viernes, 26 de septiembre de 2014

septiembre 26, 2014
NUEVA YORK, 26 de septiembre.- Ninguna negativa, pero pocos aplausos. Nadie ha respondido a Obama con un no rotundo a la petición de una coalición internacional contra el Estado Islámico, pero todo son matices y objeciones a su iniciativa.

Los discursos de los jefes de Estado y de Gobierno ante la Asamblea General de la ONU —lo más parecido a un parlamento de la humanidad— ofrecen un altavoz único para discutir con la primera potencia mundial. Y el eco del discurso de Obama —la nueva prioridad: el terrorismo— se escucha en todas las intervenciones, que empezaron el miércoles y terminan el 30 de septiembre.


En el parlamento que es la ONU no hay jefe de la oposición. Si lo hubiera, en los últimos años, Irán habría sido un aspirante al puesto. El presidente iraní, Hasan Rohaní, acusó el jueves a EE UU y a sus aliados de crear las condiciones para el auge del Estado Islámico y otros grupos.


Pero Rohaní añadió que un acuerdo con las potencias occidentales sobre el programa nuclear iraní en las próximas semanas facilitaría la cooperación en la lucha contra el terrorismo. Pese a los reproches, el tono es distinto del de su antecesor, Mahmud Ahmadineyad. En tiempos de las “redes de la muerte” —la expresión que Obama usó para designar al Estado Islámico—, el “eje del mal” del que hablaba George W. Bush, y que incluía a Irán, queda lejos.

El terrorismo islamista, que hace un año había desaparecido de la agenda internacional, monopoliza los discursos y debates en Nueva York. Obama, que desde que en 2009 llegó a la Casa Blanca intentó pasar página de la década de guerra antiterrorista tras los atentados de 2001, ha definido las coordenadas del debate.

“Las meteduras de pata estratégicas de Occidente en Oriente Medio, Asia Central y el Cáucaso han convertido estas partes del mundo en un santuario para terroristas y extremistas”, dijo Rohaní, un moderado que ha reabierto el diálogo con EE UU tras más de tres décadas de ruptura de relaciones diplomáticas.

El presidente iraní citó la injerencia extranjera en Siria como ejemplo de error estratégico. Irán, la potencia chií de la región, ha apoyado al Gobierno del alauí Bachar el Asad en la guerra civil que estalló hace más de tres años. Las potencias suníes han respaldado a la oposición, compuesta por algunas fuerzas moderadas pero también por grupos afines a Al Qaeda y el Estado Islámico.

“Algunas agencias de espionaje han colocado cuchillas en manos de unos locos, que ahora no dejan a nadie indemne”, acusó.

Las negociaciones sobre el programa nuclear iraní pueden ser la llave que desatasque el bloqueo entre Washington y Teherán. El plazo para alcanzar un acuerdo es noviembre. Hace un año, Obama y Rohaní hablaron por teléfono en el marco de la Asamblea General de la ONU. Los presidentes norteamericano e iraní no se reunieron ni hablaron esta vez, pero el secretario de Estado, John Kerry, participa en una  ronda de negociaciones en esta ciudad junto a su homólogo Mohammad Javad Zarif y la negociadora de la Unión Europea, Catherine Ashton. Los indicios de deshielo entre Washington y Teherán han provocado recelos en Israel —país que considera amenazada su existencia por Irán— y en los aliados árabes de EE UU.

Ni Irán ni el Gobierno de El Asad participan oficialmente en la ofensiva de EE UU y sus aliados árabes contra el Estado Islámico en Siria. Pero la confluencia de intereses es evidente. La Administración de Obama informó a Damasco y Teherán antes de lanzar los primeros ataques, pero no los coordinó con estos Gobiernos.

Rohaní no ha sido la única voz disonante en la ONU. El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, acusó en su discurso a la comunidad internacional de doble lenguaje al defender o dejar desatendidas a las víctimas según quienes sean los verdugos. El emir de Qatar, Tamim bin Hamad al Thani, miembro de la coalición que ha bombardeado al Estado Islámico en Siria, lamentó que los ataques no apunten también al Gobierno de El Asad, enemigo de los yihadistas y aliado de Irán. La coalición de EE UU es amplia, pero frágil. (Marc Bassets / El País)