martes, 6 de mayo de 2014

mayo 06, 2014
Eduardo Ibarra Aguirre / Utopía 1388 / 7-V-14

El discurso del titular del Ejecutivo federal durante la celebración del 152 aniversario de la Batalla de Puebla, con uno más de los desfiles militares que realizan con o sin “guerra contra el narcotráfico” desde diciembre de 2006, contiene expresiones que no deben ser soslayadas porque implican “un compromiso absoluto” con la libertad de expresión y el derecho de los mexicanos a “estar debidamente informados” –cuando el duopolio de la televisión y el oligopolio de la radio hacen exactamente lo contrario–, y son “factores fundamentales” para consolidar la democracia.

Como orador único, Enrique Peña fue lejos al encabezar la efeméride ya que aseguró que su gobierno “escucha y considera el sentir de la población”, convencido como dice estar de que “las decisiones públicas deben responder a las demandas de la gran mayoría ciudadana”. Ejercemos, aseguró sin matices, un gobierno “abierto y cercano a la gente”, decidido a aumentar los beneficios del desarrollo, a distribuirlos “de manera más equitativa” y asegurar que “todos los mexicanos gocen de todos sus derechos”, particularmente la libertad de reunión, de asociación y de tránsito, así como con la libertad personal, de culto y de trabajo. También juró que “los mexicanos somos los únicos que podemos decidir nuestro futuro”.

El discurso tiene los trazos de respuesta a la última pregunta de Alfonso Cuarón, “¿Por qué no debatir?” tras las 10 formuladas el 28 de abril y contestadas en tiempo y forma por el gobierno federal, en un gesto que lo enaltece.

Responder indirectamente en este caso y sin mencionar al laureado cineasta, durante un acto más militar que cívico pareciera un escenario mal escogido, sobre todo cuando el Ejército y la Marina están involucrados en tareas policiacas y hasta ministeriales que por ningún lado contempla la Constitución, aunque la alcahueta –como todavía es con el poder– Suprema Corte lo legalizó para que los altos mandos no sean llamados a cuentas jurídicas en el futuro, como parcialmente sucedió con la llamada Guerra sucia.

Más allá del momento seleccionado para debatir con el realizador de la muy premiada Gravity, resulta mejor polemizar como lo hace Peña Nieto con sus demasiado relativas verdades, que la intolerante respuesta de David Penchyna, de que “Ésta no es una película, es la vida real”. (Tampoco la gubernatura de Hidalgo es una ley energética secundaria, aunque las confunde). Y agrega la inaceptable pretensión de constreñir la discusión a la Comisión de Energía de la Cámara de Senadores, porque “Si el Legislativo se respeta a sí mismo, debe debatir en un espacio público, donde están representadas las fuerzas políticas”.

Dónde quedó, pues, la bella frase de que Los Pinos “escucha y considera el sentir de la población”, convencido de que “las decisiones públicas deben responder a las demandas de la gran mayoría ciudadana”. Si el enunciado guardara correspondencia con la realidad, en la que siete de cada 10 ciudadanos impugnan la privatización del petróleo, ni habría tal reforma ni el gran empresariado británico sería el primero en enterarse del proyecto gubernamental que dice “¡Mover a México!” Sencillamente porque en esta materia como en otras, “las fuerzas políticas” representadas en el Congreso no reflejan el sentir y pensar de las mayorías, que tampoco son informadas como lo muestra la decisión de los tecnócratas de Petróleos Mexicanos de poner a la venta las acciones de Pemex en Repsol, compra que tampoco fue informada a los ciudadanos y que se realizó cuando la paraestatal carecía, según Felipe Calderón, de recursos para su crecimiento.

Acuse de recibo

“Para abundar en el tema de la lectura y el promedio de libros leídos por los mexicanos en un año, depende mucho del método de medición. Si es (…) por el monto total de libros ‘nuevos’ editados en el año del conteo y vendidos al detalle, entonces podríamos tener un promedio a la baja, pero hay muchos –como un servidor– que básicamente recorremos tiraderos y librerías de viejo. Yo no compro arriba de ocho o 10 ‘novedades’ al año, pero por ejemplo, en Antonio Caso, me hice de Archipiélago Gulag, edición de bolsillo, por 10 pesos. Y estoy totalmente de acuerdo con Musacchio: la campañita con ‘celebridades’ para promover la lectura, creo que más bien ahuyenta a los jóvenes, en lugar de atraerlos a esa afición. Y si el método es una encuesta, pues... puede suceder como cuando se inquiere acerca del desempeño sexual ¡se contesta con fantasías personales! Hace tiempo que cierta señora de alguna celebridad, afirmó entusiasta en una entrevista que ‘yo he leído todas las novelas de Octavio Paz’. Y Zabludovsky, en esas charlas radiales con mi amigo Enrique Galván Ochoa, a propósito de quién sabe qué, le soltó: ‘Acabo de releer el libro La hora 25’. Acto seguido, ambos se enredaron unos 15 minutos tratando de adivinar quien era el autor (…). Nunca atinaron ¡Y Jacobo recién lo había releído! (…)” El comentario es de Gustavo Cortés Campa.


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