martes, 22 de abril de 2014

abril 22, 2014
Carlos Loret de Mola Álvarez / 22-IV-14

Y yo lo necesité en noviembre de 2011. Yo no lo sabía. No imaginé de sus poderes curativos y ni siquiera me habían dicho que esa noche de sábado me lo iba a encontrar en esa celebración, en ese restaurante.

A mí me invitaron con una carnada diferente: sabemos que te gusta Joaquín Sabina y va a venir después de su concierto, porque le estamos organizando una fiesta de cumpleaños sorpresa a Mercedes Barcha, la esposa de Gabriel García Márquez, la “Gaba”, y Joaquín la quiere mucho.

Así que aunque no estaba de ánimo me puse un saco y me presenté al Restaurante Siqueiros que entonces estaba en el Polifórum del Distrito Federal. A don Gabriel y doña Mercedes les llevé un regalito muy, muy especial, de esos que no hay dinero que consiga. Quería sorprenderlos y quedar bien. Sus palabras fueron tan inesperadas que me las quedo. 



La reina era Mercedes. La Gaba. Supe ahí que su maestra de Literatura en la preparatoria de Colombia le dijo que si Gabriel José de la Concordia García Márquez escribía tan bien… era porque seguramente ella, Mercedes Barcha, le redactaba los textos.


Llegaron sus amigos de verdad y tuvieron la generosidad de tratarme como si yo fuera uno del clan: Magdalena Rodríguez, Fernanda Familiar, Fernando Azcárraga, diplomáticos, embajadores, mexicanos y colombianos compañeros de existencia que contaban chistes, recitaban poemas que todos se sabían de memoria, planeaban vacaciones juntos y soltaban anécdotas de esas que entre camaradas tienen la cualidad de hacer reír mucho y siempre.

Pensé que la divertida secuencia de discursos —esta especie de talent show culto, en torno a una mesa donde cupieron treinta sillas frente a canapés— sería lo mejor de la tarde-noche. Falló mi pronóstico.

Llegó un grupo de música colombiana. Le cantaron dos al Nobel y a la tercera ya estaban Gaba y Gabo, Gabo y Gaba, bailando juntos. Todos contagiados se pararon a hacer lo mismo.

Cuando el acordeón empezó con la popular “Los Caminos de la Vida” le pedí al músico de los bongós que me los prestara. No es que los supiera tocar. Es que tenía ganas de tocarlos, y él accedió.

Me agaché en el piso y resultó que no lo hice tan mal. Así que hubo risas, gritos, comentarios, alusiones… ¡y a un ladito estaban bailando don Gabriel y doña Mercedes!

Yo no lo podía creer: el instante se quedó grabado para siempre, no como fotografía sino como sensación.

Nunca llegó Joaquín Sabina. Por lo menos hasta que me fui.

Yo estaba pasando uno de los momentos más tristes de mi vida y necesité del Gabo. Yo no lo sabía. Ni él tampoco. Pero ahí estuvo, mágico, para llevarme a un mundo distinto por unas horas. De eso vivía.

SACIAMORBOS

Para la Gaba, que siempre ha tenido más corazón que marido. Y eso, en su caso, ya es un tramo.