viernes, 27 de diciembre de 2013

diciembre 27, 2013
Gilberto Avilez Tax

A propósito de fiestas de pueblo, apunto un dato para una posible etnografía total: en "la Villa" de Peto había una forma muy llamativa de organización de los gremios, que señala directamente las relaciones interétnicas en Yucatán. Un nonagenario me contó, que hace muchos ayeres, cuando era niño, recordaba que los gremios se dividían, además teniendo como base el hacer referencia a los trabajos de los participantes (había gremios de abastecedores, gremios de agricultores y gremios de chicleros), a otras situaciones que han significado bastante para las divisiones “raciales” que se acentuaron, modificaron y trocaron a partir de la guerra de castas. Al parecer, el término “mestizo” para referirse al indígena hoy día en Yucatán, comenzó para esos años posteriores a la Guerra de 1847, y sirvió como una forma para exorcizar la “barbarie” de los peones de campo que se encontraban del lado “civilizatorio”: con la palabra “mestizo” se les “integraba” a los explotados, al menos en el discurso, al dominio ladino de sus explotadores, y se buscaba cortar todo parentesco “étnico” con los indios “bárbaros” de Santa Cruz.

La señalización de los gremios que hacían referencia directa -o tal vez sigan haciendo, porque no sé si existe todavía esa diferencia actualmente-, a esa peculiar situación racista del Yucatán decimonónico y del Yucatán de buena parte del siglo XX, estribaba en la siguiente forma: mientras que a un día de la feria de Peto le tocaba el turno de entrada, salida y procesión al gremio de "mestizas" (población maya vestidas con el traje "típico"), en otro día le tocaba expresamente al Gremio de Catrinas. Este "Gremio de Catrinas", me recordaba el abuelo, eran las “señoras de vestido”, las que no iban con el traje de “mestiza” y que, seguramente, aunque hablaban el maya a la perfección, no se consideraban parte del entramado social “subalterno” del mundo indígena que les rodeaba y rodea.


Podemos decir, que estas caracterizaciones de los gremios –con la desaparición progresiva de esas tradiciones absurdas de un iglesia rapaz-, por fortuna ya van desapareciendo, ya se van acabando. Y podemos decir otra cosa, decir que la Iglesia misma –y esto se dio al día siguiente de la Conquista- legitimó las “diferencias étnicas” y, desde luego, la explotación del campesinado, del chiclero y de otros obreros, mediante sus fastos, sus “tradiciones” inventadas, y sus claras divisiones segmentarias provenientes de una iglesia extremadamente medieval que concebía el mundo –y lo sigue concibiendo- como un mundo dividido, un mundo de diferencias, no sólo de clases, sino de razas (por cierto, los gremios tienen un origen, no colonial, sino decididamente medieval, fueron traídos por una sociedad española que, según Jérôme Baschet en su libro La civilización feudal.., nunca salió de su medievalismo). En la Colonia, a los indios les decían “los pies de la República”, y la historia de larga duración de una Villa de Peto con sus pueblos comarcanos, los indios serían los pies, los brazos, el machete trabajador de una sociedad decimonónica que, a pesar de las luchas denodadas de los representantes socialistas en el pueblo, a partir de 1930 las aguas volvieron a sus viejos causes reaccionarios.

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