domingo, 2 de marzo de 2014

marzo 02, 2014
Desde la fe

CIUDAD DE MÉXICO, 2 de marzo.- Cayó el enemigo público número uno. La aprehensión de Joaquín Guzmán Loaera, El Chapo, reveló cómo y de qué forma era protegido el criminal más buscado aquí y en los Estados Unidos, país que disputa la extradición del líder del cártel de Sinaloa para responder a las acusaciones de los vecinos, quienes desgranaron alabanzas por la operación que asestó el golpe, “gracias a la coordinación entre agencias y policías de ambos países”, según se dijo a la opinión pública.

Joaquín Guzmán Loaera, El Chapo. (Foto PGR)

Desde su fuga de la prisión federal de máxima seguridad de Puente Grande, se constataron las redes de corrupción tejidas por El Chapo, abriendo la puerta a la omnipresencia del capo, de su lucha por las plazas y el poder en el crimen organizado. El Chapo jamás desapareció, el Estado invirtió recursos humanos y millonarios para su captura de forma inútil, y su paradero era conocido en las comunidades agradecidas al padrino hacedor de justicia; “todo mundo sabía dónde vivía, menos la autoridad”, dijo en 2009 el arzobispo de Durango, monseñor Héctor González Martínez.


Cayó sin resistencia y bala percutida alguna. Las loas a los responsables de la seguridad pública y nacional contrastaron con el efectivo aparato propagandístico gubernamental que apresuró a desmentir cualquier cuestionamiento sobre la identidad del detenido; desde la captura hasta su reclusión, El Chapo fue exhibido y sometido para dar un mensaje definitivo: “Logramos lo que otros no pudieron”.

Sin embargo, los sucesos sociales advierten de una alarmante descomposición pública y gubernamental. Causa admiración la convocatoria para marchar a favor del delincuente y exigir su excarcelación. Proclamado como héroe, algunos cientos demostraron la falsa solidaridad por quien hizo el bien a Sinaloa, según los dichos del pueblo en las coplas de los narcocorridos. No sólo es reprobable esta apología del delito, también surgen preguntas ineludibles: ¿Quiénes están a la cabeza, protegen y operan la estructura criminal de El Chapo? ¿Quiénes estuvieron detrás de la marcha? ¿Qué autoridades solaparon la convocatoria? ¿Quiénes fueron corrompidos por el dinero de El Chapo para apoyar la narcomarcha? De inmediato la Iglesia de Culiacán, encabezada por monseñor Jonás Guerrero Corona, calificó el acto de “inmoral”, y que usó una fachada religiosa al desembocar en la Catedral de la capital sinaloense.

Joaquín Guzmán Loaera es el prototipo de la delincuencia privilegiada cuya influencia llegó a las portadas de revistas internacionales de negocios. Su poder es consecuencia del vacío de gobierno y la complicidad de funcionarios, quienes no cumplieron su trabajo, favoreciendo la impunidad por cañonazos de billetes, privilegios y obscenas fortunas patrimoniales. Lejos de festejar su captura, deberíamos preocuparnos por la narcocultura y la mitificación del capo; por la corrupción de autoridades que protegen y encubren a los cárteles; preguntarnos por la situación del pueblo sinaloense manipulado y abandonado de la protección de los responsables del bien común; irritarnos por las infortunadas iniciativas del Poder Legislativo y del PRD que hacen de la legalización de la marihuana la panacea a las adicciones y violencia; en fin, preocuparnos y contrariarnos por la Chaponización de México.