viernes, 18 de abril de 2014

abril 18, 2014
Los sufrimientos de la humanidad en el Vía Crucis del Coliseo Romano, con un clamor especial por las víctimas inocentes de los abusos

“En la cruz vemos la monstruosidad del hombre, cuando se deja guiar por el mal, pero vemos también la inmensidad de la misericordia de Dios que no nos trata según nuestros pecados, sino según su misericordia”. Pocas palabras, profundas e incisivas, las del Papa Francisco al final del vía crucis que encabezó la noche de este Viernes Santo en el Coliseo Romano. 

Miles de fieles han estado esperando en el Foro Romano la llegada del Papa Francisco. El Pontífice llegó al Coliseo justo antes de las nueve de la noche y se concentró unos instantes en oración en el sitio reservado para él. (AFP)


No estaba previsto que hablase, al final del rito que recordó las 14 estaciones del camino de Jesús hacia el Calvario. Así lo había anticipado el portavoz vaticano Federico Lombardi. Pero finalmente el pontífice decidió compartir una breve reflexión, durada menos de cinco minutos.


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“En la cruz vemos la traición de Judas y de Pedro, toda la vanidad de los prepotentes, toda la arrogancia de los falsos amigos, era una cruz pesada, como la noche de las personas abandonadas. Pesada como la muerte de los seres queridos, pesada por toda la fealdad del mal. Es también una cruz gloriosa, como el alba de una noche larga, porque representa todo el amor de Dios que es más grande de nuestras iniquidades y de nuestras traiciones”, aseguró.

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A las 21:10 horas Jorge Mario Bergoglio llegó hasta el Monte Palatino, una explanada justo frente al anfiteatro romano. Allí fue recibido por el alcalde de Roma, Ignazio Marino, y tras saludarlo se puso un sobretodo blanco. Luego se trasladó bajo un mirador adornado con telas de color rojo. No obstante los gritos de emoción y los aplausos de la gente, prefirió mantener la concentración en su rostro.

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Todos los sufrimientos del mundo fueron incluidos en las meditaciones que se fueron leyendo en las estaciones. Las escribió el arzobispo italiano de Campobasso-Boiano, Giancarlo Bregantini, quien le puso un subtítulo a cada una.

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“Dios está irrevocablemente y sin medias tintas de parte de las víctimas”, señaló uno de los lectores durante la décima estación, la cual evocó cuando Cristo fue despojado de sus vestiduras. Se refería a las víctimas inocentes de todos los abusos, también los de naturaleza sexual perpetrados por clérigos contra los menores de edad.


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“En Jesús, inocente, despojado y torturado, reconocemos la dignidad violada de todos los inocentes, especialmente de los pequeños. Dios no impidió que su cuerpo despojado fuera expuesto en la cruz. Lo hizo para rescatar todo abuso injustamente cubierto”, agregó.

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En la primera estación el texto estigmatizó los juicios superficiales de la gente, las insinuaciones y prejuicios, que cierran el corazón y se convierten en cultura racista, de exclusión y descarte, con cartas anónimas y horribles calumnias. “Si (somos) acusados, se salta inmediatamente en primera página; si (somos) absueltos, se termina en la última”, apuntó refiriéndose a la prensa.

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A los estragos de la crisis económica, con sus injusticias y sus “graves consecuencias”, estuvo dedicada la segunda estación. Se hizo referencia al peso de la precariedad, del desempleo, de los despidos, un dinero que gobierna en lugar de servir, la especulación financiera, el suicidio de empresarios, la corrupción y la usura. Una “pesada cruz” sobre la espalda de los trabajadores que “Jesús carga sobre sus hombres”.

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A no ser indiferentes con quien cae, con quien piden asilo, dignidad y patria, con los inmigrantes frágiles en busca de seguridad y esperanza, invitó el texto correspondiente a la tercera estación. La cuarta se refirió al sufrimiento de las madres por sus hijos lejanos, por los jóvenes condenados a muerte, asesinados o enviados a la guerra, especialmente por los niños soldados.

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“En ellas escuchamos el lamento desgarrador de las madres por sus hijos, moribundos a causa de tumores producidos por la quema de residuos tóxicos. ¡Qué lágrimas tan amargas! ¡Solidaridad en compartir la ruina de los hijos! Madres que velan en la noche, con las luces encendidas, temblando por los jóvenes abrumados por la inseguridad o en las garras de la droga y el alcohol, especialmente las noches del sábado”, clamó.

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Los sufrimientos de las meditaciones fueron también los sufrimientos de quienes cargaron la cruz ahí en el Coliseo. Parejas de personas, cuyos nombres no fueron dados a conocer públicamente. Pero sí se supo que se trató de extranjeros, encarcelados, mujeres, enfermos, niños, ancianos y religiosos. 

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La opresión injusta, que desgasta la carne y los huesos. Los absurdos de la burocracia y la lentitud de la justicia. El hacinamiento como una doble pena y la tortura. Todos esos flagelos aparecieron en la séptima estación.

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“Lloremos por esos hombres que descargan sobre las mujeres la violencia que llevan dentro. Lloremos por las mujeres esclavizadas por el miedo y la explotación. Pero no basta compungirse y sentir compasión. Jesús es más exigente. Las mujeres deben ser amadas como un don inviolable para toda la humanidad. Para hacer crecer a nuestros hijos, en dignidad y esperanza”, apuntó la octava.

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El vía crucis papal también rescató el grito de los perseguidos, los moribundos, los enfermos terminales, los oprimidos por el yugo, la dignidad violada de todos los inocentes.


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“La muerte de Cristo abate todos los tronos del mal, basados en la codicia y la dureza de corazón. La muerte nos desarma, nos hace entender que estamos expuestos a una existencia terrenal que termina. Pero, ante ese cuerpo de Jesús puesto en el sepulcro, tomamos conciencia de lo que somos: criaturas que, para no morir, necesitan a su creador”, estableció. (Andrés Beltramo Álvarez / La Stampa)