miércoles, 17 de diciembre de 2014

diciembre 17, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


“Doitor -le dijo el rancherito al médico veterinario-. Mi burro Jumentino está muy malo. No sé qué le sucede”. “Hay una epidemia de fiebre en equinos -contestó el facultativo-. A lo mejor eso es lo que tiene tu burro. Llévate este supositorio, pónselo en el recto, y avísame mañana a ver cómo sigue el animalito”. Regresó el ranchero a su jacal e ipso facto fue por el burro para ponerle el supositorio. Con atención concentrada le buscó por un lado, por el otro, por todos lados. Al fin le dijo muy molesto: “¡No te muevas tanto, Jumentino, que si no te encuentro ese tal recto te voy a meter esta medecina ya sabes por dónde!”. El impertinente galanteador  trató de abordar en la calle a una guapa muchacha. “¿Te acompaño, chula?”. Ella se molestó: “¿Cómo se atreve a hablarme así? -le dijo-. ¿Qué no es usted casado?”. “No, preciosa -respondió el majadero con cínica sonrisa-. Nada más los pendejos se casan’’. “Ah, perdone, me equivoqué -le dijo entonces la muchacha-. Es que tiene usted cara de casado”. Y a todo esto ¿por qué el sexo se llama sexo? Porque la palabra es más fácil de deletrear que: “¡Ah! ¡Oh! ¡Mmmm! ¡Ayyy! ¡Uff! ¡Hmppfff! ¡Yaaarggghhh! ¡Yiiiii! ¡Uhrgggh! ¡Yaaaa! ¡Ohooooo! Y finalmente: ¡Aaaaaaaaaah!”. En el restorán el mesero le dijo al impaciente parroquiano: “No se desespere, señor. Su pescado vendrá en un momento”. Preguntó el irritado cliente: “¿Qué tipo de anzuelo están usando?”. Comentó cierto señor: “Si no fuera por las guerras no sabríamos nada de geografía”. Una señora le dijo a otra: “Estoy muy preocupada. Me enteré de que mi niña juega al papá y a la mamá con el hijo de la vecina”. “Vamos, vamos -la tranquilizó la amiga-. Eso es algo normal. Yo no me preocuparía”. “No sé -respondió la señora-. El caso es que el marido de mi niña ya la quiere dejar”. Don Inepcio se quejaba con su mujer de ciertas fallas que observaba en su intimidad conyugal. “Por ejemplo -le reclamó-, nunca me dices cuando gozas haciendo el amor”. “¿Y cómo quieres que te lo diga? -protestó ella-. ¡Las veces que lo gozo tú no estás presente!”... Con el escudo de la muerte ajena los activistas de Guerrero están cometiendo infamias que nadie se atreve no ya a reprimir, sino ni siquiera a mencionar. Los comentadores que ponen el grito en el cielo, en la tierra y en todo lugar si alguno de esos manifestantes es tocado aun con el pétalo de una rosa, vuelven la vista hacia otro lado y callan acciones terribles como esa de haber obligado a una docena de personas a desfilar con las manos atadas y llevando al cuello un letrero degradante. Estamos viviendo una especie de dictadura del proletariado por la cual todo exceso es permitido y se tolera toda ilegalidad. La aplicación de la fuerza del Estado para imponer el orden es objeto de condena -se le llama represión-, en tanto que la violencia de los manifestantes tiene libre curso, y es condonada, y aun a veces aplaudida. No hemos aprendido aún a ejercitar esa forma de la justicia que se llama equidad. Si nos preciamos de ejercer la crítica debemos pasar por el mismo rasero las acciones de unos y otros. Se puede tomar partido, sí, pero sin faltar a la verdad ni incurrir en culpables ocultamientos o deformaciones. Entonces dejamos de ser periodistas para convertirnos nosotros también en activistas. Y como dijo Perogrullo: una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Celiberia Sinvarón, madura señorita soltera, le comentó a una amiga: “Ya estoy cansada de esas llamadas telefónicas obscenas”. La amiga se inquietó: “No sabía que has estado recibiendo llamadas telefónicas obscenas”. “No las he estado recibiendo -aclaró la señorita Celiberia-. Las he estado haciendo”. Babalucas le preguntó a una señora: “¿Qué autobús me lleva al estadio?”. Le informó ella: “El 115”. Por la tarde la señora volvió a pasar por esa misma esquina. Ahí seguía Babalucas. Le preguntó la mujer: “¿No fue al estadio?”. “Para allá voy -respondió el badulaque-. Pero apenas han pasado 110 autobuses”. La esposa de Empédocles Etílez le reclamó a su marido: “Me dijeron que estuviste en una casa de mala nota, y que te gastaste ahí 5 mil pesos en vino y en mujeres”. “¡Qué buena noticia! -se alegró el majadero-. ¡Pensé que se me habían perdido!”.FIN.