martes, 16 de septiembre de 2014

septiembre 16, 2014
CIUDAD DEL VATICANO, 16 de septiembre.- El Papa quiere dialogar con el presidente de China. Por eso tomó lápiz y papel para escribirle una carta. La misiva no fue sólo un gesto protocolario, sino una verdadera mano extendida. En la misma Francisco invitó a Xi Jinping a visitarlo en su casa, la residencia de Santa Marta, para meditar sobre la paz mundial y compartir su sueño de visitar territorio chino. El texto fue remitido a Pekín por un canal atípico, un enviado totalmente ajeno a la diplomacia vaticana.

La iniciativa surgió el 3 de septiembre. La tarde de ese miércoles, al filo de las 18:00 horas, el pontífice recibió en Santa Marta a dos connacionales: Ricardo Romano, dirigente justicialista de línea moderada y ex vicepresidente de la Internacional Demócrata de Centro; junto a José Luján, representante de la Academia de Ciencias Chinas ante el Mercosur.

“¿Que si quiero ir a China? ¡Pero claro! ¡Mañana!”. (lapresse)

Acompañaron a Francisco sus más cercanos colaboradores en materia de política exterior: el secretario de Estado de la Santa Sede, el cardenal Pietro Parolin, y el responsable para las Relaciones con los Estados, Dominique Mamberti.


La cita se extendió por más de 90 minutos, según reveló el sitio web argentino Infobae, y se centró en asuntos de geopolítica. “Yo soy un clínico”, dijo el Papa en un momento. “Ya dije que a China quiero ir. Pero para los temas de Asia, el cirujano es el cardenal Parolin”.

De hecho, la presencia de Parolin y Mamberti estableció –desde el principio- que aquel encuentro no era un simple diálogo informal. Los participantes acordaron la necesidad de un acercamiento Vaticano-China “para contribuir a una toma de decisiones de carácter multipolar que garantice un mayor grado de gobernabilidad al servicio de una sociedad mundial más fraterna y con un mayor grado de equidad social”, como señaló el propio Ricardo Romano.

El dirigente además alertó sobre la “necesidad de consolidar un mundo multipolar como elemento de sostén de una nueva gobernabilidad que atenúe, aún por los intersticios del orden mundial del siglo XXI, la conflictividad, la violencia y el sufrimiento infligidos a los pueblos por esta tercera guerra mundial a pedazos, que tanto denuncia el santo padre”.

Apenas tres días después de esa visita a Santa Marta, el gobierno chino encargó a un diplomático con larga experiencia latinoamericana y hombre de confianza de Xi Jinping (organizador de las giras presidenciales por la región) reunirse con Luján y Romano para recibir la carta del Papa, en sobre sellado y lacrado.

Esa no fue la primera carta del líder católico al mandatario chino. “Estamos cerca de China. Mandé una carta al presidente Xi Jinping cuando fue elegido, tres días después de mi. Y él me respondió. Las relaciones existen. Es un pueblo grande al cual quiero mucho”, confesó en una entrevista con el diario italiano “Corriere della Sera” publicada en marzo.

Para Francisco el Continente Asiático es una prioridad y en eso ha influido especialmente su formación jesuita. Desde joven tenía el deseo de ir a misionar en Japón, pero sus problemas de pulmón se lo impidieron. Apenas un mes atrás pisó esa tierra por primera vez, en un exitoso viaje apostólico a Corea. En enero próximo tiene previsto recorrer Filipinas y Sri Lanka. El Papa sabe bien que, en ese contexto geopolítico, China resulta fundamental.

Las señales de distensión son evidentes. En agosto, el gobierno de Pekín concedió al avión papal un inédito permiso para que sobrevolase territorio chino en su camino de Roma a Seúl. De ida y de vuelta. Como es costumbre protocolar, en esa ocasión Francisco envió un telegrama de saludo al presidente.

De regreso en ese viaje, en un diálogo con periodistas, Bergoglio exclamó bromenado: “¿Que si quiero ir a China? ¡Pero claro! ¡Mañana!”. Y agregó: “Nosotros respetamos al pueblo chino. La Iglesia pidió solamente la libertad para su ministerio, para su trabajo. Ninguna otra condición”.

El Estado de la Ciudad del Vaticano y la República Popular de China carecen de relaciones diplomáticas formales desde hace décadas. Al principio del pontificado de Benedicto XVI fue el propio Pietro Parolin, entonces secretario para las Relaciones con los Estados del Vaticano, el responsable de conducir una serie de negociaciones reservadas que estuvieron muy cerca de lograr la firma de un acuerdo común. Pero los obstáculos históricos, como la divergencia en la designación de obispos (en cuyo proceso la Santa Sede se reserva total autonomía y Pekín quiere controlar), impidieron lograr un resultado positivo. (La Stampa)