martes, 17 de diciembre de 2013

diciembre 17, 2013
JOHANNESBURGO, Sudáfrica, 16 de diciembre.- No llegó a ser ni procesado porque el juez declaró que la esquizofrenia que sufre le exime de toda responsabilidad penal pero el intérprete de lengua de signos en el funeral de Nelson Mandela mató a dos hombres que habían robado una televisión. Los hechos se remontan a 2003 cuando un grupo, en el que se encontraba Thamsanqa Jantjie sorprendió a los ladrones, les ató un neumático al cuello y les prendió fuego provocándoles la muerte. El método era uno de los utilizados durante la lucha contra el apartheid para castigar a los considerados colaboracionistas con el régimen supremacista blanco.

El falso intérprete, junto a Barack Obama.

Un primo y tres amigos del intérprete explicaron a la agencia AP que Jantjie, de 34 años, se libró del juicio tres años después del asesinato pero que, en cambio, fue recluido en una institución mental durante 18 meses y que al ser dado de alto volvió a su gueto en las afueras de Soweto.

El propio intérprete, que se encuentra en paradero desconocido y no responde a las llamadas telefónicas, había admitido en el sudafricano Sunday Times que había participado en un delito “comunitario”, común en Sudáfrica en que la turba se toma la justicia por su mano. Además, Jantjie también admitió haber tenido un pasado “violento”.

Jantjie consiguió eclipsar incluso a Mandela, tras su intervención en la ceremonia popular en el Soccer City de Soweto. El intérprete estaba contratado para traducir al lenguaje de signos los discursos de los mandatarios internacionales invitados a intervenir. Sin embargo, la Federación de Sordos de Sudáfrica denunció que sus movimientos de manos no tenían significado y fueron incomprensibles para el colectivo que contemplaba en directo las cuatro horas del acto.

En una entrevista al Times local, Jantjie justificó su actuación al tener un brote de esquizofrenia durante su participación y llegó incluso a asegurar que a pesar de empezar bien, el cansancio o la emoción del momento le provocaron un ataque en el que oyó voces de ángeles y tuvo alucinaciones.

El Gobierno sudafricano ha abierto una investigación al máximo nivel para esclarecer los hechos que han dejado perplejos a la ciudadanía, justo en el momento que el mundo miraba hacia el país en el último adiós al líder más carismático de su historia.

Tras su fiasco en Soweto, la prensa local se ha cebado en Jantjie que no ha dejado de sacar noticias sobre su presunto historial penal, que empieza en 1994 al ser acusado de violación; de robo un años después, de asaltar una casa en 1997 y de provocar de forma deliberada daños en una propiedad y de intento de asesinato y de secuestro en 2003, además del asesinato de los dos ladrones. De estos, sólo se conoce la condena de tres años por el hurto, aunque tampoco está claro si acabó en la cárcel. Por si esto fuera poco, Hacienda lo está investigando por presunto fraude fiscal de más de 100.000 euros.

El de Jantjie no es el primer caso en que se han visto ridiculizada las autoridades sudafricanas. Durante las vistillas por la fianza al paralímpico Oscar Pistorius, el jefe de la investigación, Hilton Botha, fue apartado del caso tan sólo 24 horas después de que declarara ante el juez ya que la Fiscalía informó de que el policía tenía pendiente un juicio por siete intentos de asesinato.

Según la acusación, Botha habría disparado ebrio a una furgoneta con siete pasajeros en un control para que intentara pararse. En la instrucción estricta del caso Pistorius, que atrajo la atención de centenares de medios internacionales, quedó también patente los malos hábitos del policía, que entró en la escena del crimen sin la protección adecuada para no contaminar las pruebas.

Por otro lado, Sudáfrica celebró el Día de la Reconciliación con la inauguración de una gran estatua de Mandela en el Union Buildings de Pretoria, la sede del Gobierno. La fiesta se institucionalizó durante la presidencia de Madiba, que desde ayer descansa en el mausoleo familiar de la aldea de Qunu, en la provincia del Eastern Cape.(El País)