jueves, 28 de agosto de 2014

agosto 28, 2014
Carlos Loret de Mola Álvarez / 28-VIII-14

Me duele mucho la rodilla derecha, tengo calor, estoy harto, con ganas de llorar de rabia, malhumorado de llevar tres horas haciendo lo mismo y el medio plátano que me lanzó un alma generosa sobre Avenida Chapultepec no mejoró mi ánimo como esperaba.

Kilómetro 27. Maratón de la Ciudad de México. 25 de agosto de 2013.

Ya no puedo más. Y estoy furioso porque entrené muy bien: hice sin broncas 34, 32, 30 kilómetros.

Y hoy que es El día, cada que mis tenis golpean el piso me arde ese maldito punto en la rodilla. Empezó a molestarme hace cinco kilómetros, con el adoquín del Bosque de Chapultepec, pero varias cosas han logrado distraerme: 


Mientras corríamos entre el Lago, el Alcázar y el Zoológico, escuchamos clarito el rugido de uno de los leones en cautiverio y un participante gritó: “¡´ora sí, cabrones, a correr, que ya se soltó el león!”. Fue buenísimo.


Además, justo saliendo del Bosque, me topé a mi familia y amigos echando porras —mi hijo de 7 años llevaba una pancarta: “Papá: parece que vas caminando”… el muy altanero—, les receté un abrazo apretado aunque iba empapado de sudor y unos metros más adelante, entre la Diana y el Ángel, distracciones fuera, el dolor se volvió insoportable.

Todavía me faltaban 15 kilómetros y estaba sufriendo mucho, y mucho antes de lo que esperaba. Paré un minuto. Me estiré bien. “No es nada grave, puedo seguir, ahorita se me quita”.

Pero no: odié la colonia Roma, detesté más La Condesa porque ahí me estrellé contra “el muro” del que tanto hablan los corredores y aborrecí los últimos diez kilómetros en discreta y permanente subida sobre Insurgentes Sur. “Que no llegué a la meta… Popocatéeeeepetl”, me espetó un espectador que me reconoció por ahí del WTC.

Me fue muy mal en el maratón del DF. Lo completé en 5 horas 10 minutos. Un fracaso para cualquiera que se haya preparado como yo.

Pero en el instante en que al fin crucé la meta, sobre el tartán del estadio de Ciudad Universitaria, quise llorar de emoción. Me hubiera encantado soltarme. Ahí estaban mi esposa, mis hijos, mi entrenador. Pero un colega me puso un micrófono enfrente antes de que yo pudiera llegar a ellos y tuve que contenerme.

Podría relatar cada minuto de esas cinco horas, de esos 42.2 kilómetros. Ya pasó un año y los recuerdo perfectamente.

Sobre todo porque jamás imaginé correr un maratón. No fui cultural ni físicamente creado para ello: nadie me inculcó hacer ejercicio, me fascina comer, llegué a pesar 114 kilos y tengo el trabajo con el horario más infame del país.

Esta historia de un reportero no busca ser un texto motivacional. Nada me apenaría más.

Pero si por leerlo alguien se anima a hacer ejercicio será un triunfo no sólo para esa persona, sino para una nación que va a quebrar financieramente si no baja del primer lugar mundial de obesidad.

Felicidades y mucha suerte a los que correrán este domingo el Maratón de la Ciudad de México.

Yo escogí hacer mi primero en el DF. Serán muy sexys Nueva York, Londres o Berlín, pero quise agradecerle así a la ciudad que me adoptó… aunque me haga llorar.