sábado, 8 de noviembre de 2014

noviembre 08, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Don Recesvindo, soltero contumaz, tenía un perro al que dio un nombre tradicional: Fido. El caniche no sólo era muy listo: era también animalito honrado. Todas las tardes su dueño le colgaba un canastillo al cuello y lo enviaba a la panadería a traer el pan de la merienda. En el canastillo ponía don Recesvindo la cantidad exacta para pagar lo que solía merendar con el chocolate: dos panes de esos que en unas partes se llaman “conchas” y en otras se denominan “bombas” o “volcanes”. El panadero conocía los gustos de su cliente, y tras recoger el dinero del canastillo ponía en él una concha de vainilla y otra de chocolate. Pese a la sabrosura de los panes jamás se supo que Fido se comiera alguno, aunque tuviera hambre. Por eso me duele decir que el animalito tenía esa honradez a la cual don Jacinto Benavente llamaba “de la cerradura”. En efecto, la cerradura guarda con fidelidad la puerta hasta que alguien llega con la llave adecuada. Entonces la cerradura cede, como cede la honestidad de algunos hombres cuando alguien les toca el punto débil: dinero, poder, fama, una mujer, etcétera. Pero advierto que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. Sucedió que una tarde don Recesvindo no tenía moneda fraccionaria para pagar el pan. Puso entonces en el canastillo un billete de 100 pesos, sabedor de que el tahonero se cobraría las conchas y le devolvería el correspondiente cambio, vuelta o feria. Fue pues el perrito a la panadería, y don Recesvindo se aplicó a hacer su cotidiano soconusco, pues nunca tardaba Fido en regresar. Se extrañó mucho el solterón cuando el perrito se demoró ese día más que de costumbre. Lo esperó 5 minutos, 10, un cuarto de hora, y del can ni sus luces. Don Recesvindo, inquieto, fue a buscarlo. Cuando llegó a la panadería se quedó estupefacto: en la acera del frente estaba Fido follando vigorosamente con una finísima perrita de la raza poodle. “Pero, Fido -le dijo consternado-. Nunca habría esperado de tu persona una conducta así, tan reprensible. ¿Por qué haces esto, y en plena vía pública?”. Para asombro del solterón le contestó el perrito sin dejar de hacer lo que estaba haciendo: “Perdóneme, don Reces. Siempre había tenido la gana, pero nunca había tenido la lana”. (Nota aclaratoria: cuando digo que la perrita era de la raza poodle no pretendo en modo alguno sugerir que las hembras pertenecientes a ese linaje sean particularmente proclives a ligerezas o frivolidades. En todas las razas caninas, inclusive la de San Bernardo, con todo y su respetable nombre, es posible encontrar ejemplares así, dados a veleidades de conducta. Lo hago constar para no herir la susceptibilidad de nadie). No sé si la autonomía del Politécnico sea conveniente o no, pero sí sé que es inevitable. Hace algunos años -en tiempos de Fox, para ser más precisos- se evaluó la posibilidad de dar al Poli un régimen jurídico semejante al de la Universidad. La idea, sin embargo, encontró fuerte oposición en el cuerpo colegiado que reúne a los ex directores del Instituto, y no prosperó la iniciativa. Así, lo que se pudo conseguir en modo pacífico y ordenado será resultado ahora de una crisis. La autonomía del Politécnico tendrá que darse, es obvio, como también es obvio que a partir de los acontecimientos que ahora vemos el IPN sufrirá los mismos males que ha padecido la UNAM como parte de su vida autonómica: huelgas porque sí y porque no; paros porque no y porque sí; grillas y politiquerías de todo orden y desorden. El cumplimiento de este vaticinio, que hago con cierto dejo de tristeza, es igualmente inevitable. El magnate de los negocios hacía un viaje en su jet particular. Por el sistema de sonido se escuchó la voz del piloto: “En unos minutos más vamos a aterrizar. Por favor abroche su cinturón y ponga a la azafata en posición vertical”. Don Chinguetas se compró en el súper una lengua de cerdo adobada. Se proponía cenársela esa noche, pero en un descuido suyo el gato de la casa se la llevó. A consecuencia del suceso don Chinguetas andaba mohíno y silencioso. Le preguntó doña Macalota, su mujer: “¿Qué te pasa? ¿Te comió la lengua el gato?”. La esposa de Meñico tuvo un bebé. El flamante papá veía arrobado a su hijo. Le dijo con orgullo a su mujer: “Está muy bien dotado de allá abajo ¿verdad?”. “Sí -confirmó la señora-. Pero en los ojos sí se te parece”. FIN.