lunes, 8 de diciembre de 2014

diciembre 08, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre 


Esta columneja se compone hoy de tres elementos: un inane chascarrillo, una pregunta lacónica y ociosa y un cuento de subidísimo color. El chascarrillo del principio no tiene mucha gracia; mis cuatro lectores bien podrían ahorrarse su lectura. La pregunta no habrá quien la conteste, por eso digo que es ociosa. Y el cuento de subidísimo color nadie debería leerlo. Pero en fin, he aquí los tres elementos. Va primero el inane chascarrillo... Un maduro caballero salió de la cantina haciendo eses. Cae que no cae se las arregló para llegar a su automóvil, e hizo varios intentos infructuosos por abrir la puerta, pues no atinaba a meter la llave en la cerradura. Un oficial de tránsito que pasaba en su patrulla vio aquello. Detuvo su vehículo, fue hacia el beodo y le preguntó con severidad: “¿Piensa usted manejar su automóvil en el estado en que anda?”. “¡Claro que sí! -respondió con tartajosa voz el temulento-. ¡Estoy demasiado borracho para caminar!”... Sigue ahora la pregunta lacónica y ociosa... Está bien, señoras y señores radicales: que renuncie Peña Nieto. ¿Y luego?... Viene finalmente el cuento de subidísimo color... Ésta era una familia de campesinos formada por el padre, la madre, y tres hijos varones. Todos vivían gracias a la protección de un hada madrina que los preveía de todo lo necesario. Cierto día el jefe de la familia despertó y vio por la ventana algo que lo llenó de angustia: el hada madrina yacía en el prado, muerta. Pensó el hombre que no iba a poder ya sostener a su familia; buscó un árbol y se suicidó colgándose de una de las ramas. Poco después la madre despertó y vio en el prado al hada ya sin vida y a su marido muerto. Desolada fue hacia el árbol y se colgó también. Pasó media hora y el hijo mayor se levantó. Vio que el hada había muerto y miró en la rama del árbol a su padre y su madre. Poseído por el dolor se dirigió al río con intención de ahogarse. Cuando llegó a la orilla, sin embargo, vio ahí a una hermosa nereida de las aguas. La bella ninfa lo llamó y le preguntó que le sucedía. Respondió el desdichado: “Murieron mis padres y pereció el hada que nos mantenía. Me voy a echar al río para morir también”. “No lo hagas -le dijo la nereida-. Los dioses del agua me dieron la facultad de obrar prodigios. Si me haces el amor cinco veces seguidas resucitaré a tus padres y al hada”. El joven se empeñó con todas sus fuerzas en obsequiar el erótico deseo de la nereida, pero no pudo hacerle el amor más de tres veces. Entonces la airada ninfa lo ahogó sumergiéndolo en las aguas. En eso el segundo hermano despertó. Vio a sus padres muertos, al hada sin vida allá en el prado, y a su hermano igualmente difunto junto al río. Loco de pena fue él también a lanzarse a las turbulentas aguas. La nereida lo detuvo y le dijo lo mismo que a su hermano: si le hacía el amor cinco veces seguidas haría que sus padres y su hermano volvieran a la vida, lo mismo que el hada. El muchacho quiso cumplir el capricho de la insaciable ninfa, pero sólo pudo hacerle el amor cuatro veces. En la quinta no pudo ya seguir. La nereida, entonces, lo ahogó en las aguas lo mismo que a su hermano. Despertó el hijo menor, fornido mocetón en flor de edad, y vio aquel funesto espectáculo: sus padres en el árbol, muertos; en el prado, sin vida ya, el hada, y a la orilla del río sus hermanos, ahogados ambos. Fue hacia la corriente con intención de morir en las aguas él también. Pero la ninfa lo detuvo y le dijo lo mismo que a los otros: “Si me haces el amor cinco veces seguidas haré que tus padres resuciten, y que vuelvan a la vida tus hermanos y el hada”. El muchacho se extrañó sinceramente: “¿Cinco veces nada más? Es poco para mí. Si quieres puedo hacerte el amor diez veces seguidas, y aun más”. “¿Diez veces? -se asombró la nereida-. Lo dudo. Pero acepto tu ofrecimiento, y te prometo que si me haces el amor diez veces haré que resuciten tus padres, tus hermanos y el hada”. El robusto mocetón empezó a despojarse de su ropa a fin de proceder a lo acordado. Pero en ese momento una duda lo asaltó. “Espera -le dijo a la nereida-. Si te hago el amor diez veces seguidas ¿qué garantía tengo de que no te sucederá lo mismo que  esta mañana le sucedió al hada?”... FIN.