jueves, 24 de julio de 2014

julio 24, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

En una de sus películas Quentin Tarantino hace que un personaje suyo, predicador él, diga estas palabras: “No sé de ningún hombre de religión: cura, pastor, rabino o lama tibetano, que alguna vez, mirándose al espejo, no se haya preguntado: ‘¿No me estaré engañando? ¿No estaré acaso engañando a los demás?’”. Pues bien: el reverendo Amaz Ingrace nunca tuvo dudas religiosas. Poseía una fe monolítica; era uno de esos temibles hombres de un solo libro -el suyo era la Biblia- que conocen un único camino y no se apartan de él. Dio en ir a evangelizar a los salvajes africanos. Para eso se internó en el Continente Negro hasta llegar a un punto donde la mano del hombre blanco jamás había puesto el pie. Se vio de pronto frente a un nativo que lo miró con ojos de amenaza. Un rápido vistazo le bastó al reverendo para adivinar que aquel hombre era antropófago: el individuo llevaba un babero como el que en los restoranes de lujo les ponen a los clientes, y además esgrimía en una mano un tenedor y en la otra un cuchillo. “¡Oh my God! -exclamó consternado Amaz Ingrace-. ¡Estoy perdido!”. En eso oyó una voz majestuosa venida de lo alto: “No estás perdido, hijo mío -le dijo la majestuosa voz-. Tienes tus mapas, tu brújula y tu GPS. Verás a tus pies una piedra de tamaño grande. Tómala y golpea con ella fuertemente en la cabeza al antropófago”. Obedeció Ingrace. Cogió el pedrusco y le propinó con él un tremendo caboronazo en la testa al aborigen. El hombre soltó los cubiertos que llevaba, se quitó el babero y salió corriendo al tiempo que gritaba desgarradoramente en su primitiva lengua: “¡Aj amami! ¡Aj amami!”. (Después sabría Amaz que esas palabras significan: “¡Ay mamita! ¡Ay mamita!”). Ingrace se postró de rodillas y dio infinitas gracias al Señor por haberlo salvado de tan gran peligro. Pero cuando alzó la vista se vio rodeado por un centenar de caníbales que esgrimían ya no cuchillos y tenedores, sino arcos y flechas, lanzas, letales cerbatanas y hasta uno que otro rifle Magnum, de los que se usan para cazar elefantes y rinocerontes. De nuevo el reverendo oyó la majestuosa voz venida de lo alto. Le dijo la voz: “¡Coño, hijo mío! ¡Se me hace que ahora sí estás perdido!”... A diferencia del pastor Amaz yo estoy lleno de dudas. No me preocupa eso: la duda enseña más que la certeza. De una mujer de reputación dudosa se pueden aprender más cosas que de una señora de buena reputación. No tengo duda alguna, sin embargo, en lo que hace a la reforma energética. Pienso que ese arroz ya se coció, si me es permitido usar una expresión inédita. Las izquierdas lanzarán gritos -quizá gañidos ya-, pero tan divididas andan que a ningún lado llegarán. Andrés Manuel López Obrador no querrá meter a su flamantísima Morena en una aventura que sabe sin futuro, ni asustar con acciones radicales a sus posibles electores de la clase media. Por su parte el ingeniero Cárdenas no ignora que una consulta pública y cualquier forma de resistencia popular están desde ahora condenadas al fracaso. Lo cierto es que Peña Nieto y su gente actuaron con habilidad y sacaron adelante esa reforma. Todo, pues, se ha consumado ya. Una duda sigo teniendo, sí, que me agobia y que me mata: ¿cuál es la capital de Dakota del Sur?... Un tipo fue a Las Vegas, y en su primera noche se puso tan borracho que no supo ya de sí. Al siguiente día amaneció en la cama de un cuarto de hotel con una mujer espantosamente fea. Se vistió de prisa, puso unos billetes sobre el buró y se dirigió a la puerta. En eso salió del baño otra mujer más fea aún que le dijo con una sonrisa: “¿Y no hay nada para la madrina del casamiento?”. Le informó don Algón al nuevo empleado: “Ganará usted lo que merece”. “¿Tan poquito?” -se consternó el tipo. En la Montaña del Eco gritó el hombre: “¡Ahhhh!”. Respondió el eco: “En este momento no estoy disponible. Por favor deje su mensaje”. Don Avaricio fue con el doctor, pues se sentía agotado. Le preguntó el facultativo: “¿Cuántas veces hace usted el amor a la semana?”. “Seis veces -contestó él-. Tres con mi esposa y tres con la sirvienta”. “A eso se debe su agotamiento -le dijo el médico-. Deje de hacerlo con la sirvienta”. “Replicó don Avaricio: “Dejaré de hacerlo con mi esposa. Si dejo de hacerlo con la sirvienta ella querrá que le paguemos un sueldo”. FIN.