miércoles, 11 de diciembre de 2013

diciembre 11, 2013
Historias de reportero | Carlos Loret de Mola Álvarez  | 11-XII-13

JOHANNESBURGO, Sudáfrica.— Ayer, bajo la sombra de Nelson Mandela, los presidentes de Estados Unidos, Barack Obama, y el de Cuba, Raúl Castro, se dieron un apretón de mano, e intercambiaron algunas palabras y sonrisas.

Dilma Roussef y Obama dejaron de lado por unos instantes la aspereza causada por el espionaje estadounidense a la presidenta brasileña, y se dieron un beso en la mejilla.

El socialista François Hollande y su antecesor en la presidencia de Francia, el derechista Nicolas Sarkozy, platicaron como viejos amigos en el estadio de futbol de Soweto.


Los matrimonios Bush y Obama, símbolos de las fuerzas políticas que han mantenido dividido casi a la mitad a Estados Unidos desde el año 2000, viajaron juntos en el Air Force One para estar presentes en la despedida del más grande libertador de la segunda mitad del siglo XX.


El último presidente del régimen del apartheid, Frederik de Klerk, el que negoció con Nelson Mandela la apertura final que permitió la primera elección democrática en que participara la mayoría negra sudafricana, fue recibido con una ovación por un estadio también con mayoría negra.

Los ex primeros ministros británicos laboristas y conservadores llegaron juntos al inmueble. La ex esposa Winnie Mandela y la viuda, Graça Machel, se fundieron en un abrazo en aquellas gradas.

Lo oficial en el homenaje a Mandela fue deslucido y desorganizado, pero el espíritu de reconciliación de Madiba se las arregló para colarse en los detalles.

El gobierno sudafricano que encabeza el abucheado Jacob Zuma perdió la oportunidad de proyectar hacia el mundo una imagen de progreso y esperanza, o por lo menos, un poco de eficacia organizadora, y el gran homenaje con casi 100 jefes de Estado pareció naufragar entre el aburrimiento de los asistentes que ni siquiera llenaron el estadio y lo tedioso de la mayor parte de los discursos de los oradores.

Mientras el maestro de ceremonias tenía que interrumpir al primer ministro indio para pedir a la gente que bajara el volumen de sus cantos y ritmos, en la toma de la transmisión oficial se veía a los sudafricanos metidos en su baile incesante durante las casi cuatro horas que duró el acto.

Quizá fue por ahí que el espíritu de Mandela, con su humor inteligente, aprovechó la rendija para salvar de las manos del gobierno su propio homenaje.

Y seguramente Madiba se reiría divertido por los apuros de los organizadores, la persistencia de los sudafricanos comunes en sus bailes y cantos celebratorios bajo la lluvia, y la llamada final del obispo Desmond Tutu a prometer a Dios que todos tratarán de seguir el ejemplo del homenajeado.

Tal vez se acordó de cuando el religioso le criticó sus camisas floreadas y chillantes, indignas, según él, de un presidente, y le contestó rápidamente: “¡Y me lo dice un viejo gordo que usa faldones!”.

La trascendencia nunca se peleó con una buena risa en el caso de Mandela. Ayer no fue la excepción.

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