miércoles, 23 de julio de 2014

julio 23, 2014
Carlos Loret de Mola Alvarez / 23-VII-14

Pocas cosas me han impactado tanto como estar ahí. Fui en tiempos de paz, casi de turista, y me tocaron unos bombardeos. Luego regresé para cubrir la guerra y al día siguiente firmaron la paz.

Me marcó tanto que aprendí a orientarme en Ciudad Gaza tanto como en Jerusalén. Ya no necesito mapa para conseguir un buen mojito junto a las murallas del Rey Salomón ni para encontrar el restaurancito del garbanzo árabe con limón y frijoles bayos.

De eso a ser un experto en el conflicto Israel-Palestina, hay un tramo:

Los palestinos exigen el derecho a tener su propio Estado, su país. Los israelíes demandan que se garantice el derecho a la existencia del suyo. Tan sencillo. Tan complicado.

Se pelean por la propiedad del agua, por las colonias judías en Palestina, porque los palestinos no gozan de libre tránsito en su propia tierra y por el mando sobre Jerusalén, que es tierra sagrada común. 

Bombardeo de Israel contra Sajaya, suburbio de Gaza. (23-VII-14, Repubblica)

No hay fronteras seguras entre un Estado que ocupa territorios, una milicia de los ocupados que recurre a los ataques contra la población civil y un ejército que en su combate al terrorismo también mata inocentes.

Israel confina a dos millones de palestinos a la Franja de Gaza. Los requisitos para salir de ahí son casi inconquistables. “La cárcel más grande del mundo”. Los israelíes dicen que desde que los cercaron se terminaron los actos terroristas de su lado. Los habitantes de la Franja sobreviven en estado de pobreza y escasez: el 70% depende de la caridad internacional.

Los israelíes no pueden entrar a Gaza. Conozco periodistas judíos que quisieran hacerlo pero temen que les cueste la vida sólo por su cuna. También aspiran a cubrir la guerra en Siria y los conflictos con Irán, pero están vetados por el puro escudo que lleva su pasaporte.

Hay organizaciones no gubernamentales que han logrado proyectos de colaboración entre palestinos e israelíes: alguna orquesta, una exposición artística, una película, una empresa. Esfuerzos heroicos, pero pocos.

Gana el discurso del odio, con cada vez menos argumentos y cada vez más marcadores, como si la guerra pudiera medirse en un tablero de futbol:

Los palestinos cuentan los muertos. Los israelíes los misiles.

Los musulmanes relatan que por cada muerto judío ellos ponen 20, casi todos civiles, muchos menores de edad. Que a Israel no le importa que el supuesto terrorista esté en medio de su familia en casa, que ahí disparan el misil para aniquilarlo.

Los israelíes responden que cada media hora lanzan un mortero de Gaza, y que no pocos impactan en parques públicos y escuelas. No matan niños y familias porque suenan las sirenas y se resguardan apanicados en búnkeres, instalados cada 30 metros.

La capacidad de fuego de los palestinos más radicales ha ido mejorando en los últimos años, pero el ejército israelí sigue siendo mucho más sofisticado aunque sufren más bajas que nunca.

Es una guerra intermitente hace 80 años. Lleva dos semanas en uno de sus episodios más sangrientos.

SACIAMORBOS

Los fundamentalistas de ambos bandos viven y opinan también en México. No aceptan posturas centradas: al que no es de su causa, lo violentan.