martes, 17 de junio de 2014

junio 17, 2014
Carlos Loret de Mola Álvarez / 17-VI-14

Ya rodó el balón. No cesará el ruido de las grillas sucesorias, las transas brasileñas, las de la FIFA, el descontento de muchos, las huelgas, las obras inconclusas.

Los abucheos a Dilma Rousseff y a Joseph Blatter son bronca de ellos. El manejo que ambos han hecho de los millones puede llegar a serlo. Las protestas, entendibles de fondo, reprobables de forma y hasta ahora de mínima participación, les seguirán causando insomnio.


No les queda quejarse porque no están indefensos: una tiene en su equipo a un goleador probado como Lula y el otro tiene a varios ejecutivos buenos para el regate, para esconder la pelota y robarla en media cancha.

No serán los primeros en cargar con malas cuentas después de un Mundial o unos Juegos Olímpicos.

La crisis brasileña no es culpa del Mundial ni del futbol. Brasil estaba así de pobre y retrasado desde antes. No se descompuso por el gasto en los estadios. Se descompuso porque China y el mundo entraron en dificultades económicas.

Por su triste poder de convocatoria, parece que las manifestaciones antimundial no rasguñarán siquiera a Brasil 2014. El campeonato seguirá y lo verá casi la mitad de la población del planeta. Sólo la Segunda Guerra Mundial derrotó a la Copa, y temporalmente.

La oposición a la presidenta Rousseff calcula que si el equipo brasileño no queda campeón y/o el Mundial sale mal organizado, ella pierde su reelección en octubre. Pero los Mundiales ni ponen ni quitan gobiernos. En sistemas más o menos democráticos, los ciudadanos no esperan el resultado de un partido para decidir por quién votan.

Muchos gobernantes buenos y malos, dictadores, tiranuelos y mediocres han querido usar los Mundiales. En contra de los teóricos de la conspiración, la verdad es que de poco les ha servido. Los Mundiales no ponen tiranos ni los tiranos ganan Mundiales.

Ni el Tercer Reich de Hitler se derrumbó porque Alemania no ganó un Mundial ni la consolidación del régimen fascista de Mussolini se debió a que los jugadores italianos ganaron dos seguidos.

Las dictaduras brasileñas no inventaron a Pelé o a Garrincha, Díaz Ordaz no hizo campeón a México. Videla tal vez metió la mano en el famoso Argentina-Perú, pero a Kempes, Pasarella, Luque, Fillol y los demás no los fabricó él y no derrotaron a la Naranja Mecánica en la final porque él lo haya decidido. Ni Pinochet hizo campeón a Chile en Alemania ni el totalitarismo de la Cortina de Hierro ganó una Copa.

El México 70 de tan grato recuerdo para los mexicanos no salvó a Díaz Ordaz de la rechifla ni mucho menos le lavó las manos de la sangre del 68. Y el México 86 tampoco le ahorró a De la Madrid el insulto general ni la buena organización evitó que dos años después el sistema priísta le estallara en la cara. Los reyes del 70 y el 86 no fueron Díaz Ordaz y De la Madrid o el PRI, sino Pelé y Maradona.

Hubo, hay y habrá cochinadas políticas en el futbol, pero el trono de Brasil 2014 no será para Dilma, Cristina Fernández o Aníbal Cavaco. Será para Neymar, Messi, Cristiano Ronaldo... o algún otro que se los gane.