobreza y necesidad? ¿Me dejo evangelizar por los pobres, por los enfermos? Esto ayuda a madurar todos esos compromisos en el trabajo de dar más. Aprender a tender la mano desde la propia miseria».

Al final, Francisco invitó a «amar a los pobres: piensen, sientan con los pobres, pidan a los pobres que les den la sabiduría que tienen. Es lo que quiero decirles hoy. Perdonen si no dije lo que tenía preparado. Pero la realidad es superior a la idea. Y su realidad es superior a la idea de todo lo que había preparado».

Al principio de su discurso, el Papa se quejó por disparidad entre las chicas y los chicos que le iban a plantar preguntas y a ofrecer testimonios. «Las mujeres tienen mucho que decir a nuestra sociedad. A veces somos ‘machistas’, y no dejamos espacio para las mujeres. Pero la mujer es capaz de ver las cosas con ojos diferentes de los hombres. Sabe hacer preguntas que los hombres no son capaces de comprender».

Una inmensa multitud, a pesar de la lluvia, acompañó al Papa mientras pasaba por las calles de Manila. La atención por su seguridad es máxima. Desde los micrófonos en la Universidad, antes de la llegada de Bergoglio al encuentro con los jóvenes, se escuchaban indicaciones sobre cómo comportarse en caso de la detonación de artefactos explosivos. (Andrea Tornielli / Vatican Insider / Antonio Spadaro)