miércoles, 26 de marzo de 2014

marzo 26, 2014
Carlos Loret de Mola Álvarez |26-III-14

Nadie se salva en el desastre de la Línea 12 del Metro del Distrito Federal, aunque los grados de responsabilidad varían.

Marcelo Ebrard se encaprichó en inaugurar la obra sabiendo que tenía fallas graves de diseño y ejecución que harían riesgoso su funcionamiento. Le urgía por motivos políticos.

El consorcio constructor ICA- Carso-Alstom sabía que había problemas desde que recibió el plan original (el argumento de “yo construí lo que me pidieron” es tan egoísta que parece que si les decían que un riel desembocaba en el abismo ellos hubieran seguido las instrucciones del “plan maestro”). Además, supo antes de entregar la obra que los trenes eran incompatibles. Tenía conocimiento de que los errores significaban peligro para los usuarios pero se ajustó a los tiempos políticos del gobierno, recibió miles de millones, firmó y no dijo nada públicamente. 


Enrique Horcasitas, hasta hace una semana director del Proyecto Metro, encargado de la “Línea Dorada”, supo de los problemas antes, durante y después de la obra, estuvo enterado de los riesgos cuando se abrió al público y se calló todo. Por no hablar de que su hermano es alto funcionario de la empresa constructora ICA.


Alberto Bojórquez, director del Metro durante el gobierno de Ebrard, fue quien decidió adjudicar a la empresa española CAF un contrato por 28 mil millones de pesos, sin licitación, para rentar trenes que no eran los que se requerían.

Joel Ortega, actual director del Metro, recibió la obra, se enteró a los pocos meses de los riesgos y la dejó medio año funcionando. Cuando decidió la suspensión hace dos semanas, después de tantos meses, no fue capaz de dar un diagnóstico técnico y administrativo, aventó todo a la Contraloría, fue poco claro y dejó la impresión de que estaba aprovechando para saldar su cuenta pendiente personal con Ebrard, que lo corrió de la jefatura de la policía del DF tras el escándalo del News Divine.

Miguel Mancera sabía desde hace meses de las irregularidades, que hasta se filtraron a la prensa. El Metro siguió operando y cuando lo paró no había un operativo para atender a los usuarios ni pudo contener a Joel Ortega. Todo empezó a tener el aroma de la habitual batalla entre tribus perredistas.

Está documentado, más allá de toda duda, el conocimiento que todos ellos tuvieron —unos a partir de 2009 y en distintos momentos en lo sucesivo— de irregularidades, fallas de diseño, ejecución, equipamiento y funcionamiento, incompatibilidades técnicas e incumplimiento de cláusulas del contrato original.

En términos generales, es claro que hubo por lo menos negligencia de todos ellos. Falta saber con detalle los motivos del sobrecosto que tuvo la obra, de 17 mil 500 millones de pesos a casi 28 mil millones, más lo que cueste la reparación de todo lo que se hizo mal.

Vaya vergüenza.

SACIAMORBOS

Si el impresentable dirigente sindical no ha caído es porque lo apoya su coordinador senatorial.