miércoles, 23 de julio de 2014

julio 23, 2014
CIUDAD DE MEXICO, Distrito Federal, 23 de julio.- Cuando la cámara se enciende, Claudia voltea a otro lado. Es una resistencia natural: ver un lente y taparse el rostro. A casi una década de ser víctima de pornografía infantil y explotación sexual, el miedo aún golpetea en esta joven de 21 años que cuenta su historia en Tultitlán, Estado de México.

“Aún tengo el miedo, el trauma, el no confiar en la gente. Me dan miedo las cámaras, sólo mirar una me hace taparme con el cabello. Yo veo a un tipo que me está viendo en la calle y me da pavor”, confiesa Claudia.

En el 2004, cuando tenía 12 años, esperaba a sus amigos en la plaza del Metro Pino Suárez cuando un hombre 10 años mayor que ella se le acercó para invitarle un helado. Aquel joven de experta coquetería consiguió que Claudia se sintiera como su novia y, al cabo de unas semanas, Roberto la llevó en viaje de ida y vuelta a Puebla, su ciudad natal, para que conociera a su familia y proponerle matrimonio.




Claudia, quien crecía con una madre violenta, aceptó el cariño que le ofrecía aquel extraño y al poco tiempo aceptó escaparse con él a Zacatelco, Tlaxcala.

Lo que empezó como luna de miel terminó en una red de explotación sexual: Claudia debía reponer los gastos de comida y vivienda de Roberto prostituyéndose en una zona roja de Irapuato, por 150 pesos, hasta juntar una cuota diaria de 3 mil pesos. De lo contrario esa noche sería aporreada, bajo la amenaza de que si escapaba o pedía ayuda, Roberto mataría a su mamá o personas cercanas.

Un día, Roberto llegó con una cámara fotográfica a la casa que compartían con distintas chicas secuestradas. Ahí le ordenó quitarse la ropa en un cuartucho que serviría como locación.

“Me empezó a tomar fotos de perfil, de la cara, cuerpo. En ese momento yo nunca supe qué había pasado con las fotos... hasta que un tiempo después supe que las vieron su primo y muchas personas más”, cuenta Claudia. “Es traumante. No sabes si las fotos van a llegar a tus padres. En ese momento pensaba que mi mamá no sabía dónde estoy, mi papá tampoco, y que mi familia me iba a ver desnuda o teniendo sexo”.

No sería la última ocasión: al cumplir 14 años fue trasladada por la red de Roberto al hotel Rosita, en la capital de Puebla, para trabajar dando sexoservicio. Un día creyó que su suerte iba a cambiar: un grupo de policías federales entró al edificio a presuntamente rescatarlas. Pero, al contrario, los agentes sacaron a los clientes y a ellas las violaron.

“Yo tenía otra credencial de elector falsificada y tuve que aprenderme un acta de nacimiento. Me llamaba Alicia Salvador Gómez. Las chicas estaban paradas, gritando, llorando... empiezan a pedir credenciales de elector: ‘¿Tu nombre?, ¿quién te trajo aquí?’ Teníamos que decir que estábamos ahí voluntariamente. Pero uno dijo: ‘¿Ah, estás por tu gusto?’. Sacaron la cámara y nos grabaron teniendo sexo con ellos.

“Creo que salí en internet y ni me di cuenta, porque luego veía que en las calles venden pornografía de hoteles, películas de hoteles donde yo estuve”, cuenta Claudia, quien después de cuatro años fue rescatada de las redes de explotación sexual de menores.

Quienes han sido víctimas de este delito mueren o se matan. “Como muchas otras mujeres, pensé en el suicidio... cuando pasas por algo como esto a veces piensas que es un milagro sobrevivir”, comenta Claudia. (El Universal)