lunes, 22 de diciembre de 2014

diciembre 22, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Astatrasio Garrajarra llegó a su casa a las tres de la mañana, cayéndose de borracho. Cuando abrió la puerta ahí estaba la mujer, enojadísima. “¡Qué barbaridad! -le dijo hecha una furia-. Otra vez así. Esto ya no lo aguanto. Yo soy la que tiene que soportar esas borracheras; hacer el almuerzo especial para la cruda; lavar la ropa, que viene toda manchada, y para colmo aguantar necedades de borracho en mi recámara. Dije que me iba a ir de la casa si esto volvía a suceder, y me voy”. Así diciendo la mujer tomó su maleta y salió de la casa. Astatrasio, lleno de tristeza, subió lentamente la escalera, entró en la alcobay le dijo a su señora: “Vieja: ya se nos fue la muchacha”... El estricto paterfamilias vio que eran las 11 de la noche y su hija no había despedido aún a su novio, con quien estaba platicando en el jardín. “Rosibel -le dijo por la ventana-, es hora ya de ir a la cama”. Intervino el novio de la muchacha: “Lo mismo le estoy diciendo yo, señor, pero no la puedo convencer”... Doña Gorgona quedó insatisfecha con el retrato que le hizo el pintor. Comentó con disgusto: “No me hace justicia”. “Señora -replicó el artista-. Usted no necesita justicia; necesita misericordia”... Susiflor se iba a casar. Su mamá le dijo: “Creo que Mercuriano será un buen marido”. “¿Por qué lo crees?” -preguntó ella. Respondió la señora: “Es vendedor. Está acostumbrado a recibir órdenes”... Después de oír el sermón dominical Dulcilí le dijo a la amiga que la acompañaba: “Quizá sea cierto eso de que no hay nada nuevo bajo el sol, pero bajo la luna yo aprendo cada noche cosas nuevas”... El problema de México no es de hombres. De nada serviría quitar a éste para poner a este otro. Casi todos -por no decir que todos- los políticos están cortados por la misma tijera. Nuestro problema es de instituciones. Al paso del tiempo se han corrompido o desvirtuado, y se ha socavado así el cimiento de la vida nacional. Lo que está sucediendo servirá -ya lo estamos viendo- para que los ciudadanos asumamos un papel más vigilante y participativo en la vida nacional. Eso, y no actuar a la desesperada, es lo que en esta hora difícil le conviene a nuestro país... Cuitlazintli, joven indio en edad casadera, estaba en vísperas de desposar a Petlazulca, indita de muy buen parecer. Fue el muchacho al pueblo en día de mercado y vio una tela que le gustó para hacerse con ella un taparrabos. Le pidió al marchante que le vendiera medio metro, suficiente para hacer la prenda, pero el hombre le dijo que la tela sólo se vendía por metro. Así, mal de su grado, el mancebo hubo de comprar el metro completo. De regreso en su casa cortó la tela en dos partes: con una se hizo el taparrabos, y guardó la otra parte para hacerse otro y estrenarlo el día de sus desposorios. Muy orgulloso salió luciendo aquella flamante cobertura, y fue a enseñarle el taparrabos a su novia. La halló en las afueras de la aldea lavando ropa en la clara corriente de un arroyo. Corriendo fue hacia ella -se le zangoloteaba todo-, pero en la prisa no se percató de que el taparrabos se le había atorado en la espinosa rama de una zarza, de modo que el desdichado llegó junto a su novia sin cosa alguna que le cubriera lo que de consuno la moral y la civilidad demandan que se cubra. Le dijo con orgullo a la muchacha: “Mire lo que tengo, Petlazulca”. Ella, de rodillas sobre el lavadero, volvió la vista y vio lo que sus ojos de doncella jamás habían mirado. Con turbación apartó la vista y la fijó otra vez sobre la piedra en que lavaba. “¡Que mire, le digo!” -repitió él, imperativo. La muchacha, confusa, obedeció la orden y miró de soslayo. Cuitlazintli, pensando en la calidad y color de la tela con que se había hecho el taparrabos, le preguntó a su novia: “¿Le gusta?”. “Sí” -respondió ella ruborosa. Le dijo entonces el galán: “Y p’al día que nos casemos le tengo reservado medio metro más”. Un mexicano viajó a Madrid. Bien pronto se le acabó el dinero que llevaba -400 pesos- y se vio en graves apuros, tanto que no tenía ni para comer. Inútilmente buscó empleo: no lo halló. A punto de fenecer de hambre pasó por un restorán a cuya puerta había un cartel: “Estamos contratando”. Entró y le pidió trabajo al encargado. Le informó éste: “El único empleo que tenemos es de pinche”. Replicó ansiosamente el mexicano: “Aunque sea de hijo de la chingada, pero contráteme”...  FIN.