lunes, 23 de junio de 2014

junio 23, 2014
ROMA, 23 de junio.- Es necesario ser capaces de “amar a quien no nos ama”. La Fiesta del Corpus Domini invita a todos a hacerse “pan partido” para los demás, así la vida se convierte en un don. Torturar a las personas es “un pecado muy grave, mortal”. Son todas afirmaciones del papa Francisco, pronunciadas durante el Ángelus de este domingo en la plaza de San Pedro, en la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Ante una plaza de San Pedro repleta de fieles, el Pontífice, antes de la oración del Angelus, dedicó unas palabras a los fieles hablando del significado de la celebración del Corpus Christi, invitando a todos a hacer de “pan compartido” con los otros. “La comunidad eclesial se reúne alrededor de la Eucaristía para adorar el tesoro más precioso que Jesús ha dejado”, afirmó.

“El Evangelio de San Juan presenta el discurso sobre el “pan de vida”, impartido por Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, en la que afirmó: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. (Jn 6,51)”, ha puesto en evidencia el Pontífice. “Jesús señala que no vino a este mundo para dar algo, sino para darse a sí mismo, para dar su vida como alimento para los que tienen fe en Él. Esta comunión nuestra con el Señor nos compromete a nosotros, sus discípulos, a imitarlo, haciendo de nuestra existencia, de nuestros comportamientos, pan partido para los demás, como el Maestro partió el pan que es realmente su carne”.


“Cada vez que participamos en la Misa y nos alimentos con el Cuerpo de Cristo, la presencia de Jesús y del Espíritu Santo obra en nosotros, da forma a nuestro corazón, nos comunica actitudes internas que se traducen en comportamientos de acuerdo con el Evangelio. En primer lugar, la docilidad a la Palabra de Dios, después la hermandad entre nosotros, el valor del testimonio cristiano, la fantasía de la caridad, la capacidad de dar esperanza a los desesperados, de acoger a los excluidos”.

De este modo “la Ecuaristía hace madurar en nosotros un estilo de vida cristiano. La caridad de Cristo, recibida con el corazón abierto, nos cambia, nos transforma, nos hace capaces de amar, no a nivel humano, siempre limitado, sino de acuerdo a la medida de Dios, es decir, sin medida. ¿Y cuál es la medida de Dios? Es sin medida –ha subrayado y repetido-- Todo, todo, todo”.

“Llegamos a ser capaces de amar incluso a los que no nos aman”, ha preguntado, incluso si “esto es realmente difícil. Oponernos al mal con el bien, a perdonar, a compartir, a acoger a los demás. Gracias a Jesús y su Espíritu, también nuestra vida se convierte en “pan partido” para nuestros hermanos. ¡Y viviendo así descubrimos la verdadera alegría! La alegría de convertirse en don, de devolver el gran don que recibimos por primera vez, sin nuestro mérito”.

“Jesús, el Pan de vida eterna –ha continuado-- bajó del cielo y se hizo carne gracias a la fe de María Santísima. Después de haberlo llevado con Ella, con amor inefable, lo siguió fielmente hasta la Cruz y la resurrección”. Por tanto, “pidamos a la Vírgen que nos ayude a redescubrir la belleza de la Eucaristía, para que sea el centro de nuestra vida, especialmente en la Misa dominical y en la adoración”.

Después de haber recitado la oración mariana, Francisco ha remarcado: “Queridos hermanos y hermanas, el próximo 26 de junio se celebrará el Día de las Naciones Unidas por las Víctimas de la Tortura. En esta circunstancia reitero la firme condena de cada forma de tortura e invito a los cristianos a comprometerse para cooperar a su abolición y apoyar a las víctimas y sus familias. Torturar a las personas es un pecado mortal, un pecado muy grave”.

Y después ha concluido: “Recen por mí, recen por mí. Y hasta la vista”. Así el Papa Francisco se ha despedido con una sonrisa de los fieles llegados hasta la plaza de San Pedro, miles a pesar del calor. (Domenico Agasso Jr / La Stampa)