Emotivo e impresionante fue el sábado pasado en la Plaza Grande. Me llamó la atención ver a tal multitud de gente, gente que se arremolinó en la 60 y 61 como marcando una flecha indicando hacia afuera.
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| Unidos por el hambre, aclaman al Gobernador. |
Me acerqué a esa multitud y me percaté que la gran mayoría era de condición humilde e incluso campesina. Por un momento pensé que era, de nueva cuenta, la marcha de los maestros pero me di cuenta de que no era así, puesto que en La Plancha, que es mi ruta cotidiana, no estaban resguardados los antimotines como en la ocasión de los maestros, pero además me llamó mucho la atención ver que el flamante señor llevaba su clásica elegancia y arrogancia y su guayabera bien almidonada y cómo este personaje se atrevió a bajar y entremezclarse estrechando manos y brazos a la gente. Esto me confirmó que no era un acto magisterial, sino uno más de los burdos actos políticos que aún se siguen dando en nuestro Estado y en nuestro país, propiciado por los lambiscones del régimen.
No parecemos gente del siglo XXI, sino del siglo próximo pasado, recurriendo a esa pobre gente necesitada, recurriendo al aparato burocrático y a todas las artimañas, a través de las alianzas y uniones de camioneros para movilizar a toda esa gente humilde a la que siguen engañando y a la que dan como premio un refresco, un sandwichito, una torta.
Pobre de mi pueblo, pobre de mi patria, que están discutiendo una reforma económica, una reforma laboral, más que educativa; una reforma energética, cuando nuestro pueblo tiene hambre, cuando nuestro pueblo tiene sed de justicia.
Yo pregunto por qué no bajó a recibir a los maestros cuando pidieron hablar con él. Si no estaba, muy bien pudo mandar decir que lo esperaran o que los vería al día siguiente, en la explanada de Palacio de Gobierno.
Con esos aires de triunfalismo del sábado pasado, sólo me demostró dos cosas: la mediocridad de un gobierno y el acarreo indiscriminado que aún se sigue dando.
