martes, 24 de junio de 2014

junio 24, 2014
Carlos Loret de Mola Álvarez / 24-VI-14

“Menos democracia es mejor para organizar un Mundial”, dijo hace un año el francés Jerome Valcke, secretario general, número dos de la Federación Internacional de Futbol Asociado (FIFA).

Su frase sintetiza el espíritu que manda en el gobierno de la máxima autoridad del deporte más popular del mundo.

Valcke se quejaba así de los retrasos y tropiezos de Brasil 2014, y remató: “Cuando tienes un jefe de Estado fuerte, que puede decidir, como Vladimir Putin para Rusia 2018, es más fácil para nosotros los organizadores”. 

En 2007 en Nueva Delhi, Joseph Blatter, presidente de la FIFA, aceptó poner un turbante dorado, durante la celebración por los 70 años de la Federación India de Fútbol.(REUTERS)

Su jefe y aliado, Joseph Blatter, pide trato de dignatario: en las entrevistas exige que se dirijan a él como “presidente” (lo es de la FIFA) y puede perdonar cualquier cosa excepto llegar a un país y que no lo reciba el jefe del Estado.


La mandataria brasileña Dilma Rousseff no lo acompañó a la final de la Copa Confederaciones en Río de Janeiro el año pasado. Un poco por rechazo, un poco por miedo a la rechifla. Las cosas entre ambos han empeorado, al grado que en una reunión con periodistas, la presidenta dijo que quería ya quitarse de la espalda a Blatter y Valcke.

La FIFA no ha tenido empacho en aliarse con los regímenes más autoritarios de la historia contemporánea:

Uday, el hijo de Saddam Hussein, era el jefe del futbol en Irak y torturaba a los jugadores que no rendían: les ordenaba patear piedras redondas.

Saadi Gadafi, hijo del ahora derrocado y asesinado dictador, era el mandamás deportista en Libia. Quiso jugar futbol, su papá le abrió las puertas del balompié italiano invirtiendo en equipos de ese país y terminó suspendido por doping.

En plena dictadura atroz, Argentina organizó el Mundial de 1978. Uno de los militares fue vicepresidente de la FIFA.

Leo Mugabe, sobrino del aún dictador de Zimbabue, encabezaba el futbol nacional y desviaba los fondos que recibía.

El presidente del comité organizador de Brasil 2014, José María Marín, fue aliado de la dictadura brasileña y está acusado de testificar a favor del asesinato de un periodista.

Joseph Blatter es presidente de la FIFA desde 1998. En la elección pasada, la de 2011, ante tantos escándalos —marcadamente los sobornos detectados a su principal promotor y antecesor, Joao Havelange, así como la inexplicable quiebra de la empresa de la mercadotecnia futbolera, ISL— surgió una oposición fuerte.

El gran operador político de Joseph Blatter en Asia, el catarí Mohamed bin-Hammam, se le volteó. Hizo campaña… y resultó peor: repartió mordidas para ganar votos contra Blatter y a favor de que Qatar quedara como sede del Mundial 2022. Bin-Hammam fue expulsado de la FIFA y esa nación está cerca de perder la sede.

Blatter buscará reelegirse el próximo año. Su oposición luce débil: Inglaterra y la Unión Europea, por separado. La federación inglesa no quiere unirse con sus vecinos. La UEFA (Unión Europea de Futbol Asociado) tiene al frente al ex jugador Michel Platini, quien fracasó en su intento por promover una ley interna que descalificara por avanzada edad la candidatura de Blatter.

En esta época en que caen dictaduras y se detectan impulsos de cambio en las instituciones más conservadoras, la FIFA resiste.

SACIAMORBOS

Al nuevo gobernador lo querían de candidato del PRI al cargo en 2015.