jueves, 2 de octubre de 2014

octubre 02, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre


Babalucas llegó a su casa en horas en que no se le esperaba. Fue a la alcoba, y en el revuelto lecho conyugal vio a su señora cubierta sólo por unas gotas de Chanel número 5 y en evidente estado de nerviosidad. Aindamáis escuchó ruidos extraños en el clóset. Preguntó: “¿Hay alguien ahí?”. Le respondió desde adentro una voz: “No”. Y dijo Babalucas, pensativo: “Qué raro. Juraría haber oído ruidos en el clóset”. (El marido que descubre que su mujer lo engaña no debe comunicar su pena a sus amigos. No sólo se reirán de él a sus espaldas, sino que alguno podrá aprovechar la información en su propio beneficio). Doña Jodoncia se enfureció contra don Martiriano, su esposo, porque estaba viendo en la tele un concurso de belleza. Hecha una anfisbena empezó a perseguirlo esgrimiendo un enorme rodillo de cocina. El infeliz salió corriendo de la casa para salvarse de las iras de su tremenda consorte, pero ella continuó la persecución en la calle. Sucedió que cerca de ahí se había instalado un circo. El lacerado vio una jaula en la cual estaban un león, un tigre, una pantera, un leopardo, un puma y un jaguar. Don Martiriano prefirió correr el riesgo de estar en tan dura compañía que el peligro de hacer frente a la ignívoma cólera de su mujer, y apresuradamente se metió en la jaula de las fieras. Llegó doña Jodoncia y le gritó indignada: “¡Sal de ahí, cobarde!”. Una mujer asesinó a su esposo mientras estaba dormido. Lo acribilló con flechas que disparó con su arco. Le preguntó el juez: “¿Por qué no usó usted una pistola?”. Respondió ella: “Me daba pena despertarlo”. Miguel Ángel Osorio Chong, secretario de Gobernación, dialogó en la calle con los estudiantes del Politécnico. Eso hizo que los medios de comunicación lo revistieran de piropos de la cabeza a los pies. Se señaló su valentía para enfrentar a la beligerante muchachada, la habilidad con que atendió a los manifestantes, el modo airoso en que salió del apurado trance. Lejos de mí la temeraria idea de disonar de ese unánime concierto, si no de laúdes sí de laudes. Sin embargo no está por demás hacer notar, aunque sea en forma tímida, que el señor secretario salió a la vía pública porque así lo exigían los estudiantes -además en vísperas del 2 de octubre-, y no era cosa de repetir pasados autoritarismos. Me atrevo a vaticinar por eso que en la misma manera, y por la misma causa, serán obsequiadas las otras demandas de los jóvenes, aunque eso signifique pasar por encima de decisiones de los órganos internos de dirección del Politécnico. En circunstancias como ésta la autonomía de las instituciones públicas de educación superior es letra muerta. Tales instituciones dependen del Estado para su funcionamiento, y ya se sabe que el que te mantiene te detiene. Sin dejar de reconocer el valor personal de Osorio Chong, y su incuestionable habilidad política, habrá que mostrar inquietud ante ese Estado omnímodo, todopoderoso -el Estado papá, padre, padrastro, padrino, padrote-, que en todo está presente y en todo se inmiscuye. (Pido perdón a mis cuatro lectores por haber usado esa palabra tan fea: “inmiscuye”). La esposa del señor que estaba en el hospital le preguntó a la enfermera: “Dígame sinceramente, señorita: mi marido ¿tiene alguna oportunidad?”. “Ninguna -respondió en forma tajante la muchacha-. No es mi tipo”... Un hombre y su mujer se vieron en el último extremo de la necesidad. El banco les iba a embargar su vivienda. Le dijo él a su esposa: “El único recurso que nos queda para salvar nuestro departamento es que ofrezcas tu cuerpo por dinero a quienes viven en el edificio”. “¿Cómo puedes proponerme eso? -clamó ella indignada-. ¡Soy una mujer casta y honesta! ¡Antes perdería la vida que el honor!”. “Si no haces lo que te digo -replicó el sujeto- nos veremos en la calle”. La esposa se resignó a la pérdida de su virtud, y fue puerta por puerta ofreciéndose a los hombres. No era de mal ver la señora, como lo prueba el hecho de que tras recorrer cinco pisos del edificio había reunido ya la cantidad necesaria para pagar la hipoteca del departamento. Su marido le dijo: “Mañana iremos al banco, y ya no tendrás que realizar esa degradante ocupación”. “¡Ah no! -protestó ella-. ¡Todavía me faltan otros cinco pisos!”. FIN.