viernes, 16 de enero de 2015

enero 16, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Hoy aparece aquí el vitando cuento llamado “La cacerola”, que doña Tebaida Tridua anatematizó. La ilustre censora leyó ese relato y fue atacada al punto por un súbito yeyo seguido de temblores convulsivos que su médico de cabecera hubo de tratar con un emplasto de hojas de gallocresta y un frote enérgico de ungüento de atutía. Las personas de moral estricta (las dos) deben abstenerse de posar la vista en esa narración, pues podrían quedar expuestas a sufrir el mismo contratiempo. Mientras llega el momento de narrar “La cacerola” he aquí un par de historietillas. Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, le dijo a un amigo: “Vamos con las muchachas de tacón dorado”. “¡Uh! -declinó el otro la invitación-. ¡Ni siquiera puedo acabarme lo que tengo en mi casa!”. Propuso el tal Pitongo: “Entonces vamos a tu casa”. Don Cornulio llegó a su domicilio y sorprendió a su esposa entrepernada con un desconocido. “¿Por qué haces esto, Mesalinia? -le reprochó con acento congojoso-. Al pie del ara me juraste fidelidad eterna. Esa virtud es la gala mayor de una mujer, el principal adorno de una esposa. ¿Por qué abjuras así de tu promesa?”. “Tienes razón, Cornulio -respondió la señora con sincera contrición-. En adelante procuraré serte fiel más seguido”. Lo que está sucediendo en el PAN es una pena. Su capitoste principal, Madero, ha llevado al partido blanquiazul a una crisis interna y exterior que tiene a los panistas divididos, enfrentados unos a otros en pedestres pugnas por las parcelas de poder. La exclusión de Margarita Zavala de la lista de diputaciones de representación proporcional no sólo es un error político: es también una rastrera muestra de inquina personal y de bajuna venganza. Mujer talentosa es ella, con brillo propio y valiosas cualidades. Desde la juventud ha trabajado con generosidad y esfuerzo por Acción Nacional. Su actuación como primera dama del país puede ser calificada de impecable. Tenía derecho a mejor trato que el grosero e injusto que le dio Madero. Muy debilitado está el PAN a causa de la errática dirección maderista y por las corruptelas de algunos de sus miembros. Le pesa igualmente el pobre desempeño de los dos presidentes de la República salidos de sus filas. Así las cosas los ciudadanos pierden una importante opción, lo cual es lamentable, pues las opciones se van limitando cada vez más. En tiempos del ayer -muy del ayer- el PAN fue “el partido de la gente decente”. Ahora, en cambio. ¡Mentecato columnista! Dejaste inconclusa la última frase, rematada por tres ominosos puntos suspensivos (los conté) que equivalen a un silencio cargado de tensiones. A fin de disipar la honda calígine que tus palabras seguramente provocaron narra ya el infame cuento de “La cacerola”, que tanto has decantado en estos días, y luego haz mutis en la manera en que lo hacía don Fernando Díaz de Mendoza, gran actor que al salir del palco escénico volvía el rostro al público a fin de provocar su aplauso. Va, pues, esa atrevida narración: “La cacerola”. Un joven gay decidió salir del clóset, según se dice en lenguaje coloquial, y una mañana habló con su mamá. Le dijo: “Madre: sé que me amas, y por eso estoy seguro de que me comprenderás. Quiero que sepas que soy gay”. Escuchó eso la señora y le preguntó a su hijo: “¿Lo que me dices significa que eres uno de esos hombres que se ponen en la boca la cosa de otros hombres?”. El muchacho vaciló al escuchar esa extraña pregunta, tan directa, que ciertamente no esperaba. Respondió, sin embargo, fiel a su determinación: “Pues sí, mamá. Entre otras manifestaciones de intimidad hago eso con el hombre al que amo”. Entonces la señora tomó una cacerola y con ella le propinó a su hijo un tremebundo golpe en la cabeza. “¡Madre! -exclamó el muchacho, al mismo tiempo asombrado y dolorido-. ¿Me golpeas así porque soy gay?”. “Eso no me importa -replicó ella-. Eres mi hijo y te quiero. Si esa es tu naturaleza, si así te hizo Dios, acepto sin reservas tu preferencia sexual, y la respeto. Tendrás siempre mi amor y mi total apoyo. El cacerolazo te lo doy por todas las veces que me has dicho que mi comida te sabía rara”. FIN.