viernes, 30 de mayo de 2014

mayo 30, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Doña Frigidia, ya se sabe, es la mujer más fría del planeta. Últimamente los gobiernos la han estado contratando para congelar volcanes en erupción. Lo hace con su mera presencia. Cierto día, sin embargo, accedió a tener trato carnal con su esposo don Frustracio. En el curso del aburrido trance él escuchó de pronto un "¡Ah!" de alegría. Pensó el señor que finalmente su consorte había sentido un asomo de placer al realizar el acto del amor. Le preguntó la causa de ese "¡Ah!". Respondió ella: "Por fin di con el color que deben tener las nuevas cortinas. ¡Verde olivo!"... Nalgarina, mujer de buenas formas pero de caletre escaso, le contó a una amiga: "El joven y guapo vecino de al lado llama todos los días a la puerta de mi departamento a media mañana y me pregunta en voz baja: '¿Está tu marido?'. Le digo que no. Entonces él entra, me lleva a la cama y me hace el amor apasionadamente. Lo mismo sucede cada día, una y otra vez. Me pregunta: '¿Está tu marido?', y cuando le digo que no está, otra vez me hace el amor". "¡Asombroso!" -comentó la amiga. "Sí -dijo Nalgarina, pensativa-. ¿Qué asunto crees que ese muchacho tenga con mi esposo? ¿Por qué vendrá a buscarlo todos los días?"... Un punto de luz ha aparecido en medio de la tenebregosa sinrazón. (Permítanme un momentito, por favor. Voy a apuntar la palabra "tenebregosa", que significa "cubierta de tinieblas", para usarla cuando hable de la situación nacional). El asunto del celibato sacerdotal es, en efecto, sombrío. Ese uso eclesial -costumbre impuesta, que no dogma de fe- atenta contra el derecho más básico entre todos los que la persona tiene: el derecho natural. En la bella y concisa definición de los romanos, "Ius naturale est quod natura omnia animalia docuit", el derecho natural es el que la naturaleza enseñó a todos los seres vivos. El hombre lo tiene por el solo hecho de ser criatura humana. No se lo otorga nadie, y nadie por lo tanto puede privarlo de él. Hacer renuncia de ese derecho equivale a hacer violencia a las leyes de la naturaleza, a ir contra sus mandatos y principios. Y la naturaleza suele cobrar a precios altos esa transgresión. El Papa Francisco ha puesto una luz de esperanza, siquiera sea pequeña, en la cuestión del celibato sacerdotal, tan contrario a la naturaleza y a la razón. Al no ser un dogma de fe, dijo, siempre está abierta la puerta (para debatirlo).  Dijo que el celibato es una regla de vida que él aprecia mucho, un don para la iglesia. Habrá que preguntar si esa regla de vida no está fincada en cuestiones de mera economía, y si de ese presunto don no han derivado grandes males tanto para la iglesia como para muchos de quienes se han sujetado al celibato, y también para incontables personas inocentes. ¿Modificará algún día la Iglesia ese uso que aleja de la vida religiosa a muchos hombres y mujeres en tiempos en que las vocaciones disminuyen alarmantemente? El mismo Papa señaló que hay en la Iglesia sacerdotes casados. Es de pensarse que la norma vigente en los ritos orientales podría ser adoptada por la Iglesia en forma universal sin vulnerar sus principios básicos, sino antes bien volviendo a su espíritu original y a mandatos bíblicos fundamentales -"Creced y multiplicaos"-, que coinciden con el derecho natural. Ojalá el Papa Francisco escuche las numerosas voces que piden se abra un diálogo sobre el celibato religioso. Si no lo hace él, que se ve tan humano, tan libre de ataduras, quizá ya ningún otro pontífice lo hará... Frase poco célebre: "El optimista ve la dona. El pesimista ve sólo el agujero"... Don Poseidón, granjero acomodado, tenía un problema. Sentía de repente urentes ansias amorosas, pero si su mujer tardaba en disponerse para la ocasión aquel impulso desaparecía, y se abajaba el pendón de su rijosidad. Un amigo le aconsejó: "Cuando quieras que tu señora venga pronto, dispara tu escopeta. Esa será la señal para que ella acuda presurosamente y llegue cuando tú estés todavía en aptitud de librar el amoroso combate". Pasó un mes, y el amigo le preguntó a don Poseidón si aquel expediente, el de la escopeta, había funcionado con su esposa. "Al principio sí -respondió algo mohíno el vejancón-. Pero desde que empezó la temporada de caza ya raras veces la veo"... FIN. (Milenio)