martes, 10 de diciembre de 2013

diciembre 10, 2013
Artículo de Félix Cortés Camarillo publicado el 10-XII-13 en Excélsior

No puedes hacer que las flechas vuelvan atrás.
Eta Lyubov, Tristeza de Kiev.

Alguien escribió con gis la palabra “gloria” sobre la falda del abrigo de la estatua de Lenin derribada en la Plaza de la Independencia de la ciudad de Kiev, recién jalada abajo por la multitud opositora. Poco después, la estatua sería convertida en pequeños souvenirs comercializables, a golpe de mazo. La plaza Maidan se había llenado, si se cree a la policía del repudiado presidente Víktor Yanukóvich, con 200 mil ucranianos. Si se cree a la oposición encabezada por Vitali Klitschko, campeón mundial de boxeo del CMB, medio millón. En la guerra de cifras, Ucrania, productora hace un siglo de más del 70% del acero de Rusia.

De la zona carbonífera y metalúrgica del Donetsk es el presidente Víktor Yanukóvich, hombre recio y de mano dura que propicia la pertenencia de Ucrania a la madre de todas las Rusias, la confederación antes conocida como la Unión Soviética, y cuya cabeza es pedida por la oposición. Ésta, que tiene a Yulia Timoshenko —hasta ayer encarcelada— como emblema de su oposición, pide el acercamiento, al grado de adhesión, a la Unión Europea.

El recrudecimiento de los choques en la plaza central de Kiev y en el importante puerto de Odessa se propició por la llegada inminente de dos mujeres mediadoras, la una de la Unión Europea, Catherine Ashton, y la otra Victoria Nuland, subsecretaria de Estado de Asuntos Europeos de Estados Unidos.

La única ventaja hasta el momento de esta secuela de la llamada Revolución Naranja en Ucrania es que ha sido relativamente incruenta y se espera se mantenga así si el presidente Yanukóvich no se deja llevar por su agresivo natural. A diferencia de Georgia, Ucrania es una región más pacífica.

Lo que la canción romántica establece es la inevitabilidad del cambio: una vez salidas las flechas del arco, no pueden volver atrás. La preocupación de Moscú por el alejamiento ucraniano tiene que ver igualmente por su importancia industrial y por la posición estratégica del país, frontero con Georgia, Rumania, Hungría, Eslovaquia, Polonia y Bielorrusia. Una piedra angular del rompecabezas de la antigua URSS y de la Rusia de pretensiones imperiales de hoy en día.

La palabra mágica es hoy. No vivimos la Europa de 1956 en que las aspiraciones soberanas de Imre Nagy llevaron a la invasión de Hungría, o la de 1968 en que la Primavera de Praga fue sofocada en un par de meses con la ocupación de la entonces Checoslovaquia. Para bien o para mal, la Europa de ahora es de mesa de negociaciones; una mesa a la que la Europa de Alemania y Francia no le tienen mucha adhesión, sobe todo si a la Unión Europea se podrían sumar economías que pesan como lastre a sus prósperos planes.