martes, 25 de febrero de 2014

febrero 25, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre
La historia de amor que voy a relatar es muy extraña. Eso significa que puede ser cualquiera historia de amor -la tuya, la mía-, pues todas las historias de amor son muy extrañas. Escoge tú cualquiera, y después de conocerla tendrás que decir: "¡Ah!", "¡Oh!", "¡No lo puedo creer!" y otras expresiones admirativas semejantes. Sucede que toda historia de amor empieza con un azar, y el azar es cosa muy extraña. Piensa en tu propia historia, y encontrarás que un minuto de más o de menos, una mínima circunstancia en vez de otra, pudieron hacer que tu vida fuese otra muy distinta de la que hoy es. Pensarás: "Si no hubiera ido yo a esa fiesta"... "Si hubiera vivido en otra colonia...". Nuestra vida es una sucesión de "hubieras" que no se concretaron. ¿Azar o predestinación? No sé. Honduras en que más vale no meterse. Inútiles filosofías. A lo mejor las cosas acaban siempre por ser como debían ser. La providencia divina, etcétera. Pero eso es teología, y algunos dirán que la teología es más inútil aún que la filosofía, que se supone es su esclava. ¿Lo ves? Honduras, como dije; camisas de once varas. Preferible es ir directamente al relato. Empiezo por decir que ella era tímida, y él también. En nuestros días la timidez ya no existe, o está en francas vías de extinción, pero en el tiempo en que esta historia sucedió había bastante timidez, pues los hombres y las mujeres no se trataban con la llaneza de hoy. Por eso ella era invenciblemente tímida, e irremisiblemente tímido era él. Vivían cerca uno de la otra; sus familias se conocían y tenían trato. Y sin embargo nunca atinaron ni siquiera a decirse "Buenos días" o "Buenas tardes" -según la hora- cuando se topaban por casualidad. Esto realmente no se explica, porque los dos eran adultos ya. Andaría ella por los 30, por los 40 él. Pero las cosas se entenderán si recordamos que los dos eran muy tímidos. Un día ella pasó en su coche frente a la casa de él, y al verlo -estaba en la cochera lavando el suyo- hizo sonar el claxon. Aquello era un saludo. Al siguiente día sucedió lo mismo: pasó ella exactamente a la misma hora -él esperaba ya-, y cuando lo vio frente a la puerta sonó el claxon otra vez. Él se llenó de felicidad, y todo el día se le fue pensando si al siguiente sucedería lo mismo. Sucedió. A la misma hora -las 3 de la tarde- pasó ella de nuevo y le envió aquel saludo con el claxon. Entonces él subió a su coche y la siguió. Por el espejo retrovisor lo miró ella y también se llenó de felicidad, pues igualmente el día anterior se le había ido pensando si alguna vez él la seguiría. Por la calle principal del pueblo salió a la carretera. Manejó unos cinco kilómetros, y luego dio la vuelta para volver al pueblo. Cuando se cruzaron ella sonó el claxon, y luego él. Aquello ya era un diálogo. Al llegar a la casa del hombre él hizo sonar su claxon, y luego ella. Eso era una despedida. Al día siguiente, a las 3 de la tarde, otra vez lo mismo. E igual ya todos los días. A la misma hora ella pasaba frente a su casa -él la esperaba ya en su coche- y sonaba el claxon. Respondía él, y la seguía. En el mismo punto de la carretera ella daba la vuelta, y al encontrarse con él hacía sonar otra vez el claxon, y él contestaba con el suyo. Cuando llegaban se despedían en la misma forma. Y así día tras día; así todos los días... Me gustaría decir que una tarde ella bajó de su automóvil y él del suyo, y se tomaron de las manos, y sin palabras -y sin claxon- se dijeron su amor. Pero eso no sucedió nunca. Algunos meses duró ese extraño noviazgo -lo llamo noviazgo porque ella decía que él era su novio, y en ella veía a su novia él-, y luego terminó en igual forma que había comenzado: sin qué ni para qué, como se dice. Un día ella no pasó ya, ni los siguientes. Debo decir, aunque esto suene a torpe gracejada, que el fin no sobrevino porque uno de los dos hubiese pensado en el alto costo de la gasolina. Él oyó hablar de un desorden nervioso, del internamiento en cierta casa que llamaban "de recuperación", y ahí acabó la historia. Ahí empezó también la soledad para los dos, una soledad que dura todavía, que durará por siempre... No sé si ésta haya sido una historia trágica o cómica. Quién sabe. Y ahora que lo pienso, tampoco sé si fue una historia de amor o no... Quién sabe... FIN.