lunes, 7 de abril de 2014

abril 07, 2014
Gilberto Avilez Tax

Así comienza la parte de una tesis donde hablo de la ocupación definitiva de Chan Santa Cruz, por las tropas del general porfiriano Ignacio Bravo, en mayo de 1901 (antes había hablado de los discursos de las élites locales y nacionales alrededor de los trenes):

Estos discursos de la “pacificación” y del horizonte de prosperidad para Yucatán que se auguraban con los ferrocarriles, fueron los discursos que escucharon, la noche del 15 de septiembre de 1900 –sentados cómodamente, comiendo y bebiendo en el Palacio Municipal de la Villa de Peto-, los que asistieron al banquete de “las fiestas de la Patria y del Progreso”.

Ahí se encontraban casi todos "los amos de Yucatán" y los representantes de Díaz y los literatos de retórica engolada de los reyezuelos del henequén, y un general jalisciense al cual le faltaba un lustro para llegar a sus setenta velitas, Ignacio Bravo. Casi todos, menos los hombres de esa combativa sociedad guerrera a los cuales Nelson Reed bautizaría como los cruzoob, que le harían frente con sus viejos budbitzones a las armas sofisticadas de retrocarga de los batallones de guerra que había mandado don Porfirio para pacificarlos; y menos la miríada de guardias nacionales yucatecos, que con picos, palas, barrenos y pólvora, abrirían el camino de Peto a Santa Cruz, cortarían el bosque, sembrarían los aproches y el telégrafo, construirían los fuertes para la tropa y, en más de una ocasión, morirían a machete o frente a las balas salidas de los budbitzones de los de Santa Cruz, pero muchos, como los hombres de las fronteras de Peto, estarían impacientes por dar pelea. Nuevamente la guerra había llegado a esta lejana Villa sureña.