jueves, 3 de julio de 2014

julio 03, 2014
Carlos Loret de Mola Álvarez / 3-VII-14

Paul Aguilar, que todo el tiempo fue el alma de la fiesta, encontró la manera de romper la atmósfera de tristeza, de aislamiento individual en que se había metido cada seleccionado mexicano en el vuelo de regreso desde Brasil.

Estaban en sus asientos, tratando de olvidar la descalificación, desconectados del planeta con un par de audífonos —de los varios que recibieron de regalo— para escuchar música o ver una película. Algunos se tomaban fotos con las sobrecargos, encantadas con su suerte. 


Aguilar agarró sus bocinas gigantes, se fue hasta la parte de atrás del avión de Interjet, encontró un enchufe en el baño y desde ahí tendió el cable para poner a todo volumen la música de banda, la más popular entre los de verde.


Fue una gran Copa para México. Cuando aterrizaron una multitud tratando de acercarse puso en riesgo la seguridad del aeropuerto más importante del país. No eran los insultos y reclamos de otros Mundiales. Ni los autoexilios que el rechazo popular sentenció para técnicos y jugadores del pasado. Era una afición feliz, agradecida, emocionada.

Quizá hasta ese momento el grupo cayó en cuenta que si bien había espacio para la desilusión por dejar ir la Historia en cinco minutos, su actuación arrojaba un saldo a favor.

En una tribuna de Sudáfrica 2010 un imbécil fanático mexicano jaló del pelo a la esposa del Guille Franco reclamándole los desaciertos de su marido. Otro puñado de cobardes acosó a los papás de Ricardo Osorio, una pareja mayor de sencillos oaxaqueños, gritándoles toda suerte de ofensas por un error de su hijo.

Tras Brasil 2014, Mishelle Herrera, la hija de El Piojo, era una de las más solicitadas para tomarse una foto. No se digan el técnico nacional, el portero titular, los goleadores, el capitán, el crack del medio campo.

El Piojo invitó a México a una luna de miel y nadie desea que se termine.

El grupo está unido. Listo para lo que viene. Muy atrás quedaron los pleitos entre los futbolistas que juegan en Europa y los que juegan en México, la agria relación entre los arqueros, el protagonismo de algunas estrellas, los disgustos con el trato de los ex técnicos.

Acaso un saldo desafortunado: el rompimiento entre Héctor González Iñárritu y Ricardo Peláez. Terminó mal la relación, como terminan todas las relaciones entre dos personas que son nombradas de facto en el mismo cargo.

Peláez irá de vuelta al América donde podrá maniobrar a plenitud como no pudo en la Selección por esta disputa de organigrama que también rozó a Justino Compeán, derivado de las medidas de emergencia tomadas para evitar que México se quedara fuera del Mundial.

El Piojo quiere ser campeón de la Copa América. Es el próximo año. Si les sigue contagiando a los jugadores este ánimo de divertirse mientras trabajan, si Paul Aguilar no deja de bailar con El Maza parodiando a los famosos hermanos de Youtube, si Guardado no olvida su máscara de luchador para despertar carcajadas, si se la pasan bien afuera de la cancha que fue su mejor vitamina, estamos por ver la Historia que se escapó en cinco minutos.