jueves, 11 de diciembre de 2014

diciembre 11, 2014
Daniel Humberto Rosas

Estimables “Alumnos hartos de lo mismo”:

Antes que nada, permítanme ofrecer una disculpa por si ocurriera que en mis letras encuentren ideas que, a su susceptibilidad, pudieran resultar ofensivas. Sepan de antemano que no es mi intención faltar el respeto a ninguno de ustedes.

Al mismo tiempo, deseo extenderles mi sincero agradecimiento por tomarse la molesta de dedicar momentos de sus días a observar el quehacer de un servidor, y por extender las observaciones y opiniones que en un par de ocasiones han solicitado publicar en este portal (http://bit.ly/1AgVP2X y http://bit.ly/1x3CbtR entre algunos otros). Tengan por seguro que es la crítica de personas como ustedes, de donde tomo el combustible para mantenerme en constante evolución y mejora. Si realmente me conocen, y si han sido mis alumnos, algunos de ustedes recordarán que al final de mis cursos acostumbro pedirles una opinión, precisamente para mejorar la impartición de mis clases frente a generaciones futuras. Lamento que hayan sido ustedes alumnos de mis primeras experiencias de cátedra en cursos en la UADY. Jamás imaginé que mis estrategias de enseñanza, hasta cierto punto efectivas frente alumnos de la UNAM, fueran tan poco compatibles en esta facultad. La experiencia viene con la práctica.

Después de este preámbulo, y entrando en materia de lo que acontece esta aclaración, me permito comenzar citando al filósofo científico Karl Popper con la siguiente frase: "La verdadera ignorancia no es la ausencia de conocimientos, sino el hecho de negarse a adquirirlos".

Tomando este referente, dedicaré unos minutos a aclarar algunas de las aseveraciones que, tristemente, asumen como ciertas, esperando que tengan la capacidad de analizar mis puntos de vista y las evidencias que intentaré exponer.

Comenzaré con el punto del horno de microondas. El amable lector que haya encontrado interés en toda esta sarta de cartas anónimas, con justa razón se estará preguntado ¡por qué tanto alboroto por un horno? Y bueno, he de explicar, a falta de consideración de nuestros “Alumnos hartos de lo mismo” para con el lector, que el famoso equipo no es uno como el que tenemos en nuestras casas, ese con el que hacemos las palomitas. No, el equipo es un tanto más sofisticado. Sirve para procesar muestras para realizar análisis químicos. Y no voy a dar cifras, para no herir más susceptibilidades, pero dos mantenimientos anuales de este equipo, prácticamente costearían un carrito modesto del año. No sé ustedes, pero a mí me suena a bastante dinero, considerando la situación económica de mi país y que ese dinero proviene de los impuestos que pagamos cada uno de los mexicanos.

Hasta donde yo recuerdo, la UADY es una dependencia pública, que depende en gran medida del presupuesto nacional. Yo me forjé en una universidad también pública, donde desde temprana edad me inculcaron el cuidado de los recursos disponibles. Bajo esa formación, al ser nombrado Responsable del Laboratorio de Espectroscopia Atómica de la Facultad de Química de la UADY, realicé un análisis de los gastos corrientes de este laboratorio. Más del 80% del presupuesto del mismo se destinaba a gastos de mantenimientos de equipos que, en muchas de ocasiones, no incluyen cambio de piezas, es decir, si se friega lo pagas, además del mantenimiento. Consta en contratos y facturas.

A principio del 2014 los mantenimientos tenían que renovarse, y fue entonces cuando platiqué con el Secretario Administrativo sobre la posibilidad de dejar de pagar por este año algunos de los mantenimientos, con la finalidad de reducir gastos a la facultad. Total, los equipos no habían fallado en años anteriores. Sin embargo, Murphy nunca se equivoca y, a principios de noviembre el dichoso horno se descompuso.

Aquí voy a terminar destruyendo la primera de algunas de las varias ideas falsas de estos “Alumnos hartos de lo mismo”, aunque les voy a dar algo de crédito, porque quizás su inexperiencia y falta de conocimientos al respecto pudiera haber sido causa de tan disparatadas conjeturas. Lo expondré a manera de incisos: a) el horno de microondas es un instrumento electrónico; b) todos los equipos con partes electrónicas pueden sufrir daños en sus circuitos por picos en la corriente eléctrica; b) en la Facultad de Química ha habido una serie de fluctuaciones eléctricas que para nada dependen de la Administración de la Facultad (no faltará la mente conspiradora), sino de la Comisión Federal de Electricidad; y c) (quizás el inciso más revelador) durante todo este año, un servidor no ha realizado un solo proceso en dicho equipo, todas las veces que ese equipo se empleó fueron a cargo de la Mtra. Salett Novelo e inclusive la Dra. Tania Coral, a quienes admiro y estimo mucho. Y sin embargo, bajo el entendimiento de todo lo anterior, jamás les reclamé la descompostura desde mi puesto de Responsable de Laboratorio.

Si he de admitir una culpa en este punto, esa debería ser el intentar revisar el origen de la falla, todo ello apoyado, obviamente, por un técnico experto en equipos semejantes y mis conocimientos en electrónica. Esa es una práctica muy común en los laboratorios en los que trabajé dentro de la UNAM, en donde pocas veces se invierte tanto dinero en mantenimientos preventivos, salvo algunas excepciones de laboratorios certificados. Generalmente en aquellos laboratorios se cuenta con un fondo para descomposturas, o los mantenimientos preventivos se realizan en planes menos periódicos que los contratados antes de mi llegada a este laboratorio. He de aclarar que sí, fallamos en el diagnóstico de la avería, y al solicitar la revisión por un técnico “oficial”, éste estaba tan acostumbrado a la descompostura de esos equipos, que además de traer la pieza que yo consideraba necesario reemplazar, traía en su kit de refacciones una pequeña piececita que reemplazó en treinta minutos y dejó funcional el equipo. Aquí en mis manos tengo la hoja de servicios que avala lo que digo. Este año ese equipo costó, con esta última reparación, poco más de diecisiete mil pesos (que incluyó los boletos de avión, el servicio de reparación y la piececita de ciento cincuenta pesos), y no los más de sesenta que hubiera costado el mantenimiento preventivo.

Así como esta inspección que realicé al dichoso horno de microondas, he llevado a cabo reparaciones menores en los equipos de absorción atómica, el refrigerador de reactivos y el mismo ICP-MS, entre muchas otras. Siempre apoyado de técnicos y cuya ayuda ha permitido no movilizar a personal desde la Ciudad de México con el coste económico que eso pudiera implicar, la mayor parte de las veces por cambios de configuración en piezas que sólo una persona que comprende el funcionamientos básico de los equipos puede llevar a cabo. La Mtra. Salett no me dejará mentir.

En este punto exhorto a la administración de esta facultad, como lo he hecho en otras ocasiones en reuniones personales dentro y fuera de la institución, a buscar los medios necesarios para mantener vigente un fondo que permita subsanar este tipo de eventualidades, que sin duda permitiría disminuir los gastos corrientes y eventualmente, de no emplearse dicho fondo, podría servir para invertir en equipo nuevo para beneficio de nuestros estudiantes.

La siguiente idea errónea que quisiera aclarar, es la de la “preferencia” (o consentimiento, como dirían estos “Alumnos hartos de lo mismo”) que pudiera tener la Administración para con un servidor. No voy a negar que dentro de ese grupo he encontrado buenos compañeros con los que he podido intercambiar muchas ideas de trabajo, pero sobre todo, buenos amigos que me han ayudado a sobrellevar la ausencia de la familia y mis seres queridos, a quienes tuve que abandonar por un proyecto de vida que comenzó hace más de ocho años, cuando conocí por primera vez Yucatán. Es por ello que muchas veces me han visto y me verán intercambiar saludos, conversaciones y, por qué no, carcajadas y hasta algunos buenos albures, tan típicos de los yucatecos.

En fechas recientes, acercándome al Dr. Chin, Coordinador de Licenciaturas, para preguntar sobre el por qué no se nos había invitado a participar, a la Mtra. Salett y a un servidor, en la impartición de un curso durante la Semana de la Química, me argumentó que en esta ocasión querían hacer un programa cuyos cursos no fueran extensión de las asignaturas que los alumnos cursan en esta Facultad. Situación que me pareció inteligente y que justificó que no se nos invitara, dado que el año pasado habíamos impartido un curso que pudiera haber sido considerado como extensión de una clase que ya se imparte. En esa misma plática, el Dr. Chin me mencionó que aún había un cupo para un ponente, pero que este tenía que ser externo, pues al parecer alguien más había cancelado su participación y ya estaba destinado el recurso del traslado y hospedaje del ponente. Dada la premura por encontrar a alguien, le propuse invitar al M. en C. Alfredo Rosas, hermano mío, y a quien el Dr. Chin había conocido en el Congreso de la Sociedad Química de México en septiembre pasado. No es fácil convencer a un profesionista a impartir un curso con tan poco tiempo de antelación, él mismo debe preparar material y presentaciones para impartir una buena experiencia, a grado tal que el Mtro. Alfredo trajo sus propios reactivos para impartir el curso.

Ninguno de ustedes, estimables “Alumnos hartos de lo mismo”, tomó el curso que mi hermano impartió y que, a decir por aquellos que lo presenciaron, fue todo un éxito, que además quedó demostrado en el también exitoso “coffe meeting”, organizado por Sección Estudiantil de la Asociación Farmacéutica Mexicana. Es irónico que ustedes, “hartos de lo mismo”, no hayan aprovechado esa experiencia, pues la química que el vino a compartir jamás la vivieron en toda su carrera. No, apreciables “Alumnos hartos de lo mismo”, esto no fue una reunión familiar. A él no se le pagó nada que no fuera lo básico para que un ponente del exterior venga a compartir sus conocimientos, ni un peso más. Y si un gasto extra se hizo durante su estadía, el dinero lo puso él o lo puse yo, con ni un solo peso extra del presupuesto de la Facultad.

De por sí bastantes personajes exprimen dineros de las arcas de nuestro cada día más desesperado México, como para permitirme ese vicio. Inclusive algunas veces pongo de mi propio presupuesto para comprar algunos materiales como en la Feria de la Ciencia y Tecnología de este año, en donde no pude facturar un par de gastos, gastos que hago con mucho cariño.

Otro punto expresado por ustedes y que desearía argumentar, es aquel en el que me describen como uno de los maestros más detestados de esta Facultad. Esta idea la dejaría a consideración del resto de los que han sido mis alumnos. Pudiera decir, y consta en mis evaluaciones docentes, que no he sido ni el mejor ni el peor profesor que ha pisado esta escuela. Mi promedio en evaluaciones ronda la media. De lo que estoy seguro, es que mi experiencia docente en los primeros semestres no fue la mejor de mis experiencias frente a un grupo. Parte de la razón ya la expuse. De donde vengo y en donde me eduqué, los profesores suelen hablar a los alumnos de una forma muy cruda cuando un estudiante no da el ancho de alguien que cursa una licenciatura. Esa forma de dirigirse a los alumnos provocó que algunos de ellos desertaran de la carrera, y cuento con magníficos excompañeros que a buen tiempo entendieron que lo suyo no era la química. Algunos son hoy en día exitosos empresarios, músico o artista en áreas que nada tiene que ver con nuestra ciencia. Algunos otros escuchamos en aquellas fuertes palabras una motivación a hacer de nuestra carrera estudiantil una mejor experiencia cada día. A mí me funcionó que fuesen duros y críticos aquellos entrañables profesores para seguir en el camino. Con algunos de aquellos mantengo una estrecha relación como algo a lo que me atrevería llamar amistad. Jamás creí que esa forma de dirigirse a los alumnos de esta Facultad fuera tan ofensiva.

Recuerdo muy bien aquella historia que conté en alguna clase aquí en UADY sobre el taquero que, siguiendo una receta, sabe hacer buenos tacos, con la intensión de explicarles que ustedes no están cursando una licenciatura para seguir recetas de laboratorio, sino para crearlas, y para eso se necesita pensar y saber mucha química. Esa historia quedó muy grabada en algunos de ustedes como una ofensa, y les ofrezco hoy una disculpa por haberles hecho sentir tan mal. Si soy buen o mal profesor o investigador, eso sólo el tiempo lo dirá, no un grupo de estudiantes que, a mi consideración, se autovictimiza y culpa a todo un sistema por no encontrar su rumbo dentro de una carrera profesional. Una vez más, agradezco sus opiniones, aprendo mucho de ellas, pero también los invito a que hagan un ejercicio de introspección para que vean qué es lo que están haciendo mal. Yo lo hago todo el tiempo, y puedo contarles que cada vez me detestan menos alumnos. No hay día que alguno no me detenga para platicar como un alumno a un profesor o como un amigo a un amigo, y esto último no tiene precio. Ojalá que algún día lo puedan vivir.

Otro punto es aquella “menuda estupidez” mía al andar por la vida con la filosofía de “no reprobar bajo ninguna cuestión a los alumnos”. Recuerdo también aquella plática que tuve con algunos de ustedes en los que hacíamos referencia a aquellos profesores que platican sobre sus altos porcentajes de reprobación como trofeos de batalla. Todos conocemos al menos a uno, no lo podemos negar. Pero creo que mis palabras las sacaron de contexto. Yo jamás apruebo a alguien que no haya dado lo mínimo necesario para acreditar una materia, y yo me encargo de que lo den. Tampoco pongo la más alta calificación así porque sí. De hecho, recuerdo muy bien aquella escena en la que al final de un semestre, un grupo fue a reclamarme porque consideraban que habían dado el todo por desarrollar proyectos que les había evaluado “mal” (aunque nadie sacó menos de ochenta puntos), pero que a consideración de las rúbricas, no cumplían los requisitos. Hubo hasta quien lloró de coraje ante mi “injusticia”. Los invito a que se den una vuelta por el laboratorio para que les presuma la calidad de los trabajos que se desarrollaron este semestre, y para que les platique de aquellos alumnos que se han reprobado solos. Aprendí de aquellos errores y mejoré en esta ocasión mis formas de expresar los requisitos para acreditar una asignatura, aunque aún hay mucho por perfeccionar.

Desearía seguir escribiendo todas las razones necesarias para hacerles entender que cada una de las ideas que exponen es en parte errónea, y que no las han analizado con las neuronas, sino con las tripas. Algo que muchas veces evité que hicieran en clase y que tristemente malinterpretaron. Sepan, jóvenes, que allá afuera el mundo es mucho más cruel del que imaginan en esta Facultad, que allá no podrán ocultarse en el anonimato para hacer una reclamación, porque nadie los tomará en cuenta; que el llevar el sustento a casa dependerá de su capacidad de adaptación en su área laboral; que las envidias, los corajes y los celos serán el menester de cada día. Aprendan a vivir con ello, a enfrentarlo, a proponer ideas nuevas para que las situaciones mejoren, pero sobre todo, a asimilar todo lo bueno de cualquier situación, por adversa que parezca. Aprendan a conciliar, a llegar a acuerdos. Aprendan a dar la cara.

Como futuro colega les invito a que se deshagan de esa moralina, que en lugar de permitirles aprovechar una experiencia enriquecedora, les ciega los ojos y los pone a casar brujas. Es curioso que en uno de sus mensajes hagan referencia a que son los supuestos rencores que imperan en la administración, el motivo por el cual ustedes no se pueden desarrollar, cuando es evidente que han sido sus propios rencores los que les ponen las trabas. Los invito a que se acerque a la administración de la Facultad, a que expongan sus casos puntuales. Tengan por seguro que no habrá represalias, que con mucho gusto se buscarán soluciones a sus problemas. Allí les explicarán por qué tal o cual proyecto no ha podido despegar, muchas veces es responsabilidad del investigador por mera cuestión burocrática. Yo mismo me he puesto la soga al cuello en un proyecto por no haberlo registrado a tiempo, pero ya trabajo en ello.

Dejemos de esparcir el chisme por los pasillos, nada sano nos generará. Actuemos como los profesionales que deseamos ser. Antes de pedir la renuncia de cualquier funcionario, analicen sus propios argumentos y cuestionen su participación en el que las cosas no funcionen como ustedes desean. Quizás ustedes son parte de lo que creen es un problema. Infórmense, pero no con chismes. Tengan por seguro que mejores argumentos tienen en la Administración de la Facultad para hacerles ver que sufren demasiada desinformación. Si se presenta de manera adecuada a solicitar la información que solicitan, se les proporcionará sin ningún problema. Participen civilizadamente.

Me encantaría poder intercambiar estas ideas de una manera más civilizada, pero al cruzarme con algunos de ustedes por los pasillos y observar tristemente que no tienen siquiera el valor para mirarme a los ojos, comienzo a entender que mi deseo queda reducido a una simple utopía. Por eso, no espero más que la próxima publicación en este medio y aclaro que de mi parte no volverán a recibir respuesta. Bastante circo tiene este pobre país, como para permitirme ser otro payaso, como lo mencionan en otra de sus cartas.

Hasta entonces, reciban un cordial saludo.

Daniel H. Rosas

NOTA FINAL: Esta carta la he escrito a carácter personal y con la firme convicción de que me estoy dirigiendo a alumnos. No lo hago con el afán de mejorar mi reputación, de eso me encargo yo en el salón de clases, en el laboratorio, en los pasillos. Tampoco lo hago por miedo a que me corran de esta escuela, mi proyecto de vida sólo se complementa con esta labor, siempre tengo abiertas otras opciones. Si la he escrito, lo hago por recomendación de algunos compañeros, alumnos y amigos, y porque considero que es necesario motivar al estudiante a formar parte activa de la mejora educativa e institucional, siempre por los medios adecuados, dando la cara y proponiendo soluciones; ya lo expresé en una carta anterior reproducida por este mismo medio. Esta carta la he escrito, pensado en argumentar las ideas de algunos alumnos. Pero si ha sido un profesor quien ha dedicado parte de su vida en escribir esas ideas e intentar atacar a la administración de la Facultad de Química con mi persona, no le pido, le exijo que madure y frene esta absurda triquiñuela, que en lugar de mejorar la vida académica de esta Facultad, sólo la daña de manera absurda. ¡Pongámonos la camiseta!