domingo, 7 de septiembre de 2014

septiembre 07, 2014
DANIELE MASTROGIACOMO para La Repubblica / 4-IX-14

El periodista italiano Daniele Mastrogiacomo, liberado en marzo de 2007 por los talibanes en canje por cinco militantes. (Foto EPA)

Fui condenado a muerte por espionaje por los talibanes. Mis dos compañeros fueron decapitados, en la actualidad sólo ha cambiado el ritual del horror


Hace siete años fui secuestrado por un grupo de talibanes, junto con mis amigos y colegas Ajmal Naqshbandi y Sayed Agha. Durante 15 días estuvimos en sus manos en el corazón de la provincia de Helmand, en el sur de Afganistán. Amarrados de pies y manos, interrogados y golpeados.

Hemos experimentado la dureza de los yihadistas. Nos condenaron a muerte por espionaje; para mostrar al mundo la seriedad de su veredicto, decapitaron delante de mí al joven Sayed, padre de 5 hijos y considerado el piloto más experto en el país. Ajmal moriría más tarde, también por decapitación, después de ser recapturado por nuestros verdugos.


Frente a los dos últimos vídeos subidos a la red por los carniceros del Estado Islámico, pensar con angustia en aquellos días fue inevitable. Por las imágenes que te catapultan en la tierra desierta cerca del río Helmand, convertida en teatro del patíbulo, y algunas diferencias importantes que marcan el salto cualitativo realizado en los últimos años por la galaxia yihadista. Desde un punto de vista mediático y estratégico.


Steven Sotloff y James Foley fueron prisioneros de sus carceleros un año. Pasar tanto tiempo con un ejército de exaltados que te desprecian, pero te cuidan como a un tesoro precioso en una zona devastada por la guerra, significa vivir con la muerte inminente en cada minuto del día y de la noche. Sólo cuando cae la noche y todo está envuelto en el silencio tienes un momento de respiro. Puedes calmar la ansiedad, el corazón se lentifica; no te ahoga la espera de tu momento, en el que te encontrarás de pie ante el verdugo de tu destino. Pero sigues tenso, ya aprendiste la duplicidad y la mentira de tus carceleros. Sabes que puedes morir, pero no quieres pensar, ver tu vida como una película, imaginar el horror y el dolor de un cuchillo que te destroza la garganta y te asfixia en tu propia sangre. Quieres seguir viviendo.

A Steven Sotloff y James Foley no les vendaron los ojos, como nos hicieron a nosotros tres cuando fuimos asesinados. Pero sí llevaban la vestidura naranja de los presos de Guantánamo, el pelo rapado, barba apenas hecha. Habían sido preparados cuidadosamente para el espectáculo que debieron interpretar. Es parte del ritual. Los talibanes, al igual que los yihadistas en general, están obsesionados con la prisión especial en la base estadounidense en Guantánamo. Quieren demostrar, a ti y al mundo, que son más humanos. Que tratan a sus prisioneros casi con elegancia. Hasta el momento de la ejecución. El detalle de la cara al sol, sin venda en los ojos, sugiere precisamente un efecto más cruel y devastador desde el punto de vista mediático: para quien sufre la decapitación y para los que la verán en video.

Sotloff pasó por eso dos veces. El tercer preso amenazado de muerte, el británico David Cawthorne Haines, un cooperante con experiencia militar, espera vivirlo por tercera vez. En los fusilamientos masivos en Siria e Irak las víctimas llevan los ojos vendados o son forzados a tumbarse boca abajo. No miran directamente a la muerte, no saben quiénes y cuántas personas están detrás o delante cuando les disparan: tal vez tengan tiempo para orar, para experimentar los últimos momentos de lucidez, de pensar en alguna imagen bella que haya alegrado su existencia. Permaneces paralizado por el miedo. No sabes lo que vas a sentir. No puedes gritar, rebelarte, moverte. A intentar la reacción instintiva contra la muerte que te está matando. Tiemblas, tienes el cuerpo tenso y contraído.

Es raro que te seden con alguna droga: estás lúcido. Como ahora. De lo contrario, no podrías pronunciar el discurso que se te ha impuesto, pero que en el fondo sí piensas, ahora, que todo se va a acabar. Mueres porque no te han salvado, porque la guerra que has seguido con tanta fatiga y sacrificio es algo mucho más grande que tú. Te condenaron a muerte. Yo sé lo que eso significa: ya pasé por ello. Es una sensación que nunca olvidaré. Pero pienso sobre todo que lo que está ocurriendo no tiene sentido. Porque has sobrevivido 12 meses en cadenas y a menudo en un agujero oscuro, aferrándote a la ilusión de que no sucedería.

Se dice que la mente tiene unos segundos más de vida después de que la cabeza está separada del cuerpo. No creo que se tenga la fuerza y el tiempo para elaborar un pensamiento. Espera que tu vida sea separada del cuerpo, mientras que una cámara fija estas imágenes para el mundo de los vivos y la suban a internet tus verdugos: la cabeza levantada como un trofeo, depositada cuidadosamente sobre tu cuerpo, tu sangre en el suelo desierto, los espectadores que gritan "Alá akbar."