martes, 17 de diciembre de 2013

diciembre 17, 2013
Historias de reportero | Carlos Loret de Mola Álvarez | 17-XII-13

Cuando Zedillo era presidente, el PAN se negó a aprobar una reforma energética que permitía la entrada de capital privado a Pemex. La tachó de privatizadora. Aquella iniciativa no planteaba abrir tanto la puerta al dinero particular como la que acaba de avalar en el actual sexenio de Peña Nieto.

Fox y Calderón intentaron pasar iniciativas energéticas, pero el PRI, con la bandera de no a la privatización, impidió su aprobación. La semana pasada impulsó una mucho más privatizadora. 

El Presidente de México, Enrique Peña Nieto, con su homólogo Abdullah Gül en su visita de Estado a Turquía.

Cuando era candidato presidencial del PRD en 2006 y las encuestas le daban diez puntos porcentuales de ventaja, Andrés Manuel López Obrador escribió el libro “Un proyecto alternativo de Nación”. Planteó más apertura al capital privado (nacional, no extranjero) en la industria petrolera. Ahora rechaza tajante cualquier injerencia de dinero de empresas particulares, nacionales o extranjeras, por considerarlo peligroso para el país.

En materia energética, los partidos y actores políticos han sido incongruentes. Sus posturas han variado según sus intereses coyunturales.

Todos, en algún momento, han rechazado perversos planes privatizadores que entreguen la soberanía nacional a los dueños del dinero.

Todos, en algún momento, han propuesto que el capital particular puede impulsar el crecimiento económico nacional y respaldar a Pemex en su labor estratégica.

La reforma energética recién aprobada por PAN y PRI, con sus partidos pequeños aliados, es la más privatizadora de las que se han planteado en los últimos sexenios. Se permite a Pemex quedarse con lo que decida y ofrecer a inversionistas privados, de nuestro país y foráneos, compartir el dinero que arroje el proyecto, compartir el petróleo mismo que logren extraer o de plano darle la licencia de explotación a cambio de una contraprestación.

¿Es la solución? No sé. ¿Es la panacea? No tengo idea.

Es cierto que todos en el mundo de la política han propuesto recientemente avanzar en la ruta de la privatización, es cierto que todo el mundo emplea esos modelos, es cierto que Pemex ya probó su ineficacia como empresa monopólica con gigantismo, pero también es cierto que la historia de las privatizaciones en México es una tragedia y es cierto que en nuestro país la corrupción suele acompañar el otorgamiento de contratos y licencias.

Los presidentes de sexenios anteriores han tenido excusas, pretextos, a la hora de justificar los tropiezos de sus respectivas administraciones. “No se hizo más porque la oposición en el Congreso no lo permitió”, contestan Zedillo, Fox, Calderón.

Peña Nieto se ha quedado sin pretextos: le han aprobado todo lo que quería: laboral, educativa, telecomunicaciones, financiera, energética. No tiene excusas. Si México no se vuelve el país que prometió, en términos económicos y de seguridad, el fracaso será atribuible solamente a él y a su partido.

Hasta ahora, la realidad sigue igual que antes. Pero el que se apuntó para arreglarla ya recibió todas las herramientas que solicitó.