miércoles, 20 de noviembre de 2013

noviembre 20, 2013
Roberto Blancarte

Es éste el típico caso de “no me ayudes compadre” y solo espero que mi amigo Ciro Gómez Leyva me disculpe por meterme en lo que no me importa (aunque obviamente sí me importa y por eso me meto). Se trata de la disculpa que él ofreció a algunos lectores, quienes se sintieron ofendidos por la utilización de una frase provocadora acerca de la virgen María, en el contexto de la discusión sobre la segunda vuelta de la elección presidencial. Ciro escribió que algunos legisladores priistas habrían dicho algo así como: “¿Imaginen con las nuevas reglas a Fox con 51 por ciento de los votos? ¿A Calderón? Vaya, ¿imaginen a Peña Nieto? Les quedaría chico el mundo, querrían acostarse con la virgen María, mandar a perpetuidad.” Obviamente, lo dicho por algún diputado y recogido por Ciro no tenía la intención de insultar a la virgen, sino de señalar el tipo de engreimiento que podría provocar el pensar que se tiene el apoyo de la mayoría absoluta de los electores del país. En todo caso, vinieron las cartas de algunos que se sintieron lastimados en sus creencias personales, con justa razón, diría yo, porque la virgen no tenía vela en ese entierro. Y Ciro, que es verdaderamente un caballero y una fina persona, inmediatamente concedió y dijo, siguiendo el pensamiento socrático, que él era de los que pensaban que era mejor sufrir una injusticia que cometerla, así fuese de manera involuntaria, que le dolía haberlos ofendido y sobre todo, que prometía no reincidir. Impecable y eso habla de la magnanimidad de Ciro Gómez Leyva. Pero debo decir que el intercambio de posturas a mí me generó cierta inquietud, por varias razones.

Si bien es cierto que el periodismo debe ser respetuoso de la dignidad de las personas y de sus símbolos, también hay un deber libertario de decir lo que se piensa o aludir a lo que otros creen, aunque ello lastime a algunos. Tanto Ciro como otros periodistas durante mucho tiempo escribieron y dijeron lo que pensaban sobre Marcial Maciel, a pesar de que algunos se mostraban indignados y los colmaron de insultos. Para ellos Maciel era un santo y lo que él hacía era parte de una obra sagrada.

El mundo occidental ha ganado el derecho a la blasfemia como parte de la libertad de expresión. Hay otros lugares donde está prohibido decir algo, ya no digamos de Alláh, sino de Mahoma, que fue un hombre de carne y hueso. Hay escritores y caricaturistas amenazados de muerte por haberse atrevido a burlarse del profeta, mientras que en Occidente uno puede hacer chistes de Dios y de la virgen y afortunadamente no pasa nada. Aquí en México hemos caído en la tentación de prohibir exposiciones artísticas porque se han “atrevido” a mostrar a la virgen de Guadalupe de manera diversa, o ha habido actores de teatro que han recibido golpizas por personas a las que no les gusta cómo han tratado los símbolos religiosos. Ya no digamos abades de la Basílica que han sido perseguidos por haber osado decir lo que los historiadores sabemos, es decir que no hay pruebas de la existencia de san Juan Diego. En suma, que el problema para mí no es la posible blasfemia, sino los grupos religiosos intolerantes. Muchas obras de arte no existirían si por ellos fuera.

Pero esto no tiene que ser así. Hace unos meses pude asistir en San Francisco al estreno mundial de una ópera titulada El Evangelio de María Magdalena, basada en uno de los evangelios apócrifos, llamados gnósticos, de Egipto. En ella se presentaba a una virgen María que le confesaba a María Magdalena que la noche anterior a su matrimonio con José había tenido relaciones con un desconocido, de las cuales había sido producto su hijo; razón por la cual en Nazaret a Jesús lo llamaban bastardo. Yo estaba más inquieto que mis amigos católicos norteamericanos, con los cuales asistí a la representación. Nadie se escandalizó, ni dentro ni fuera del teatro, ni reaccionó negativamente. Mientras tanto, en Viena, se ha hablado de suspender óperas de Mozart porque en algunas de ellas se dibuja de manera negativa a los musulmanes. Entre estos dos extremos prefiero el de la blasfemia y la libertad creativa y de expresión. Si a alguien no le gusta, que no vaya y si alguien no le gusta lo que escribo, que no me lea.

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