martes, 16 de diciembre de 2014

diciembre 16, 2014
MADRID, 16 de diciembre.- Los romanos eran gente práctica, muy práctica. Le buscaban soluciones a todo lo que concernía a sus vidas. A lo humano y lo divino. Pero sobre todo, vivían muy preocupados por su vida cotidiana: desde sus fiestones y saraos (vamos, que el género fuera bueno) a las pinturas y aceites para las chicas o los geles de baño (que se lo pregunten a Cleopatra y Marco Aurelio); por tener unos esclavos bien aseados y limpitos, que fueran gente abierta (se lo imaginan), que no tuvieran problemas en irse a la cama (acompañados, se entiende)... Y para no seguir con esta retahíla de vida civilizadísima fueron los primeros en dotar a sus casas y ciudades de agua corriente y aseos, para señores y señoritas.

"Cuidado con el perro".

Pero ademas, había cosas que también les preocupaban mucho: uno, llevarse bien con sus dioses (bueno, en eso hicieron lo que hemos hecho todos) y también le tenía un terror terrible a la mala suerte (¡y quién no!) al mal fario (y eso que no se cree que hubiera gitanos entre ellos) y a la envidia. Es decir, que andaban todo el día tocando madera, aunque fueran más bien ateíllos o, por lo menos, agnósticos. Como bien se desprende de un estudio de la Universidad Carlos III de Madrid, que asegura que estos famosos mosaicos no los hacían por amor al arte ni por dejar una casa bonita a la descendencia, sino para ahuyentar los malos augurios.


«Con esta investigación pretendíamos conocer cómo se representan estas creencias en los mosaicos romanos de todo el Imperio», indica la profesora de Historia Antigua de la UC3M, Luz Neira, coordinadora del equipo de doce investigadores que acaba de publicar sus conclusiones en el libro «Religiosidad, rituales y prácticas mágicas en los mosaicos romanos» (CVG, 2014).

Además, los mosaicos no solo fueron una obra de arte, sino también algo así como un dazibao, esos periódicos murales chinos que reflejan la actualidad (sobre todo política y social de sus quehaceres cotidianos). Así lo hicieron los romanos, que hicieron (sabiéndolo o no) de los murales una especie de diario en el que han dejado constancia de cómo eran, cómo soñaban y cómo vivían.

«Las representaciones más habituales versan sobre el matrimonio, los sacrificios (el acto ritual de religiosidad por antonomasia), o escenas contra el mal de ojo y que intentan proteger contra la envidia», continúa la profesora Neira. Los mosaicos revisten «un efecto apotropaico», es decir, se cree que eran una suerte de mecanismo de defensa en la superstición romana para alejar los malos espíritus.

Para protegerse del mal de ojo, por ejemplo, recurrían a la representación del ojo atravesado por una lanza y rodeado de animales, en algunos casos con inscripciones. Para disuadir a los envidiosos, en los vestíbulos de las casas se situaban imágenes de personajes de la mitología con falos prominentes o escenas que los ahuyentaran, como un mosaico en la isla de Cefalonia donde aparece representado el envidioso como alguien que está retorciéndose y estrangulándose a sí mismo por la envidia que le produce la casa que está contemplando.

Los mosaicos fueron realizados a lo largo y ancho de toda la civilización y nos llevan a pensar que se realizaron a lo largo de toda su historia, pasando de abuelos a hijos y de hijos a nietos. «Esto es muy importante porque documenta la pervivencia de ciertas costumbres que procedían del imaginario pagano», finaliza Luz Neira. (ABC)