viernes, 14 de febrero de 2014

febrero 14, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Hoy aparece aquí “El Chiste más Pelado en lo que va del Año”. Badomía más reprobable que ésta será difícil encontrar. Leyó ese cuento doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, y le sobrevino un insulto de gota que su médico de cabecera hubo de tratarle con ungüento de populeón, pomada hecha con manteca de puerco, adormidera, belladona y hojas de álamo negro. Las personas que no tengan a mano ese remedio harían bien en abstenerse de leer tan execrable chascarrillo. Mejor pídanle a alguien que se los lea…

Soy autor de una tesis que algún sociólogo deberá juzgar, ya para confirmarla, ya para desecharla por errónea. Mi teoría se llama “del trasiego”, y tiende a demostrar cómo las cosas que alguna vez fuero de ricos serán alguna vez usadas por los pobres, y lo que era de pobres llegará a ser un día moda de los adinerados. Pondré ejemplos. Comer pollo era en mis años infantiles lujo de los ricos. Los demás comíamos, a lo más, gallina. Ahora el pollo es alimento casi para todos.

Un televisor era al principio un bien al alcance sólo de los más pudientes. Ahora es raro el hogar donde no hay por lo menos uno.

Lo mismo pasa en dirección contraria. La mezclilla era en México la tela de los pobres. Súbitamente fue adoptada por los ricos, que pagan ahora en tiendas de Estados Unidos, a precio de oro, pantalones de mezclilla deslavada, y aun con agujeros. En mis años de canción y vino –estoy ahora en los de vino y canción- el tequila era bebida de albañiles, y el mezcal el trago cotidiano de los artesanos. Hoy las damas beben tequila -derecho, por más señas-, y el mezcal es el último grito de la moda: se le mira en las mesas de los más exclusivos restaurantes, y han surgido como hongos los expertos en mezcales, así como antes proliferaron los catadores de vino que quizá no podían distinguir una parra de un rosal, pero que hablaban de cosechas y regiones con suficiencia de docto sommelier. No tardaremos en ver a los catrines bebiendo, por esnobismo, pulque en catrinas.

Digo todo esto a propósito de la mariguana. Otrora la fumaban únicamente los soldados. Como se les llamaba “juanes”, la perniciosa yerba –así era calificada en los periódicos- recibía el nombre de “juanita”. Era mal vista. Ahora la mariguana empieza a estar en boga.

Lejos estoy de asumir una posición moral acerca de esto. Siempre procuro mantenerme a una razonable distancia de la moral. Soy partidario de que cada quien haga de su petate un tapiz persa, o viceversa, a condición de que no cause daño a nadie, ni a sí mismo. Mi tesis tiende sólo a demostrar el cambio de los tiempos, y la forma en que con ellos cambiamos nosotros. Yo, que nunca he fumado tabaco, tampoco fumaré mariguana. Pero soy partidario de que la legalicen, lo mismo que otras drogas, previo estudio. Muchas dificultades se evitarán con eso. Las prohibiciones causan más problemas que el uso responsable de la libertad…

Viene ahora “El Cuento más Pelado en lo que va del Año”. Ese relato llega a los últimos extremos de la sicalipsis. Las personas con escrúpulos de moralina deben saltarse en la lectura hasta donde dice FIN…

Un individuo estaba en la cantina. Llevaba al cuello, a modo de bufanda, un trapo o jerga tosca que le llegaba hasta los pies. Llegó un amigo y le preguntó por qué traía esa extraña prenda. “Hallé una lámpara de forma rara y la froté –le contó el tipo. Apareció un genio y me dijo que podía concederme un deseo a mí y otro a mi mejor amigo”. “¿De veras? –se entusiasmó el otro-.¡Yo soy tu mejor amigo! ¿Me la prestas?”. “Aquí la tienes –concedió el primero-. Llévatela”. Se fue el otro con la lámpara, y poco después regresó, mohíno. El dueño de la lámpara le preguntó arriscando la nariz: “¿Qué te pasó? Hueles a choquío”. (Nota: choquío es el tufo que despiden los bebés a quienes la leche que les cayó en el cuello o en la ropa al beber se les ha agriado. Del aztequismo “xococ”, acre). Respondió el otro muy enojado: “Tu genio ha de estar sordo. Le pedí que me mandara muchos pesos, y me llenó la casa de quesos”. “Desde luego que está sordo –replicó el otro con rencoroso acento-. ¿Acaso crees que yo le pedí tener una jerga muy grande?”... (No le entendí)… FIN. (MILENIO)