domingo, 23 de marzo de 2014

marzo 23, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Himenia Camafría, madura señorita soltera, oyó decir en una fiesta de mujeres que la medida de entrepierna de los hombres se puede conocer por la medida de los zapatos que usan. Desde ese día la señorita Himenia no dejaba nunca de ir al circo. Abrigaba secretamente la esperanza de conseguirse un payaso... “¡Vengan por favor!” -clamó desesperado un individuo que llamó por teléfono a la central de bomberos-. ¡El río se desbordó, y mi casa está inundada!”. Le preguntó el oficial de guardia: “¿Hasta dónde llega el agua?”. Contestó el que llamaba: “Está empezando ya a mojarme la planta de los pies”. Dijo el bombero: “Eso no es mucha agua”. Replicó el otro: “Le estoy llamando del segundo piso”... En el funeral de su mujer el viudo se veía inconsolable. Gemía entre sollozos: “¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?”. El buen padre Arsilio se acercó a consolarlo. “No llores, hijo mío -le habló con tono paternal-. Todavía eres joven; seguramente podrás rehacer tu vida”. “No, padre -respondió el sujeto-. ¿Qué voy a hacer hoy en la noche?”... Babalucas necesitaba con urgencia un traje, pues un amigo suyo lo había invitado a ser testigo de su boda. Por esos días el badulaque andaba impecune, sin dinero, de modo que se armó de valor: tomó una pistola, entró en una tienda y al tiempo que le apuntaba al encargado le dijo perentorio: “¡Deme un traje o despídase de la existencia!”. El hombre, asustado y tembloroso, le entregó el mejor traje que tenía. Babalucas vio la etiqueta del precio y le preguntó al de la tienda: “¿No tiene algo más barato?”... La hijita de Astatrasio Garrajarra se despertó en la madrugada y llamó a su mamá. Acudió ella, y la pequeña le pidió: “Cuéntame un cuento”. “Hijita -le dijo la señora-, son las 4 de la mañana”. “Sí, mami -insistió la niña-, pero quiero oír un cuento”. “Mira -le dijo entonces la señora-, esperemos a que llegue tu papá, y oirás el cuento que me va a contar a mí”... Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, se hacía una pregunta: “¿Por qué Diosito le puso a la mujer dos bubis, y al hombre una boca nada más?”... Corneliano se veía abatido, afligido, entristecido, dolorido, retraído y deprimido, si bien no necesariamente en ese orden. Su compadre Pizarrete le preguntó, solícito: “¿Qué le sucede, compadrito?”. Respondió, sombrío, Corneliano: “Mi señora me dijo anoche que en adelante sólo tendremos sexo dos veces al mes”. “Pues no le doy el pésame, compadre -le dijo Pizarrete-. A mí la comadre me limitó a una sola vez”... La esposa de Empédocles Etílez, competente bebedor, le contó a la mujer de Libidiano Pitonier, hombre proclive a la concupiscencia de la carne: “Mi marido se va de parranda, y no puedo cerrar los ojos en toda la noche”. Replica la señora: “El mío se queda en la casa, y lo que a ti te sucede con los ojos a mí me pasa con las piernas”. (No le entendí)... Lady Highrump, esposa del embajador de Fridonia ante Su Majestad Británica, ofreció una fiesta en la legación. Al convivio asistió el coronel Pancho Pelochas, mexicano hasta las cachas de las dos pistolas que portaba aun en las celebraciones diplomáticas. En el curso de la cena se le escapó a la anfitriona un sonoroso cuesco. Se turbó la señora, pero al punto se levantó el duque de Fiddle-Faddle y dijo: “Pido perdón a la selecta concurrencia por la falta de urbanidad que acabo de cometer”. Esa caballerosa intervención libró a lady Highrump de la pena. No pasó mucho tiempo sin que a la lady se le saliera otra wagneriana flatulencia. Entonces se puso en pie el marqués de Dingleberry y declaró: “Yo he sido quien incurrió en esa gran descortesía. Ofrezco una disculpa a los presentes”. Se levantó en ese punto el coronel Pelochas y anunció con acento campanudo: “Damas y caballeros: el siguiente -edo de la señora corre por mi cuenta”... FIN.