domingo, 9 de marzo de 2014

marzo 09, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, entró en un table-dance de la Ciudad de México. (Nota: esto sucedió antes de que un tufo de recelosa moralina inficionara el ámbito de la vida nocturna en la gran urbe). En el momento en que Capronio entró estaba haciendo marometas en el tubo una linda muchacha que no llevaba más ropa que un minúsculo bikini de esos llamados en lenguaje técnico G-string. Ahí los parroquianos le iban poniendo billetes de diversas denominaciones. Llegó la chica a donde estaba el tal Capronio y se volvió de espaldas a él para mostrarle sus atractivos posteriores y conseguir otro billete. En vez de ponérselo el cínico sujeto sacó una tarjeta de cajero automático, la pasó por la línea que dividía los dos redondos hemisferios de la bailarina y procedió a retirar todos los billetes... Babalucas fue a cazar osos en Alaska. Antes de salir del campamento pintó de blanco sus botas de cazador. “¿Por qué hizo usted eso?” -le preguntó con extrañeza el guía. Explicó el badulaque: “Para no dejar huellas en la nieve”... De buenas a primeras Sherlock Holmes le dijo a lord Highrump, caballero de madura edad: “Usted tiene en su casa una criadita joven y bella que se baña todos los días”. “¡En efecto! -se asombró milord-. ¿Cómo supo usted eso?”. Respondió el genial detective: “Trae usted marcado en la cara el ojo de la cerradura”... En la misma línea de actividad doméstica, lady Grand buttocks les mostró a sus amigas el anillo que llevaba, con un brillante enorme. Les contó: “Me lo dio mi marido por hacer el amor”. Le preguntó una: “¿Por hacerte el amor te regaló el anillo?”. “No -precisó lady Grandbuttocks-. Por habérselo hecho a la mucama”... Jactancio, hombre elato, vanidoso, viajó a París. No hablaba ni pomme de terre (ni papa) de francés. Eso lo tenía sin cuidado, pues antes de iniciar el viaje un cierto amigo suyo le había dicho: “No importa que no sepas francés. Todo lo que tienes que hacer es acentuar la sílaba final de las palabras, y terminarlas con la letra e”. Todos los días que Babalucas pasó en la capital francesa iba al mismo restaurante. Por la mañana le pedía al mesero “un café con leché bien calienté y pan de azucaré”. Al medio día y en la noche le ordenaba: “Damé una hamburguesé con tociné y una Coca-Colé”. El camarero siempre atendía su orden. El último día que el tonto roque pasó en la Ciudad Lux (Nota de la redacción: la Ciudad Lux es París) le dijo amistosamente al camarero: “¡Carambé! ¡Qué facilé es el francesé!”. “No es tan fácil -le respondió el mesero-. Lo que pasa es que soy de la Lagunilla, indejo, que si no te habrías muerto de hambre”... Frente a un compadre suyo don Poseidón reprendía a su hijo Agatonito, que había sacado muy malas calificaciones. “El próximo mes -le dijo- tendrás que traer puros nueves y dieces si no quieres que te deje pelonas las nalgas con una vara de membrillo”. “Compadre -salió el otro en defensa del niño-. Usted es un burro. Mi comadre es una mula. Y ¿quiere usted un caballo pura sangre?”... La secretaria de don Algón le comentó a una amiga: “Me molesta una costumbre de mi jefe: cuando me dicta se sienta a mi lado y me pone una mano en la rodilla. ¿El tuyo no hace eso?”. “No -responde la otra chica-. Mi jefe busca siempre horizontes más profundos”... La suegra llegó muy enojada a casa de su yerno. Le comentó, molesta: “La vecina anda diciendo que soy una vieja bruja”. “No le haga caso, suegrita -la consoló el yerno-. No es usted tan vieja”... El agente viajero amonestó a su pequeño hijo: “Duérmete, que ya va a venir Juan Pestañas”. “¡Éjele! -se burló el chiquillo-. ¡No se llama Juan Pestañas! ¡Se llama Libidiano Pitonier, y vive en el 14!”... Aquel sujeto enfermó de un raro mal viral. Los médicos determinaron que sólo un antivirus contenido en la leche materna le podía salvar la vida. Una enfermera que estaba en período de lactancia se ofreció a aportar la medicina, la cual debía administrarse en forma natural. Estaba tomando su medicamento el paciente, y lo hizo en modo tan fruitivo que suscitó impulsos de sensualidad en la enfermera. Le preguntó ésta al sujeto con sugestiva voz: “¿Le gustaría algo más aparte de esto?”. “Sí -respondió el majadero-. ¿No tienes unas galletitas?”... FIN. (Milenio)