miércoles, 14 de enero de 2015

enero 14, 2015
Armando "Catón" Fuentes Aguirre 


El nuevo galán de Rosibel le dijo: “Quiero que sepas una cosa: espero sexo en la segunda cita”. Respondió ella: “Eres lento ¿no?”. Capronio le manifestó a su suegra que había decidido dejarse el bigote. “¿Por qué?” -preguntó la señora. Explicó el ruin sujeto: “Porque la estimo tanto, suegrita, que quiero parecerme a usted”. “¿Su nombre?”.  “Iñaki Zumalirreguirraguirrragaturri”. “¿Con acento o sin acento?”. Ovonio Grandbolier, el hombre más perezoso del condado, fue a la tienda de artículos eléctricos a devolver unos focos que había comprado. Se quejó: “Ustedes me dijeron que esos focos son ahorradores de energía, pero también tengo que levantarme a apagarlos, igual que con los otros”. El antropófago se comió a un alambrista de circo. Su médico le había recomendado una dieta balanceada. Tetina, joven mujer de mucha pechonalidad, le preguntó molesta a su novio: “¿Por qué nunca me miras a los ojos?”. Contestó él: “Porque no los tienes en las bubis”. El cuento “La cacerola” es uno de los más rojos que en esta columneja han aparecido. Yo mismo sentí al escribirlo un escrúpulo que no había experimentado desde que en mi primera juventud fui a ver el film “Las tentadoras”, de Louis de Funès, en función de media noche en el Cine Saltillo. Ese execrable chiste, “La cacerola”, verá la luz aquí el próximo viernes, o sea pasado mañana. Las personas con tiquismiquis de pudicia deben abstenerse de leerlo si no quieren correr la misma suerte de doña Tebaida Tridua, censora de la pública moral: lo leyó la ilustre dama y fue poseída por una temblorina que aún le dura después de dos semanas, y que hace que sus pompas, al chocar una con otra, suenen como el enorme gong que un musculoso atleta hacía sonar al principio de las películas de J. Arthur Rank. ¡No se pierdan mis cuatro lectores ese sicalíptico relato!... Algunos me tacharán de simplista. Y a lo mejor lo soy, pues para mí 2 más 2 son 4, lo blanco es blanco y lo negro es negro. A riesgo de parecer elemental, poco ducho en cuestiones de economía, sociología y política, diré que en mi opinión lo que hoy por hoy estamos viendo en México -violencia generalizada, inseguridad, terribles crímenes, irritación popular- tiene como causa primera la pobreza. Diga lo que diga la utópica propaganda oficialista lo cierto es que el número de pobres ha crecido, y rebasa ya la mitad de la población del país. En la medida en que esa tasa crezca, y en que la pobreza llegue a ser miseria, aumentarán el número y la intensidad de esas manifestaciones que no sólo han llamado ya a la puerta del Palacio Nacional, sino que la han quemado, y que ahora amagan -cosa que nunca antes se había visto- las instalaciones del Ejército. Los incontables males que derivan de la pobreza se pueden evitar con dos bienes. Los nombres de ambos empiezan con la letra e: educación y empleo. Sin embargo nos encontramos en un círculo vicioso por el cual muchos de quienes deberían educar atentan contra la educación, y algunos que se quejan de la falta de oportunidades provocan violencias que ahuyentan las inversiones que podrían crear empleos. Dichas las cosas de otro modo, estamos ligeramente jodidísimos. No sólo no se ve la luz al final del túnel, sino que ni siquiera el túnel se ve ya. En estas condiciones todo se puede esperar, especialmente lo inesperado. Babalucas fue invitado a visitar una ganadería de reses bravas. En el campo bravo un toro lo embistió en tal modo que fue grande milagro que no lo enviara al otro mundo. Lacerado, echando sangre por todos los orificios naturales de su cuerpo, hecho un guiñapo, llegó el badulaque a donde estaba el ganadero. “¡Qué barbaridad! -exclamó el hombre, consternado-. ¿Te cogió el toro?”. Respondió Babalucas con voz feble: “¡Nomás eso le faltó al desgraciado!”. Dijo el mayoral de la ganadería: “Yo le advertí al señor que no se le acercara, pero no me hizo caso”. Declaró Babalucas, gemebundo: “No sé por qué me atacó el animal. Soy enemigo de las corridas de toros, y además vegetariano”. El encuestador le preguntó a doña Facilisa: “¿Practica usted el sexo seguro?”. “Claro que sí -contestó ella-. Siempre espero a que mi marido salga de viaje antes de ponerle el cuerno”. FIN.