Armando "Catón" Fuentes Aguirre
Hoy es el día 12 de diciembre, fecha entrañable para millones de
mexicanos. Es la fiesta de Guadalupe, en cuya imagen reside una de las
raíces más hondas de nuestra nacionalidad. Ni india ni española es la
Gualupita, sino mestiza, como nosotros. A Juan Diego la Virgen le habló
en lengua indígena, pero los recién llegados también entendieron su
palabra, y ahora la Guadalupana es uno de los más claros símbolos de
este país de dos culturas. Quizás originalmente la Virgen no se llamó
Guadalupe. No podía llamarse así, pues dijo su nombre en el idioma
mexicano, que carece de las letras G y D. Su nombre original, indígena,
pudo haber sido “Tequatlanopeuh’’ (“La que salió de la cumbre con peñas)
o “Tequantlaxopeuh’’ (“La que apartó a quienes nos devoraban’’). Ambas
palabras tienen semejanza sonora con la expresión castellana “de
Guadalupe’’.
Los españoles, a quienes la pronunciación del náhuatl les
resultaba difícil, adaptaban las voces indígenas al modo castellano.
Así, de Cuauhnahuac hicieron Cuernavaca; de Quauhaxallan, Guadalajara.
En esa misma forma los conquistadores asimilaron el nombre de la Virgen
mexicana al de una imagen española, la Virgen de Guadalupe, venerada por
Hernán Cortés. En una de sus campañas el gran conquistador sufrió la
picadura de un alacrán, y se vio a punto de muerte por los efectos del
veneno. Invocó a la Virgen de Guadalupe -la española-, y cuando volvió a
España le regaló en Cáceres un espléndido alacrán magníficamente
labrado en oro por manos de orífices indígenas. “Vino (Cortés) a esta
santa casa año de 1528 -reza una acta que se halla en ese templo- y
truxo este escorpión de oro, y el que le había mordido dentro’’. Tan
grande llegó a ser la devoción del pueblo por la Virgen Morena que ante
ella hubo de retroceder el encono de los liberales rojos en tiempos de
don Benito Juárez. Relata Ignacio Manuel Altamirano que en 1861 las
alhajas de los templos de la Ciudad de México fueron expropiadas y
vendidas en pública almoneda. El 4 de marzo se sacaron “por orden del
gobierno’’ las de la iglesia de Guadalupe, incluido el marco de oro de
la venerada pintura de la Virgen. Dos días después todo fue devuelto por
orden del mismo gobierno, asustado ante la irritación popular que
provocó el despojo. Aunque parezca increíble existieron “masones
guadalupanos’’. Hubo una logia masónica del rito yorkino que se llamó
“India Azteca’’. Tal era el nombre simbólico y secreto que en la
fraterna orden se daba a la Virgen del Tepeyac. Cuando Carlota vio la
pintura de la Morenita le dijo a Maximiliano: “¡Qué linda imagen! Me ha
conmovido profundamente’’. Y todos entendieron lo que había dicho,
porque lo dijo en español. He aquí una hermosa copla anónima para
cantarse con música de huapango: “Las morenas me gustan / desde que supe
/ que es morena la Virgen / de Guadalupe’’. ¿A qué todas estas
consideraciones? Vienen a cuento porque México atraviesa hoy días
sombríos. Si queremos conservar la esperanza hemos de recordar nuestras
raíces, independientemente de ideologías y creencias, para confirmar una
vez más que hemos vivido peores tiempos. Nos han asolado guerras
civiles, epidemias, hambres, invasiones del extranjero, dictaduras,
crisis económicas y políticas. De todos esos males nuestro país ha
salido más fuerte, y mejor. Debemos conservar la fe en México y en lo
mexicano. Yo me conmuevo al ver las peregrinaciones de la gente a los
santuarios de la Virgen. Se confunden ahí ricos y pobres en un mismo
sentimiento de esperanza. Independientemente de factores de índole
religiosa nos debe unir el amor a la patria; hemos de trabajar por ella
para hacerla una casa más libre y, sobre todo, más justa. Si lo hacemos
nada podrá contra esa causa común -contra esa casa común- la obra de
quienes han errado el camino y le hacen daño a México. Este día es el
aniversario de la fecha en que anacrónicamente, absurdamente, el rosal
se inclinó ante el nopal, según la bella metáfora -metáfora guadalupana-
de Ramón López Velarde. Por mi humilde parte declaro que profeso
devoción de neófito (y no la oculto) por la Morenita, y que profeso amor
de niño (y no lo escondo) por mi patria. Vivirá mi país con esa fe. Con
ese amor revivirá. FIN.