jueves, 20 de febrero de 2014

febrero 20, 2014
Armando "Catón" Fuentes Aguirre

Dulcilí, muchacha ingenua, fue a la consulta del doctor Wetnose, reconocido ginecólogo. Le dijo que sentía náuseas y mareos por la mañana, a más de otros síntomas que hicieron pensar al facultativo que la chica estaba enferma de gustos pasados, o sea embarazada. La condujo a su mesa de exámenes y le pidió: "Acuéstate y abre un poco las piernas". "¡Ah no! -rechazó Dulcilí con vehemencia-. ¡Eso mismo me dijo mi novio, por eso estoy aquí!". Al término de la cacería a la que fue invitado por el duque de Barf, lord Highrump le contó al montero de la finca: "Le disparé a un animal monstruoso: ojos amarillos; piel escamosa y verdinegra; pelos hirsutos y colorados.". "Bloody be! -exclamó muy alarmado el otro-. ¡Me temo, milord, que cazó usted a la señora duquesa!". El galán le dijo a su dulcinea: "¡Qué hermosa te ves con ese vestido!". Respondió ella, coqueta: "Si no lo trajera puesto ¿me seguirías viendo hermosa?". "Interesante pregunta -replicó él-. A ver, vamos a probar". Babalucas logró que Dulciflor lo acompañara a un discreto motelito. En el curso del foreplay -esos dulces arrumacos y chicoleos que son necesario preludio del performance- ella le preguntó al oído: "¿Traes alguna protección?". "Claro que sí -respondió con firmeza el pavitonto-. Jamás me quito el escapulario de Santa Reverberación". Un hombre entró corriendo en la farmacia y le dijo hecho una furia al farmacéutico: "¡Es usted un inconsciente! ¡En vez de darme estreptomicina me dio estricnina!". "En ese caso -respondió, flemático, el de la farmacia- son 50 pesos más". "Veo que tiene usted completas sus facultades" -le dijo Taisia, muchacha dadivosa de su cuerpo, a don Calendo, señor entrado en años. Se lo dijo con tono admirativo, porque advirtió  que de inmediato el senescente caballero se había puesto en aptitud de hacer en ella obra de varón. "Sí -respondió él con ufanía-. Estoy muy bien. Sólo tengo una pequeña dificultad: a veces me falla la memoria". "Ése no es problema -contestó la chica-. Pero, por favor, págueme por adelantado". Si se trata de las relaciones entre Canadá, Estados Unidos y México, para las dos naciones que tenemos al norte nuestro país está muy lejos de ser el hermano menor al que se ha de ayudar: es el vecino débil al que se le puede hacer bullying. Más allá de la diplomacia, que muchas veces consiste en tratar de cortarle los dídimos o testes al interlocutor sin que éste se dé cuenta, de esos desiguales tratos deriva siempre para nosotros una lección que al parecer no hemos aprendido todavía: debemos aprender a rascarnos con nuestras propias uñas, si me es permitida esa ática expresión. La única mano que puede ayudarnos es la que está al final de nuestro brazo. Si los mandatarios de esas poderosas naciones vienen a la nuestra no es para ver qué pueden dar, sino para ver qué pueden sacar de un país cuya riqueza es la que natura puso en él , no tanto la que los hombres han creado con su trabajo. Cantó el inmortal José Alfredo: "Yo p'arriba volteo muy poco; tú p'abajo no sabes mirar". Contrariamente, nosotros tenemos siempre fija la mirada en nuestros vecinos del norte, pidiéndoles lo que esperamos que ellos nos concedan -"Por favor, traten bien a nuestros paisanos"; "Por favor, no nos pidan visa para entrar en su país"-, y no tomamos en cuenta magníficos ejemplos que tenemos en el sur, como el de Chile, que con el esfuerzo de su gente y el talento de sus gobernantes se dispone a entrar en el llamado primer mundo, en tanto que nosotros andamos ya -según el último reporte- en el mundo 236. ¡Malaventurado país el nuestro, tan pobre en administración y tan abundante en politiquería!... Con lo anteriormente dicho queda cumplido por hoy mi deber de orientar a la República. Procedo ahora a relatar un inane chascarrillo final. El lechero del pueblo llegó en su carrito tirado  por caballo a la casa de cierto vecino que solía comprarle a veces un cuarto de litro de crema. Abrió la puerta la señora de la casa, quien por esos días sufría un severo episodio de laringitis. Con voz apenas audible le dijo al lechero: "Mi marido no está". Hablando en voz igualmente baja respondió ansiosamente el hombre: "¡Nomás déjeme amarrar el caballo y ahoritita vengo!". FIN. (MILENIO)