sábado, 21 de junio de 2014

junio 21, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Un hombre fue enviado al infierno por sus pecados. Le dijeron: “Tendrás que pasar la eternidad en compañía de un demonio que te atormentará día y noche”. Al bajar por la senda que conducía a la oscura mansión de la desesperanza el réprobo vio a un diputado que llevaba al lado a una guapísima rubia. “¡Qué injusticia! -exclamó con enojo-. Aquí estoy yo, un simple pecador, con este horrible demonio que no me deja en paz, y en cambio ese diputado va con una hermosa rubia”. Oyó una voz que le decía: “¿Por qué cuestionas el castigo que le impusimos a la rubia?”. Lejos de mí la temeraria idea de ser un aguafiestas político. Muchos políticos aguafiestas tenemos ya como para añadir uno más al excesivo número. Dejaré, sin embargo, que otros exalten las ventajas que en la reforma política puedan encontrarse, y diré por mi parte que no habrá en México reforma política que valga mientras no se acote el inmenso poder que los partidos tienen, y se disminuyan las insultantes prerrogativas de que gozan. No me cansaré de decirlo: México es un país inmensamente pobre con partidos inmensamente ricos. (¡Miren! ¡Lo acabo de decir una vez más y no me cansé nada!). Padecemos una casta política más numerosa que las estrellas del cielo, las arenas del mar, o los requerimientos de Hacienda. La nueva reforma no ha emanado tanto del Poder Legislativo como de los partidos, y por tanto no obedece al interés de la nación, sino a la conveniencia partidista. ¿Llegará el día, pregunto, en que los ciudadanos seamos más importantes que los partidos? Y otra pregunta me conturba, desasosiega, inquieta, agobia, aflige, desazona y mortifica: ¿cuál es la capital de Dakota del Sur?... Una nueva línea aérea ofreció un viaje gratuito a ejecutivos con sus esposas. Días después del regreso la línea envió mensajes a las esposas preguntándoles qué les había parecido el viaje. El 90 por ciento respondió: “¿Cuál viaje?”.¿Qué le dijo la elefanta al elefante cuando estaban haciendo el sexo? Le reclamó con enojo: “¿Cuándo llegará el día en que lo hagamos poniéndome yo arriba?”. Don Valetu di Nario celebró 50 años de haber salido de la universidad, y asistió a la reunión con sus antiguos compañeros. Fue también su esposa, que les contó luego a sus amigas: “Todos se la pasaron hablando de sus achaques: que del corazón; que del hígado; que del riñón; que de la próstata; que de los pulmones. Aquello no parecía una reunión del recuerdo: parecía más bien un recital de órganos”. La mujer de Capronio le pidió: “En mi cumpleaños regálame algo que tenga diamantes”. Él le regaló un juego de naipes. “Tengo la esposa perfecta -declaró Afrodisio-. Y ni siquiera tengo que mantenerla, porque no es la mía”. Simpliciano, joven candoroso, conoció a una mujer llamada Avidia, y se prendó de ella. Le dijo: “Sé que no soy nada agraciado. Tampco soy simpático, ni buen conversador. Además carezco de dinero propio. Pero me atrevo a pedirte que te cases conmigo porque mi padre es inmensamente rico: su fortuna se calcula en 500 millones de dólares. Tiene 102 años de edad; está sumamente enfermo, y yo soy su único y universal heredero. Sabiendo eso ¿te casarás conmigo?”. Sabiendo eso, una semana después Avidia se convirtió en la madrastra de Simpliciano. En el parque de atracciones doña Jodoncia le ordenó a don Martiriano, su marido: “Vamos al Pozo de los Deseos. Quiero pedir algo”. Le dijo él: “¿Para qué perdemos el tiempo? Tú sabes bien que eso del Pozo de los Deseos no funciona”. “Nadie te está pidiendo tu opinión -replicó doña Jodoncia secamente-. Vamos”. Fueron, pues. Doña Jodoncia echó una moneda al pozo, y en silencio formuló su deseo. Luego le ordenó nuevamente a su marido: “Vámonos”. Y así diciendo echó a andar. Don Martiriano se quedó pensando un momentito. Luego volvió al Pozo de los Deseos, arrojó una moneda y pidió su deseo. En eso se abrió el cielo y de lo alto cayó un rayo que fulminó a doña Jodoncia. “¡Caramba! -exclamó don Martiriano boquiabierto-. ¡Sí funciona!”. Bucolito, niño campesino, llegó tarde a la escuela esa mañana. La maestra le preguntó: “¿Por qué vienes a esta hora?”. Explicó el muchachillo: “Tuve que llevar el toro a que cubriera a la vaca”. Le dijo la maestra: “¿Y qué eso no lo puede hacer tu papá?”. “No -respondió el niño-. Tiene que ser el toro”. FIN. (Milenio)