jueves, 12 de junio de 2014

junio 12, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Dijo un joven: “Mi novia se hizo una operación para agrandarse las bubis. Ya no podré verla a la cara”... El hijo de Drácula se consternó al mirar a su padre todo lacerado, con dos costillas rotas y el cuerpo lleno de cardenales y magulladuras. “¿Qué te pasó?” -le preguntó alarmado. Respondió el vampiro: “¿Ves esa elevada torre?”. “Sí la veo” -contestóel vampiro joven. Y dice Drácula: “Yo no la vi”... Don Chinguetas, el marido de doña Macalota, fue a la farmacia y pidió una docena de pastillas de Viagra. Lo interrogó el farmacéutico: “¿Trae usted receta?”. “No -replicó don Chinguetas-. Pero traigo una foto de mi esposa”... Afrodisio mostraba un ojo negro. Le preguntó un amigo: “¿Qué te sucedió?”. Respondió él: “Le estaba quitando el brassiére a una amiguita”. Inquirió el otro: “¿Y el elástico se soltó y te golpeó en el ojo?”. “No -contestó Afrodisio-. Llegó el marido”... El gran cazador blanco, ya retirado, fue al zoológico con su mujer. Un elefante lo vio y se acercó a él, como si lo reconociera. Le contó el gran cazador a su esposa: “Hace muchos años me topé en la selva de África con un elefante que cojeaba. Fui y le saqué la espina que traía en la pata. Me pregunto si éste es el mismo elefante. Esos animales jamás olvidan el bien que se les hizo”. En ese momento el elefante lo tomó con su poderosa trompa y empezó a golpearlo contra el suelo. Le grita el gran cazador blanco a su mujer: “¡No es el mismo!”... Un amigo le comentó a Babalucas: “Mi novia se cae siempre  de la bicicleta”. Sugirió el badulaque: “Quítale el sillín”... A mí, lo digo con módica tristeza, no me fue dado el don del futbol. Envidio, también con envidia moderada, a quienes se apasionan con el juego que alguien llamó “del hombre”. Yo, la verdad sea dicha, conozco otro juego más del hombre -y de la mujer-, que por lo menos a mí me resulta más placentero y deleitable. No desconozco que el futbol es el juego de mayor popularidad en México y el mundo. Ningún otro deporte -ni siquiera, ¡ay!, mi queridísimo beisbol- tiene la penetración que el soccer tiene. La prueba es que la televisión, que va al dinero como las moscas a un panal de rica miel, va al futbol con ansias tan fruitivas que a veces se apodera de él. Por eso no estoy de fiesta hoy que comienza la gran fiesta del futbol. Eso, supongo, me pone al margen del mundo. Mientras miles de millones de seres humanos -mis hijos y mis nietos incluidos- vibran con la Copa, yo seguiré vibrando con otras distintas vibraciones que a mí me dan gozo y sosiego. Veré, sí, uno que otro partido, sobre todo los finales. Me deleitaré -tampoco soy de palo- mirando ese ballet maravilloso en que los grandes equipos convierten a un juego que por sus violencias en el campo y las tribunas, y por sus corruptelas afuera, puede en ocasiones llegar a ser pedestre. Pero no desayunaré, comeré y cenaré futbol desde hoy hasta que acabe el campeonato -¿así se dice?-; ni estaré pegado día y noche a mi televisor; ni hablaré infinitamente de los juegos y de las jugadas. Y sin embargo el mundo seguirá existiendo para mí. Espero, claro, un buen desempeño de nuestro equipo, aunque no dejo de compadecer a los muchachos en cuyos tacos, botines o tachones -¿se dice así?- se deposita el honor nacional. (A decir verdad, ya no sé dónde está depositado). Me resigno: seré estos días ostra, eremita, anacoreta aislado de mis congéneres humanos. Simeón del Desierto será, comparado conmigo, un boulevardier. Todo esto que ahora digo lo dije ayer en mesa de amigos. Oyeron ellos con paciencia mis jeremiadas. Al final, tras una pausa, uno me preguntó: “Y ¿a quién le vas?”. Sufro... El paciente le informó angustiado al doctor Ken Hosanna: “Traigo una fuerte infección venérea en mi parte varonil. Un médico me dijo que tendrá que hacerme una operación para quitármela”. Tras pedirle que se desvistiera a fin de revisarlo, y luego de hacer el correspondiente examen, dictaminó el facultativo: “No necesita usted ninguna operación”. “¿De veras, doctor?” -preguntó el hombre, esperanzado. “De veras -confirmó el galeno-. Suba usted a esta silla”. Subió el paciente. “Ahora salte”. Saltó el tipo, y al hacerlo la mencionada parte se le desprendió y cayó al suelo. “¿Ya vio? -le dijo el médico-. No necesitaba usted ninguna operación”... FIN. (Milenio)