jueves, 13 de noviembre de 2014

noviembre 13, 2014
Carlos Loret de Mola Álvarez / 13-XI-14

Don Rafael López Catarino se lleva la mano al corazón y casi susurra: “Era todo para mí”. Habla de su hijo Julio César, uno de los 43 normalistas de Ayotzinapa.

Cuenta que un día el joven le dijo que lo acompañara a comprarse unos zapatos. Don Rafael se llevó una sorpresa: “¡Y que me compra éstos!”, suelta con los ojos empañados. “Ya están rotitos… pero no me los quito porque con estos lo ando buscando y sé que donde quiera que esté él, me va a oír… porque para mí, él está vivo”.

Esta vez no escribo como reportero. 


Soy un padre de familia. Tengo tres hijos: Mikel, Katia e Iñaki. El más grande tiene 8 años.


Quizá alguno de ellos de joven se vuelva activista. Y un buen día llegue a casa y me anuncie que se va a la manifestación a favor de no sé qué. Sería hasta genéticamente explicable.

Tal vez por eso no recuerdo una noticia de primera plana que me haya impactado tanto en lo personal como el destino que parecen haber tenido los estudiantes de Ayotzinapa.

¿Qué clase de país es este, en el que protestar contra una pareja de impresentables políticos-criminales puede costar que te secuestren, te maten de asfixia o a balazos, quemen tu cadáver y trituren a batazos los restos de huesos, los embolsen y los lancen al río?

Desde el viernes que se presentaron los testimonios de los delincuentes y las fotografías que respaldan sus dichos estoy triste, descuadrado, dolido, indignado hasta la rabia.

Es la peor tragedia del último medio siglo. Una brutalidad como de la Alemania nazi. Nada tan grave desde la represión de 1968-1971.

El gobierno no debe dar a este expediente el trato de cualquier otro escándalo. Porque es el más terrible de todos.

Por eso no estoy de acuerdo con la gira del presidente a China. Entiendo los argumentos diplomáticos y económicos, pero le doy más peso a las razones humanas. Son estos momentos en los que se exige a los líderes que lo sean y estén con los suyos.

Por eso me parece que el respeto que le tienen los padres de los normalistas al procurador Murillo Karam debió aprovecharse en una reunión llena de compasión y comprensión para contarles qué se deduce sucedió con sus hijos, en lugar de una notificación detallada del parte de la tragedia en el frío hangar de la aeropista de Chilpancingo. Por duras que sean sus críticas, por amargas sus exigencias, por enormes sus insatisfacciones y su dolor, los padres no han desconocido al Presidente ni a sus más cercanos colaboradores. Ellos no deben hacerlos sentir desdeñados.

Por eso puedo entender las motivaciones electorales para que tres meses antes de la tragedia López Obrador postulara al gobierno de Guerrero al ya cuestionado Lázaro Mazón, pero no puedo comprender que no haya aún un deslinde contra quien, para los padres de Ayotzinapa, es el padrino político de los asesinos.

Ayotzinapa es algo que no habíamos visto nunca. Por ello, la respuesta de los políticos y el gobierno debe ser igualmente inédita, avasalladora. No la veo aún.

Y por eso pienso en los zapatos de don Rafael y nunca quiero estar calzado en ellos.

carlosloret@yahoo.com.mx