domingo, 25 de mayo de 2014

mayo 25, 2014
TEL AVIV, 25 de mayo.- «Bienvenido a Israel, una isla de tolerancia en Medio Oriente». Con estas palabras el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu acogió a Papa Francisco en la pista del aeropuerto Ben Gurion de Tel Aviv, en donde el Pontífice aterrizó con un helicóptero militar jordano tras el vuelo desde Belén. Al llegar, Papa Francisco fue recibido por Shimon Peres, con quien hizo los honores militares.
En Israel, la invitación papal para la reunión con Abu Mazen ha sido recibida sin críticas entre otros motivos porque no tiene como objetivo negociar sobre los principales puntos de discordia y porque quien realmente decide en el proceso de paz no es el presidente Shimon Peres (izq.)  sino el primer ministro, Benjamín Netanyahu (tercero desde la izq.). (itongadol.com)

Después de los himnos nacionales, el primero que habló fue Peres, quien expresó «esperanza por la paz» y condenó el ataque antisemita de Bruselas, «un asesinato sin sentido». Después tomó la palabra Netanyahu, quien hizo homenaje a la «noble y natural humildad» de Papa Francisco, relacionándola con el concepto judío del "Tikkun Olam", la reparación del mundo, para después subrayar que «Israel es un estado en el que el derecho a la libertad de fe es respetado». «Estamos orgullosos de la naturaleza plural de nuestra sociedad, que respeta a todos sus ciudadanos sin considerar la religión o la nacionalidad», añadió Netanyahu. Agradeció también al Papa por su «firme posición en contra de cualquier expresión de antisemitismo». «Bienvenido a Jerusalén, la ciudad eterna de justicia y paz, “Salve, in Terra Sancta”», concluyó el primer ministro.

El saludo entre el Papa y Shimon Peres.



«Les agradezco cordialmente la acogida en el Estado de Israel, que me complace visitar en esta peregrinación que estoy realizando», como sus predecesores, recordó Papa Francisco, y expresó su deseo de que «esta Tierra bendita sea un lugar en el que no haya espacio alguno para quien, instrumentalizando y exasperando el valor de su pertenencia religiosa, se vuelve intolerante o violento con la ajena». Bergoglio después se refirió a Jerusalén como «ciudad de la paz», y observó que «padece todavía las consecuencias de largos conflictos». «Suplico a cuantos están investidos de responsabilidad que no dejen nada por intentar en la búsqueda de soluciones justas a las complejas dificultades, de modo que israelíes y palestinos puedan vivir en paz. Todos sabemos que la necesidad de la paz es urgente, no sólo para Israel, sino para toda la región» y, contunuó, «que se reconozca igualmente que el pueblo palestino tiene derecho a una patria soberana, a vivir con dignidad y a desplazarse libremente. Que la “solución de los dos Estados” se convierta en una realidad y no se quede en un sueño», porque los palestinos merecen un estado y los israelíes merecen seguridad. También repitió la invitación, ya expresada en Belén, a los presidentes Abu Mazen y Shimon Peres, a «venir a mi casa en el Vaticano» para «un encuentro de oración» por la paz.

En la parte final, el Papa condenó duramente el ataque en el museo judío de Bruselas, en el que fallecieron tres personas, incluidos dos israelíes. «Con el corazón profundamente adolorado, pienso en todos los que perdieron la vida en el atentado de Bruselas», dijo, subrayando la necesidad de «educar a la tolerancia» como antídoto en contra del antisemitismo. «Un momento especialmente intenso de mi estancia en su país será la visita al Memorial de YadVashem, en recuerdo de los seis millones de judíos víctimas de la Shoah, tragedia que se ha convertido en símbolo de hasta dónde puede llegar la maldad del hombre cuando, alimentada por falsas ideologías, se olvida de la dignidad fundamental de la persona, que merece respeto absoluto independientemente del pueblo al que pertenezca o la religión que profese. Pido a Dios que no suceda nunca más un crimen semejante, entre cuyas víctimas se cuentan también muchas otras personas». Al salir del aeropuerto Ben Gurion, el Papa se dirigió a Jerusalén, en donde se reunirá, en el Monte de los olivos, con el patriarca ortodoxo Bartolomeo I. (Maurizio Molinari / La Stampa)