lunes, 6 de octubre de 2014

octubre 06, 2014
PARÍS, 6 de octubre.- Gérard Depardieu (65 años) «vende» su autobiografía, «Ça s’est fait comme ça» («Así sucedió»), haciendo confesiones que rozan la obscenidad más brutal hablando de su nacimiento y un rosario de «trabajos» escandalosos, afirmando que llegó a vender su cuerpo como «prostituto homosexual».

Residente fiscal en Rusia y Bélgica, Depardieu vive desde hace meses a salto de mata, entre Moscú, Bruselas, París y otros destinos más o menos profesionales. Con motivo del lanzamiento de su autobiografía, el actor ha pasado por una larga lista de estudios de radio y televisión, redacciones de periódicos y revistas, con el fin de lanzar una autobiografía, que él presenta con declaraciones de rarísima brutalidad.

Su libro autobiográfico, That’s the way it was, escrito por Lionel Duroy, en el que narra cómo se adentró en el mundo de la prostitución: “Siempre supe que era del agrado de los homosexuales”. Comenzó en este mundo en Chateauroux, su ciudad natal, para más tarde continuar ofreciendo su cuerpo en París, tal y como desvela este lunes The Hollywood Reporter. No obstante, una vez abierta la caja de pandora, el actor no ha querido quedarse ahí.

Hablando de su nacimiento, el actor afirma que su padre era un alcohólico con una vida sexual más o menos «nómada». Cuando su madre quedó embarazada, Depardieu afirma que su primera reacción fue «intentar abortar», agregando: «No quería que yo naciese. El aborto no funcionó. Y terminé naciendo, cuando no estaba previsto mi nacimiento. Fue mi madre quien me contó la historia, con mucho amor».



Tras esa confesión, el actor continúa haciendo revelaciones sobre su adolescencia y primera juventud: «Un día me dí cuenta que mi cuerpo gustaba mucho a los homosexuales. Y pensé que prostituirme me permitiría ganarme una pasta, de vez en cuando». Tras esa experiencia íntima, Depardieu sigue haciendo confesiones de difícil calificación: «He llegado a robar tumbas para conseguir algún dinero».

¿Miente? ¿Exagera? ¿Gusto por la truculencia? Quienes lo han conocido íntimamente, como el presentador Michel Denissot, cuenta anécdotas igualmente truculentas, de una grosería íntima de difícil traducción, como cuando habla de la ropa interior de Fanny Ardant, por ejemplo, entre risotadas, en público.

Todo esto sale tan sólo unas semanas después de que el actor francés confesara su adicción al alcohol. Unas declaraciones controvertidas al afirmar que llegaba a consumir más de 14 botellas de vino al día. Ahora, se excusa en el libro, donde aclara que reconoció este problema “para ahuyentar mis fobias, no porque sea alcohólico”. Entre estas fobias se encuentra un miedo irracional a “escuchar el latir del corazón, los fluidos de mi interior, el crujido de los huesos” y por ello mantiene su mente ocupada nublándola con elevadas cantidades de alcohol.
El Depardieu de la «madurez» cambia de registro. El porno duro, la obscenidad, el alcoholismo, dejan paso a un nutrido historial de amistades peligrosas y confesiones negras. No es un secreto la «admiración» de Depardieu por Vladimir Putin. «¿Qué quieren que les diga? Putin, Castro, son gente de nivel, bestias políticas. Quedan pocos como ellos». Sobre sí mismo, el actor es igualmente implacable: «A los sesenta y cinco años, estás jodido. La piel y la grasa se amontonan. Te transformas en una vaca gorda y jodida. Pensaba que la cosa se arreglaría con los años. Nada, todo va a peor».

Francia y los franceses no salen mejor parados. Depardieu estima que sus compatriotas «han perdido la alegría de vivir». «Los impuestos no lo son todo», continúa: «Los franceses se han convertido en un pueblo que odia el dinero. Han perdido la antigua alegría de vivir. Alguien que se ríe y se emborracha se convierte rápidamente en un tipo sospechoso. Comprendo perfectamente que muchos franceses quieran largarse de Francia. Todo va mal. La vida francesa se ha convertido en algo muy agrio. Por eso me alegro cuando veo que, en Bretaña, los bretones han llegado a meter fuego a camiones y carreteras, para protestar contra todo».

Depardieu apenas salva a algunos muertos, por quienes recita algo que pudiera parecer una oración fúnebre: «Cuando murió mi hijo, Guillaume, sufrí como un perro. Lo pasé muy mal. Luego... ahora pienso que Guillaume, como François Truffaut, como Marguerite Duras, como mi madre, como mi padre, como Barbara, no han muerto. Están vivos. Viven conmigo, en mi corazón, en mi alma».(ABC / El Confidencial)