domingo, 27 de abril de 2014

abril 27, 2014
EL VATICANO, 27 de abril.- Cuando Ángelo Roncalli, recién elegido Papa salió al balcón, dio al mundo la primera sorpresa: se llamaría Juan, un nombre evitado en cinco siglos ya que el último, Juan XXII (1410-1415), había sido un antipapa.


Durante cinco años (1958-1963), Juan XXIII sorprendió continuamente al mundo y a sus propios colaboradores. Al tercer día como Papa reveló a su secretario, Loris Capovilla, que pensaba convocar un Concilio ecuménico. Capovilla se quedó de piedra, igual que los cardenales cuando el Papa se lo anunció por sorpresa el 25 de enero de 1959 en la basílica de San Pablo Extramuros.

Estaba comenzando la "ráfaga de novedad" que mencionó Juan Pablo II el 3 de septiembre del 2000, durante la misa de beatificación de aquel Papa "de rostro sonriente y brazos abiertos para abrazar al mundo entero". Karol Wojtyla hizo notar que "ciertamente, la ráfaga de novedad no se refería a la doctrina, sino más bien al modo de exponerla: era nuevo su modo de hablar y de actuar, y era nueva la simpatía con que se acercaba a las personas comunes y poderosas de la tierra”.

Al día siguiente, subrayaba que "además de las virtudes cristianas, Juan XXIII tenía un profundo conocimiento de la humanidad con sus luces y sus sombras. Su pasión por la historia, cultivada a lo largo de mucho tiempo, le resultó de gran ayuda".

La extraordinaria bondad de Ángelo Roncalli (Sotto il Monte, 1881- Roma, 1963) dejaba en penumbra otras facetas importantes como escritor, intelectual y diplomático. Su aire sencillo ocultaba tres décadas de experiencia diplomática en Bulgaria, Turquía, Grecia y París, donde fue nuncio apostólico durante nueve años.

Salvó a miles de judíos

Como delegado apostólico en Turquía durante la Segunda Guerra Mundial, salvó a miles de judíos. El embajador alemán en Estambul, Franz Von Papen, antiguo canciller del Reich, iba a misa a la delegación apostólica porque "éramos amigos. Yo le pasaba dinero, ropa, alimentos y medicinas para los judíos que acudían a él. Llegaban descalzos y casi desnudos desde las naciones del Este de Europa que iba ocupando el Reich…".

En julio del 2013, durante el vuelo de regreso de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro, el Papa Francisco recordaba: "¡Cuantas partidas de bautismo falsas hizo en Turquía a nombre de judíos! Era un hombre valiente, un cura rural bueno, con una gran sentido del humor y una gran santidad".

Detrás de su aparente sencillez, de terciario franciscano, Ángelo Roncalli era un personaje fuera de lo común. En 1953, cuando era nuncio en Paris y fue nombrado cardenal, el presidente de la República Francesa, Vincent Auriol, que era ateo, ejerció un antiguo privilegio para imponerle personalmente la birreta en una ceremonia en el Palacio del Elíseo.

Haber sido el cuarto de trece hermanos le enseñó muchas cosas, como también haber sido sargento sanitario y capellán durante la Primera Guerra Mundial. Era un seminarista maduro y, nada más ser ordenado sacerdote en Roma, el obispo de Bérgamo lo llamó como secretario personal, tarea que desempeñaría durante nueve años hasta el fallecimiento de su prelado.

En 1925, Pio XI lo nombra obispo y visitador apostólico en Bulgaria, dando inicio a 28 años de servicio diplomático en los que maduró humana e intelectualmente sin perder nunca la humildad ni el buen humor.

Nunca se quejaba

En el vuelo de regreso de Río de Janeiro, el Papa Francisco comentó a los periodistas que "cuando era nuncio, algunos en el Vaticano no lo apreciaban. Y cuando visitaba las oficinas, le hacían esperar. Pero él nunca se quejaba: rezaba el Rosario, leía el Breviario… Era pacífico, humilde, y se preocupaba por los pobres".

El pasado 3 de junio, cincuenta aniversario de su fallecimiento, el Papa invitaba a varios cientos de peregrinos de Bérgamo a imitar sus rasgos de hombre valiente: "No tengáis miedo de los riesgos, como él no tuvo miedo".

Nada más ser elegido, comenzó a romper moldes. Salía del Vaticano a visitar los niños del hospital Bambín Gesú, los reclusos de la cárcel de Regina Coeli y las parroquias de Roma. A veces se escapaba de incógnito en coche, tanto del Vaticano como de Castel Gandolfo. Suprimió el "beso a la zapatilla" y, después de un primer uso, la silla gestatoria. Prohibió a sus colaboradores arrodillarse ante él.

Amplió e internacionalizó el colegio cardenalicio. Nombró, en 1960, el primer cardenal negro: Laurean Rugambwa, arzobispo de Dar es Salaam. Canonizó, en 1962, al primer santo de color: el limeño Martín de Porres, conocido como “Fray Escoba”.

En 1960 recibió por primera vez en el Vaticano, al cabo de cuatro siglos, al arzobispo de Canterbury, Geoffrey Francis Fisher, jefe de la Iglesia Anglicana. Comenzó a recibir también a líderes judíos.

En 1961 estableció una línea directa con el presidente soviético Nikita Kruschev… A cada oportunidad, abrió las ventanas del Vaticano "a un aire fresco y rejuvenecedor". (Juan Vicente Boo para ABC.Es)